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Veo a Uribe desesperado y me preocupa



No le ha ido bien a Uribe en las últimas semanas. Su figura empieza a perder terreno considerable en las encuestas. Cae paulatinamente su favorabilidad y el desfavorable llegó a un 40 por ciento en el último sondeo de Gallup. Eso es bravo para un hombre acostumbrado a un alto grado de aceptación. Las negociaciones de paz avanzan y están echando al suelo la perspectiva del fracaso, hipótesis en la que había fundado Uribe su regreso al poder. La aviesa jugada de uno de sus aliados, el procurador Ordóñez, para sacar a Gustavo Petro de la Alcaldía de Bogotá ha elevado el protagonismo de la izquierda en la coyuntura y ha opacado la persistente acción opositora del uribismo. Su campaña para el Congreso ha perdido brillo y la de su pupilo Óscar Iván Zuluaga a la Presidencia no despega.

La reacción de Uribe frente a esta realidad desconcertante tiene tintes desesperados. En recientes declaraciones dijo que había un oscuro pacto entre el presidente y las Farc para impedir la acción electoral de su grupo político y acusó a la guerrilla de estar amenazando de muerte a los campesinos para que votaran por Santos. Antes había armado un gran escándalo con una información sobre la feria de puestos y contratos con los que Santos estaba comprando su reelección. Ahora está dedicado al debate sobre el deterioro de la seguridad invocando el poderío guerrillero y exagerando todos los indicadores de violencia. Es un discurso desesperado por las fantasías, los descaros y las contradicciones que lleva por dentro. A nadie en su sano juicio se le puede ocurrir que una guerrilla jugada hasta la muerte contra el establecimiento y rígida como el hierro esté ahora en campaña para elegir a Santos y dispuesta a utilizar la violencia para lograr el cometido. Pero a Uribe se le ocurre este desvarío mental porque en las campañas de 2002 y 2006 la invocación de la maldad y del terror de las Farc era el expediente seguro para subir en las encuestas. Se le ocurre también el descaro de acusar a Santos de la utilización clientelista de los recursos del Estado para buscar su reelección –lo cual no debe tener un ápice de mentira– cuando él, precisamente él, está involucrado en el mayor escándalo contemporáneo de corrupción en la búsqueda de su segundo mandato y funcionarios de su círculo más cercano están ante los tribunales respondiendo por el delito de cohecho. Se le ocurre ahora, igualmente, exaltar las acciones de la guerrilla y hablar de la preocupante violencia del crimen organizado contradiciendo de pies a cabeza el discurso del final de su segundo mandato en el que hablaba de unas guerrillas derrotadas, del fin del fin de las Farc, y de una superación del gran fenómeno del crimen organizado encarnado en los paramilitares. No le importa incurrir en semejante contradicción porque piensa que la sociedad colombiana le comprará la idea de que estamos de regreso a 2002 y que la única salida es restituirle su poder para que, ahora sí, acabe con las guerrillas y encuentre una salida para las bandas criminales herederas del paramilitarismo. Me preocupa el desespero porque Uribe o sus seguidores y aliados han hecho bastantes cosas indebidas para tirarse el proceso de paz y para ganar espacio político y en medio del desconcierto y del apremio pueden escalar este tipo de acciones. Pongo ejemplos: filtrar las negociaciones secretas que se estaban desarrollando y el borrador del acuerdo con el ánimo de abortar el proceso; inventar que el comisionado de paz, Sergio Jaramillo, estaba negociando con las Farc un secuestro en Cuba; hacer públicas las coordenadas donde las fuerzas militares debían recoger a dos de los delegados de las Farc y llevarlos a La Habana; ir a la Corte de La Haya, en cabeza del procurador Ordóñez, a litigar contra el proceso de paz, con el argumento de que se está gestando un pacto de impunidad. Es muy posible que el miedo mío sea infundado. Quizá los uribistas recuperen su empuje electoral y se tranquilicen o, que aun en medio de su decadencia mantengan la calma y no incurran en desafueros. Pero ni el gobierno, ni la izquierda ni las guerrillas pueden bajar la guardia. Uribe tiene a su lado gente fanática que no se detiene ante nada. Tiene además gente de mala condición que, sin tener nada que ver con él, lo necesita y está dispuesta a todo.


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