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La mermelada y la cizaña



Dijo Francisco: “En este enorme campo que es Colombia, todavía hay espacio para la cizaña. Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo y no pierdan la paz por la cizaña”. Debo decir que la alegoría me pareció fabulosa, tal como me pareció fascinante, por astuta y sugerente, la utilización que hizo la oposición uribista de la palabra mermelada.

El entonces ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, para explicar el cambio en el régimen de las regalías petroleras, dijo que se trataba de que el dinero no se quedara solo en los municipios productores y lo disfrutaran en todo el país: “Repartir la mermelada en toda la tostada”. Era un signo positivo de equidad. Pero los uribistas echaron mano de la frase y con una increíble habilidad convirtieron la palabra mermelada en el símbolo del clientelismo, la compra de conciencias y la corrupción del gobierno de Santos.

Los puestos, los contratos, las inversiones, los cupos indicativos, las transferencias, a todo lo llamaban mermelada y quienes ejecutaban los proyectos o recibían beneficios llevaban la marca de “enmermelados”. Eran, desde luego, los miembros de la coalición de gobierno. Pero también recibían ese remoquete quienes apoyaban las negociaciones de paz, así no tuvieran ningún acceso a canonjías o empleos en la administración.

En todo debate público, artículo o mensaje en redes sociales, aparecía la palabra mermelada como denuesto y como recurso para deslegitimar a quienes defendieran una iniciativa del gobierno o le plantaran una discusión al uribismo. Era un elemento clave de cohesión de la oposición de derechas y un instrumento eficaz para llegar a los ciudadanos. Me quito el sombrero. Lo lograron.

No fue su única invención propagandística. Les funcionó muy bien el coco del castrochavismo; la difusión del miedo a que el acuerdo de paz le abriera la puerta a un régimen como el de Nicolás Maduro o el de los hermanos Castro hizo su agosto en la memoria de un gran sector de la población colombiana. Mucha gente creyó y cree en esta falacia, lo cual dice mucho de la habilidad de Uribe en el dominio de la opinión.

No todo ha sido habilidad comunicativa. La verdad pura y dura es que la distribución perversa de los recursos fue en este gobierno, como en todos los gobiernos desde que tengo memoria, el elemento unificador, el factor que le dio sentido y pertenencia a la coalición de gobierno. Una parte importante de los parlamentarios y de los funcionarios que participaron en los dos mandatos de Santos no estaban convencidos de la paz y de las transformaciones que implicaría la apuesta por la reconciliación, solo estaban allí para disfrutar del banquete. La prueba palpable de esta afirmación la tenemos ahora con la negligencia y las trampas en la aprobación de las reformas acordadas en La Habana y en el desarrollo de un verdadero programa de reincorporación económica y social de la guerrilla.

Lo de Francisco es más sutil, pero no menos contundente. Tomó una frase bíblica y la puso en el corazón de la política colombiana. Convirtió la paz que estamos sacando adelante contra viento y marea en “trigo”, y la grave oposición a estos esfuerzos en “cizaña”. Conminó a los jóvenes a que cuidaran el trigo y no lo dejaran perder por la cizaña.

Semejante alegoría no será aprovechada por Santos, ni por los partidos de la coalición, ni por los de izquierda, no es su terreno, el simbolismo no es su fuerte. A lo más que llegaron en las duras polémicas con el uribismo fue a endilgarles la calificación de “enemigos de la paz”, una elaboración conceptual, un discurso, que lo desvirtuaban fácilmente diciendo que eran partidarios de la paz, por supuesto, que la diferencia era en el tipo de paz, en las concesiones que se le debían hacer a las guerrillas, y por ahí derecho se iban a la denuncia de la impunidad que vendría y a la alcahuetería de la participación política para fuerzas terroristas que nada merecían.

Cizaña es, desde luego, una palabra fuerte, con una enorme carga negativa. Una planta que tiene la expresa característica de arruinar la cosecha, pero crece con el árbol que produce el fruto, a su lado, como si fueran hermanos. Esa es la enorme fuerza del símbolo que se le ocurrió a Francisco en la ciudad de Villavicencio, capital de los Llanos Orientales, una tierra que ha sufrido como ninguna los embates de la guerra.

Sería muy injusto decir que todos los críticos de los acuerdos de paz, todos los ciudadanos que tuvieron y tienen interrogantes sobre el proceso de desarme y reincoporación de las Farc a la vida civil tienen en su naturaleza el traicionero veneno de la cizaña, pero en el centro de la oposición a los acuerdos de paz sí ha estado esa planta venenosa, ese interés político puramente egoísta, ese aliento de confrontación y vindicta que amenazó y amenaza aún con dar al traste con los esfuerzos de reconciliación.

Desnudar esas pretensiones utilizando la palabra de Francisco sería un verdadero hit ahora cuando tenemos por delante la paz con el ELN y el reto del sometimiento a la justicia de las bandas criminales. Dejen la cizaña y apoyen la paz tendría que ser la consigna.

Nota: Esta es mi última columna. Mi gratitud enorme a Felipe López y a Alejandro Santos por su acogida durante siete años en una revista tan importante en la formación de la opinión colombiana.

Columna de opinión publicada en Revista Semana

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