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Dinámicas del crimen organizado



En Colombia se vive una situación paradójica. Por un lado, en varias ciudades del país se ha presentado una disminución del homicidio, pero la población de estas ciudades se siente más insegura. Por el otro, parece que una serie de economías ilegales como la extorsión de menor cuantía (microextorsión) y la venta de droga, van en aumento, aunque diferentes autoridades parecen negarlo. De hecho, las explicaciones comunes se mueven entre adjudicarle la culpa a un problema en general de jóvenes “desadaptados” y falta de autoridad.

Lo que muestran las estadísticas de homicidio en los últimos 13 años es que en las cuatro ciudades principales del país, a pesar de la disminución, se presenta un deterioro de la percepción de seguridad. Por ejemplo Bogotá, que muestra una de las mejorías más notables en materia de asesinatos, tiene un deterioro de cuatro puntos en la victimización directa y de tres puntos en la indirecta. Por su parte, Medellín redujo en cerca de 10% su tasa de homicidio, pero ello no significó la desaparición de ninguno de los 122 combos que operan en la ciudad y que trabajan con grandes organizaciones criminales. Y en Cali el homicidio aumentó durante 2013 y en los primeros meses de 2014 presenta una significativa reducción, aunque esto se produce en medio del incremento de las pandillas y de su poder bélico.

Este tipo de situación permite, al menos, sacar tres grandes conclusiones: primera, que la percepción de seguridad en las grandes ciudades no está atada a la tasa de homicidios. De hecho, han mostrado comportamientos sustancialmente diferentes en la última década. Segunda, que los niveles de homicidios no son proporcionales a la cantidad de organizaciones criminales, es decir, los altos niveles de homicidio no significan mayor presencia de estas estructuras, ni los niveles bajos significan ausencia de organizaciones criminales.

La Medellín de Don Berna es el mejor ejemplo. Al analizar el histórico de homicidios se puede notar cómo desde 2003 hasta 2007 la tasa de homicidios se redujo significativamente, en parte por las acciones de política pública emprendidas por la entonces administración de Sergio Fajardo, pero también por el dominio hegemónico de Don Berna, quien llegó a controlar el crimen de la ciudad y eliminó las disputas entre los diferentes combos. Sin embargo, luego ser extraditado, la guerra estalló de nuevo, entre Valenciano y Sebastián. En otras partes del mundo se pueden encontrar situaciones similares, por ejemplo en Ciudad Juárez, que llegó a ser una de las más violentas del mundo, ha reducido los homicidios. Sin embargo, sigue siendo la mayor ruta de tráfico de clorhidrato de cocaína.

La tercera conclusión es que las políticas de seguridad en las actuales circunstancias no se pueden basar únicamente en la reducción de indicadores. De hecho, el crimen organizado cada vez es menos violento o acude a ella sólo en casos de regulación de mercados. Los carteles y organizaciones criminales colombianas han aprendido que la violencia sólo atrae la atención de las autoridades. Además, saben que al Estado no se le gana una guerra, de ahí que se utilizan otros mecanismos, como la corrupción a funcionarios públicos, antes de acudir a la violencia. Estos tres fenómenos, en todo caso, no son algo novedoso en Colombia, es una tendencia que se observa mundialmente, con algunas excepciones como en México.

Ahora bien, una de las situaciones que vale la pena destacar en estos comportamientos del crimen organizado es que en los últimos dos años se ha presentado un proceso de “subcontratación criminal”, es decir, estructuras del crimen organizado contratan pandillas y delincuencia común para que operen diferentes rentas y no se emprenden grandes campañas o estrategias para lograr el control de una ciudad. Este modelo que aplicó Don Berna’ hace más de una década, parece ser la estrategia actual.

Esta subcontratación criminal a su vez lleva al aumento del ingreso de dinero de pandillas y con ello se presenta un aumento de su capacidad operativa. Igualmente, la subcontratación trae consigo la descentralización de diferentes mercados. Por ejemplo, en Bogotá, luego de la intervención del Bronx, los diferentes ganchos o marcas bajo los cuales funciona el mercado de la droga en la capital se desplazaron hacia las localidades, a colonizar diferentes zonas deprimidas. Por ejemplo, grupos como ‘gancho blanco’, ‘gancho azul’ y ‘gancho amarillo’ se desplazaron hacia las localidades de Rafael Uribe Uribe, Kennedy, Ciudad Bolívar y Usaquén.

Esto mismo ha llevado a un incremento del narcomenudeo. Sin embargo, a diferencia de años anteriores, ya no se desarrolla bajo la modalidad de “ollas”, sino que funciona cada vez más bajo los mecanismos de domicilios y los famosos taquilleros, que son personas que venden drogas en parques, parqueaderos y calles. Todo lo anterior nos lleva a decir que las diferencias entre crimen organizado y delincuencia común se hacen muy borrosas. Además, la expansión del mercado y la subcontratación criminal han llevado a que se produzca un aumento de diferentes economías ilegales. Sin embargo, esto se ha hecho sin niveles altos de violencia.

Esta será la discusión que se llevará a cabo hoy, a partir de las 7:00 p.m., en el lanzamiento del libro Violencia urbana. Radiografía de una región, en la sede de Fescol (calle 71 Nº 11-90). Allí se conocerá la evolución de este fenómeno en cuatro ciudades colombianas y otras grandes de Latinoamérica.


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