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Pablo Beltrán y Aureliano Carbonel



Así se HACEN LLAMAR dos de los negociadores que el ELN ha designado para que lo representen en la mesa con el gobierno nacional en Quito, Ecuador. Voy a hablar de ellos y también diré algo de un tercero, Juan Carlos Cuéllar, que por años ha estado en la Cárcel Bellavista, en Medellín, y ahora sale a participar en las conversaciones.

Acabo de ver una entrevista a Pablo Beltrán en RT, Russia Today, una cadena de televisión. Decía que ahora es posible llegar a un acuerdo de paz porque han madurado el establecimiento, la sociedad y la insurgencia. De las elites políticas destaca que están partidas y al mando se encuentra ahora un sector que quiere la salida negociada, mientras hay una derecha violenta encabezada por Uribe que se le opone. De la sociedad resalta que la victoria estrecha del No en el plebiscito desató una enorme reacción en defensa de los acuerdos y un gran clamor por la paz. De la insurgencia señala que hay una disposición a responder positivamente a esa demanda de la ciudadanía expresada en la movilización.

Ese tipo de reflexiones son comunes en Pablo Beltrán. Lo escuché muchas veces sacando enseñanzas de los acontecimientos en las reuniones del comando central del ELN en los años ochenta del siglo pasado. Es una persona inteligente y metódica. Es probable que en estas frases haya definido los fundamentos de la negociación que adelantará esta guerrilla en los próximos meses.

Si el ELN se apega al enunciado de que hay una nueva situación en el país –un cambio trascendental en las fuerzas que han gobernado y en la sociedad y en la propia guerrilla–, establece una lógica que lo llevará muy pronto a firmar un acuerdo de paz. Beltrán es, además, plenamente consciente de los límites que tienen los dirigentes en el ELN, sabe que no pueden ir más allá de los consensos internos. Si ha dicho estas cosas es porque hay un nuevo ambiente en el seno de su organización.

Aventuro esta hipótesis optimista porque, además de compartir con él la experiencia en el comando central, lo ví retirarse silenciosamente en dos oportunidades de las negociaciones de paz cuando comprendió que en el ELN no había condiciones para seguir adelante, cuando supo que en las filas de su grupo no aceptarían algunas exigencias del Estado. Lo hizo cuando ya estaba bastante avanzado el diálogo con el gobierno de Pastrana y también cuando ya se había logrado un acuerdo base con el gobierno de Uribe.

A Carbonel lo conocí mucho antes que a Beltrán. Milité con él en grupos de la izquierda de los años setenta y con él llegué al ELN y a su dirección nacional. Sociólogo de profesión, había sido profesor de la Universidad de Antioquia y ejercía un liderazgo indiscutible sobre un importante grupo de intelectuales que en ese momento debatían sobre los caminos de la revolución en las universidades del país y pertenecían a la tendencia marxista- leninista.

Es agudo y estudia cada cosa que dice y argumenta con gran oficio, pero cuando me despedí de él, en los tiempos en que me retiré del ELN, hace 25 años, lo sentí cansado de controversias y diálogos infructuosos y dispuesto a meterse de lleno a la acción armada y a la clandestinidad, en la búsqueda del esquivo triunfo que todos habíamos anhelado. Quería ganar reconocimiento y respeto en una guerrilla de un fervor especial por el sacrificio. Si ahora ha aceptado la responsabilidad de la negociación es porque cree que existen grandes posibilidades de que salga un acuerdo de paz definitivo y ha sentido que sus compañeros confían en su lealtad.

A Cuéllar lo conozco menos. Lo he visto dos veces. Pero he seguido de cerca sus múltiples reuniones en la cárcel con líderes políticos y sociales que lo han visitado para insistir una y otra vez en la importancia de que el ELN se venga a la vida civil y para hablar de los temas de la paz. He oído de su preocupación constante por la suerte de las organizaciones sociales, de su interés por un diálogo social que incorpore a empresarios y al gobierno nacional. Mantiene sus nexos con el departamento del Cauca donde ejercía mando al momento de su captura.

Entiendo que se encargará de organizar la mesa social como un escenario de diálogo paralelo y complementario de las conversaciones de Quito. Del éxito que tenga este espacio depende en gran medida la marcha de la negociación, porque el ELN ha puesto su máxima atención en la participación ciudadana en el proceso de paz.

Hace muchos años me retiré del ELN y aunque he dedicado bastante tiempo a investigar el accionar de estas organizaciones y a seguir las negociaciones de paz no resulta fácil hablar con certeza del camino que seguirá. Ellos, además, se han ganado la fama de que son más complicados que las Farc y tienen muchas diferencias internas. Precisamente al momento de escribir esta columna está en vilo la apertura de conversaciones, porque el frente guerrillero del Chocó no ha sido capaz de liberar a Odín Sánchez. Pero el perfil de los negociadores y la nueva visión que transmite Pablo Beltrán dan para pensar que esta vez van en serio hacia un acuerdo de paz.

Columna de opinión publicada en Revista Semana


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