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Las herederas de las malas costumbres



Vi a María Susana Portela, alcaldesa de Florencia, un día antes de que la Fiscalía la detuviera bajo graves cargos de corrupción en compañía de su esposo, dos funcionarios del municipio y 11  concejales. Compartimos tribuna en el primer foro ciudades y posconflicto convocado por ONU-Habitat y realizado en el diario El Tiempo.

Es una mujer vivaz, hermosa, que dijo cosas muy interesantes sobre la realidad del Caquetá y la necesidad de una articulación entre el gobierno nacional y los gobiernos locales, para sacar adelante la paz del país una vez se firmen los acuerdos en La Habana. Habló de su compromiso con la reintegración de las guerrillas a la vida civil y de su esfuerzo por el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes de Florencia.

Mientras la oía, recordaba que había estado involucrada en un escándalo el año anterior que la había llevado temporalmente a la cárcel –irregularidades en el contrato de construcción de la Ciudadela Siglo XXI–, y también su esposo, Diego Luis Rojas, había sido encarcelado en febrero pasado acusado de ofrecerle 200 millones de pesos a un fiscal para que cerrara las investigaciones que cursaban sobre la alcaldesa.

Me dije que quizás no eran ciertas las acusaciones y espanté los pensamientos negativos para saludarla y escucharla con atención y tranquilidad. Pero las noticias del día siguiente me devolvieron a la realidad. Sobre la señora Portela pesan muchos señalamientos que difícilmente resultarán falsos. Me ha ocurrido varias veces en los últimos años. Cuando en las investigaciones que realizamos aparecen graves cuestionamientos sobre mujeres con liderazgo político tiendo a no dar crédito a los hallazgos. He creído con devoción en la idea de que las mujeres son siempre más respetuosas de lo público, menos proclives a la vinculación con fuerzas ilegales. Pero la mayoría de las veces me he tenido que rendir ante la evidencia.

Ahora se presentan a las elecciones regionales y locales 41.505 mujeres. Las de mayores aspiraciones y posibilidades son: Clara López a la Alcaldía de Bogotá, Nancy Patricia Gutiérrez a la Gobernación de Cundinamarca, Dilian Francisca Toro a la Gobernación del Valle, Rosa Cotes a la Gobernación del Magdalena, Yolanda Wong a la Gobernación de Bolívar, Milene Jaraba Díaz a la Gobernación de Sucre, Oneida Pinto a la Gobernación de La Guajira, Adriana Gutiérrez a la Alcaldía de Manizales y Nigeria Rentería a la Gobernación del Chocó.

Con excepción de Clara López y Nigeria Rentería, las demás tienen serios cuestionamientos por vinculación con fuerzas ilegales; algunas de ellas han afrontado procesos judiciales, otras simplemente actúan en representación de familiares comprometidos con la ilegalidad y su círculo más cercano tiene un pasado poco recomendable, que influirá en las decisiones de gobierno en caso de que la candidata triunfe en las próximas elecciones.

También ha ocurrido en las elecciones a Congreso. En los últimos años han sido elegidas con grandes votaciones mujeres con iguales cuestionamientos. Menciono algunas: Olga Suárez Mira y Liliana Rendón en Antioquia, Piedad Zuccardi en Bolívar, Doris Vega en Santander, Teresita García Romero en Sucre, Zulema Jattin en Córdoba y un largo etcétera que en el espacio de esta columna no puedo nombrar.

Sería muy injusto echar un manto de duda sobre la mayoría de las mujeres que hacen política con gran éxito o tienen en sus manos responsabilidades públicas trascendentales. Ahora mismo, María Ángela Holguín, con una hoja de vida intachable, es la ministra mejor valorada por las encuestas y en el Congreso se destacan Claudia López, Paloma Valencia, Ángela María Robledo y otras voces de mujeres que no arrastran pesadas acusaciones. Pero hay que decirlo con tristeza: la cuota de herederas de la parapolítica y de las malas costumbres es muy grande.

De manera que las organizaciones feministas y los movimientos que reivindican una mayor y más importante presencia de las mujeres en la política no deben poner el ojo exclusivamente en un aumento de sus congéneres en las listas, cosa que poco a poco se está logrando (ver cuadro comparativo entre hombres y mujeres para las próximas elecciones), tienen que mirar más allá, tienen que escudriñar el perfil de las candidatas.

El examen crítico y cuidadoso deja muchos sinsabores. Algunas de ellas llegan a los puestos de gobierno o a las representaciones políticas oficiando de amanuenses de sus maridos y sirven de portavoces de las peores afrentas del machismo y del patriarcalismo. Quizás los lectores recuerden la frase: “Si mi marido me pega es porque me lo gané”, dicha por una de las mujeres mencionadas en esta columna. Ahí dejo para no amargarles más el día a mis amigas del feminismo.

Columna de Opinión publicada en Revista Semana


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