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La cultura como estrategia para superar la violencia urbana



Gladys María Baloyes Martínez es una chocoana que llega a la ciudad de Bogotá, desplazada en dos ocasiones, por razones que hasta el día de hoy desconoce. De un momento a otro, junto a su esposo que era policía, se vio obligada a dejar su lugar de trabajo en Casacará en el departamento de Sucre.

Se trasladó a Medellín en donde recibió una segunda amenaza, por lo que tomó la decisión de radicarse en la ciudad de Bogotá, en donde vuelve a ejercer su labor como maestra en el colegio Villa Rica en el barrio el Socorro en la localidad de Kennedy, territorio en la capital de la República que durante los años 80 y 90 llegó a presentar altos índices de violencia urbana, por la presencia de pandillas juveniles dedicadas a la delincuencia.

Gladys encontró que en esta zona de la capital del país, los jóvenes eran presa fácil de los cordones de la criminalidad urbana, por pertenecer a familias de escasos recursos, por lo que toma la decisión en compañía de otros docentes, de invitarlos a dejar las actividades delictivas, a través de actividades culturales, en este caso la danza.

En la década de los 90, la ciudad de Bogotá comenzó a superar las acciones del terrorismo, tras la baja de Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, dos grandes narcotraficantes que sembraron el pánico en las principales ciudades del país. Sin embargo, la violencia urbana no cesaba.

Para el año de 1993 según datos de Medicina Legal y la Fiscalía General de la Nación, en Bogotá murieron 20 personas por culpa de la violencia, es decir un ser humano asesinado cada hora y 12 minutos. Tres más que el promedio de 17 de un año antes, y cinco más que en el 91 cuando se contaban en 15 las víctimas diarias. También se alcanzaron a registrar cada día 45 hurtos agravados y 30 atracos callejeros, y cada mes 40 robos en bancos, 64 a residencias y 529 carros jalados.

Mientras en 1990 los delitos denunciados contra el patrimonio económico en Bogotá, no pasaban de 30 mil, el mismo dato en 1993 ya era de casi de 45 mil según datos oficiales. O si se considera un período más amplio, en 10 años (de 1983 a 1992), los delitos pasaron de 34.888 a 69.187, es decir, se duplicaron.

La atención de los medios de comunicación se concentró en la localidad de Ciudad Bolívar por ser la zona en Bogotá, donde la mayor parte de la población es de escasos recursos, mientras lo que ocurría en algunos barrios como el Socorro en Kennedy por ejemplo, donde los ciudadanos de ese entonces, compartían la misma situación de pobreza y abandono, pasaba de agache.

Gladys Baloyes encontró que al barrio el Socorro llegaban cientos de familias desplazadas por la violencia, algunas de ellas, de la comunidad afrodescendientes en Colombia, que se sentían impotentes al ver a sus hijos jóvenes caer en las redes de la criminalidad urbana de aquellos tiempos.

Es ahí cuando Gladys inicia una labor social, ubicándose los fines de semana en el parque del barrio a tocar los instrumentos propios de las danzas afrocolombianas (Marimba, tambora, conuno y Guasa), llamando la atención de aquellos jóvenes pandilleros, quienes atraídos por la música, poco a poco van a abandonando las actividades delictivas.

De esta manera Gladys Baloyes conforma el grupo cultural “Hijos de Obatalá”, sorteando las dificultades propias de un proceso que como este, es poco reconocido por la sociedad, en una ciudad como Bogotá, donde a pesar de que existen la presencia de circuitos de criminalidad urbana, no son visibles a la ojos de todos y en ocasiones logra pasar desapercibida.


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