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Pandillas, panorama violento

Foto: Vecinos del barrio María Paz y Patio Bonito protestan por la presencia de pandillas y combos. Septiembre de 2010.


Hace días se conoció la historia de una señora que estaba prácticamente secuestrada en su casa. No podía salir por miedo a una pandilla que operaba en el sector. Además, su familia había sido amenazada y varios de sus miembros habían huido para proteger sus vidas. Sobre estas situaciones existían versiones fuertes en varias zonas de la ciudad, pero no había una confirmación, al menos visible. Pero al tratar de verificar esas historias y ahondar en el fenómeno del pandillismo y las bandas delincuenciales de la ciudad, la realidad es compleja.

Aunque las pandillas de Bogotá en nada se parecen a los combos de Medellín, en donde las fronteras invisibles son territorios históricamente demarcados; ni a las pandillas en Cali, donde los niveles de violencia en Terrón Colorado o Siloé evocan una escena de algunos países centroamericanos, las que operan en la capital se podrían definir como grupos juveniles con potencial violento. Al menos, estas son algunas de las conclusiones de la investigación sobre pandillismo que adelanta la Fundación Paz y Reconciliación.

La situación de pandillismo en Bogotá es la siguiente. En total hay 146 pandillas, ubicadas en 14 localidades. Se cuentan 13 bandas delincuenciales, como los Pascuales o los Luisitos, que utilizan pandillas violentas para operar, y cuatro organizaciones criminales, que también acuden al servicio de estos grupos conformados por adolescentes o adultos jóvenes. De todos los grupos que se identificaron en el Distrito, al menos 30 tienen comportamientos violentos y criminales, es decir, abiertamente delictivos. Las otras, aunque también pueden tener comportamientos violentos y esporádicamente ilegales, no manejan mercados criminales ni tienen una agresividad territorial constante.

 Todas empiezan con estructuras que inicialmente son parche de amigos, que evolucionan a combo (donde ya existe identificación en el vestuario y el lenguaje) y pasan a ser pandillas. Estos grupos tienen tres características: que duran más de dos años; tienen vocación de control territorial, es decir, disputan territorio con otras pandillas, y generan mecanismos de autofinanciación para la sostenibilidad de las actividades del grupo. Esta financiación puede ser legal, como venta de camisas o gorras, pero la mayoría de las veces lo hacen con actividades ilegales.

Y aunque es claro que las pandillas no son homogéneas, la mayoría tiene ritos de iniciación y mecanismos similares de reclutamiento, ya sean en fiestas juveniles o en las mal llamadas chiquitecas, o a partir de membresía en barras futboleras o parches barriales. Tradicionalmente, todos los parches, combos o pandillas tienen como punto común que la mayoría comienza como enclaves territoriales en alguna zona de la ciudad, ya sea en el barrio, en la cuadra o en el colegio.

Crimen y delincuencia

En la historia de las pandillas se tiene que muchas surgieron luego de crear identidad a partir de comportamientos y estilos de vida juveniles globalizados, como su forma de vestir, los cortes de cabello, los gestos o señales distintivas. Luego, muchos jóvenes empezaron a ingresar a las pandillas para defenderse de otras personas. Es decir, las pandillas, además de ser un mecanismo de construcción de identidad (tanto ética como estética), se volvieron un mecanismo de defensa grupal.

Sin embargo, en la última década, muchas de las pandillas en Bogotá han trascendido ese nivel y se han visto permeadas por los mercados ilegales. Aunque esta situación se identificó desde 2007, se hizo más evidente a partir de 2011, cuando las autoridades intervinieron varias zonas del centro, como la calle del Bronx. Desde ese momento, las bandas dedicadas al tráfico de estupefacientes trasladaron sus centros de expendio a las localidades, instalaron sus ollas y empezaron a usar las pandillas para el microtráfico y la prestación de seguridad.

Uno de los ejemplos de esta situación es lo que ocurre en la UPZ Diana Turbay, con la pandilla BXRS, o Banda Extrema de Ratas. Se trata de una pandilla conformada hace más de seis años, con comportamientos delictivos importantes y que controla la venta de drogas en la parte alta de esta zona de la ciudad.

Otro ejemplo es la pandilla La 29, ubicada en la UPZ Gran Yomasa, en la localidad de Usme. Es bastante agresiva y controla y defiende territorios con grados altos de violencia. De acuerdo con las investigaciones, la integran al menos 200 miembros. Los integrantes de mayor jerarquía controlan ciertos mercados ilegales, mientras que los recién vinculados, que por lo general son menores de edad (entre 14 y 17 años), no participan en estos mercados, pero son los que actúan violentamente. Esta pandilla ha creado vestuario, identidad propia y hasta un himno que los identifica.

Entre los temas que también marcan diferencia, en la forma de operar de algunos de estos grupos, está el de los niveles de control dentro de las mismas pandillas. Por ejemplo, en una pandilla como los Homis o La Continental existe una estructura piramidal fuerte y los jefes logran controlar y ordenar los movimientos de los miembros de las pandillas. Algo diferente se vive en la pandilla La 29 o en La 32, donde existe una gran autonomía de sus miembros y parches. Por ejemplo, en La 29 los parches están distribuidos por colegios, barrios o parques y cada uno goza de cierta autonomía. En La 32 la distribución es barrial. Es por ello que estas pandillas son tan grandes y se pueden encontrar en zonas diferentes de la ciudad bajo el mismo nombre.

Otro es el panorama con las bandas delincuenciales, como las que operan en la parte oriental de la localidad de Usaquén. La más conocida es los Luisitos. En el año 2012 les ganaron la guerra a los Pascuales, que eran sus rivales de patio, y se quedaron con el control de la extorsión y de la venta de drogas en el norte de la ciudad. Además ofrecen servicios de sicariato. Desde esa fecha los Luisitos utilizan tres pandillas para la venta de drogas, entre ellas la de los Pitufos.

Y no menos importantes son las redes independientes a las pandillas, que están manejando el negocio de las drogas de nueva generación (como las sintéticas), comercializando su mercancía en bares y discotecas estrato 5 y 6, y desde allí dispersan el negocio hacia el sur de la ciudad. Estos grupos están en negocios de menor complejidad, como el hurto de celulares, el atraco callejero y la venta de drogas tradicionales como marihuana, bazuco o cocaína. Los mercados criminales como el fleteo, el hurto a viviendas o la piratería urbana los monopolizan grupos criminales especializados, que no tienen una demarcación territorial concreta.

Una última situación que vale la pena aclarar es que es recientemente que las pandillas han comenzado a incursionar en mercados ilegales como el narcomenudeo o la extorsión. Antes, si bien participaban en el hurto de celulares o bicicletas, no había una vinculación con el crimen regional o nacional. Algunas de estas pandillas han sido subcontratadas para participar en estos mercados ilegales. Pero el problema no son los jóvenes, son los mercados y quienes los manejan, de ahí que se requiera una intervención urgente para evitar que estos grupos afecten en mayor medida las condiciones de seguridad.

Análisis publicado por el diario El Espectador

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