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Tres reflexiones sobre la educación para paz



Es apenas obvio que un país que lleva más de 50 años -para citar sólo su historia reciente- reproduciendo violencia en buena parte de sus expresiones institucionales y culturales requiere formarse, o más bien re-formarse, en clave de construcción de paz. Sin embargo, lo evidente a veces no lo es tanto: la exhortación a la “educación para la paz” precisa algunas reflexiones sobre los sentidos y los caminos para materializar tan loable intención:

Primera: “el lugar de la educación para la paz es la cultura cotidiana”. Hace muchos años que la educación no está centrada exclusivamente en el sistema escolar: los medios de comunicación masivos y alternativos, la familia, la calle, los movimientos sociales, los partidos políticos, internet, las expresiones artísticas, las costumbres locales, entre otros, son fuentes de sentido que moldean cotidianamente la manera en que comprendemos el mundo y nos relacionamos con los demás.

En consecuencia, cualquier propuesta de educación para la paz tendrá que asumir el reto de una intervención cultural en donde se desaprenden unas prácticas y se aprenden otras para construir otro tipo de sociedad, lo que significa asumir una multiplicidad de escenarios cuyos lenguajes es preciso comprender para plantear nuevas maneras de ser.

Segunda: “la estrategia debe ser transectorial”. Se hace necesario que el Gobierno Nacional, en alianza con la Cooperación Internacional diseñe y lidere una gran iniciativa transectorial que tenga ofertas para la mayoría de los colombianos y colombianas; el asunto de la educación para la paz no es competencia únicamente de la Alta Consejería para el Posconflicto, de la campaña para el plebiscito, o del Ministerio de Educación. ¿Cómo se articulan allí los ministerios de Cultura, Tecnologías de la Información y la Comunicación, del Interior, de Defensa, entre otros? Se hace necesario lograr esa sinergia porque los recursos son escasos y porque parte del cambio que requiere Colombia pasa por entender los problemas del país de manera transversal y territorial. El fin es uno sólo, pero las particularidades de los sujetos y sus entornos determinan distintas entradas y procesos.

Tercera: “tiene la misma importancia el qué se aprende al cómo se aprende”. La educación para la paz debe ponerse al tenor de las condiciones de un país diverso, multiétnico y pluricultural, que requiere ofertas innovadoras en lo que hace a las didácticas y enfoques pedagógicos críticos, que fomenten la autonomía, la reflexión sobre la propia vida y las experiencias de otros en la cotidianidad, mediaciones pedagógicas que humanicen a los protagonistas del conflicto armado, que en últimas somos todos los colombianos. Una cosa es participar en una “cátedra” donde hay quien sabe y habla; quien ignora y escucha- sobre el conflicto armado o la construcción de paz, y otra muy diferente es tener un diálogo con excombatientes y víctimas, en donde los protagonistas cobran rostro y cuentan sus experiencias y sus vidas, cobrando formas parecidas a las de nuestros familiares y amigos.

El cómo se aprende es fundamental: desde la vida cotidiana, desde la experiencia, desde el hacer, desde el sentir. Estas formas de educación cobran una gran fuerza en la conciencia de las personas. Afortunadamente, procesos como esos existen y han existido en distintos lugares del país, tanto urbanos como en las regiones más apartadas.

Finalmente, una apuesta de educación para la paz implica entender como sujetos de aprendizaje a grupos o sectores poblacionales a los que se les ha marginado de estos procesos: ¿Cuál es la propuesta de pedagogía para la paz para los miles de niños, niñas y jóvenes desescolarizados?¿Y en dónde quedan los adultos, padres y madres o cuidadores? ¿Y los funcionarios públicos? ¿Cómo sería la apuesta para grupos étnicos? ¿Y las Fuerzas Armadas? ¿Y los empresarios y los trabajadores? ¿De qué sirve aprender sobre la paz en los intramuros de nuestros lugares de confort cuando los entornos familiares, comunitarios, escolares, laborales y públicos están marcados por la violencia y la exclusión? Si queremos un cambio verdadero, hay que pensar y actuar distinto.

Rigoberto Solano / Coordinador Línea de Conflicto, Paz y Postconflicto-Fundación Paz y Reconciliación.

Columna de opinión publicada en colombia2020.co


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