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El miedo a Petro

Por: Jorge Andrés Hernández, Coordinador de la Línea Democracia y Gobernabilidad


En las últimas semanas se han inundado las redes sociales de mensajes apocalípticos e historias de terror sobre lo que ocurriría tras un eventual triunfo de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de 2018: expropiaciones masivas, estatización de empresas, cierre de industrias, generalización del hambre y de la miseria. Es la reactualización de los fantasmas de la Guerra Fría (en las películas de Hollywood, los comunistas eran desalmados, monstruos; en el cine soviético, los desalmados eran estadounidenses y británicos). Es la renovación del miedo al comunismo, que en teoría finalizó con la caída del Muro de Berlín (1989). Pero quizás no ha llegado aún la noticia a algunos lugares…

Entretanto, han pasado muchas cosas en el mundo. Sólo sobreviven algunos regímenes de izquierda de la Guerra Fría y la izquierda ha tenido que reinventarse a nivel mundial. Salvo minúsculos partidos que se declaran marxista-leninistas y proclaman una revolución proletaria, la izquierda democrática del siglo XXI ha renunciado a la idea misma de revolución (inevitablemente violenta y trágica) y ha aceptado las instituciones y procedimientos de la democracia liberal. Y fue en Suramérica donde floreció ese nuevo experimento político. Con resultados muy desiguales llegó al poder mediante los votos en Venezuela, Ecuador, Uruguay, Brasil y Bolivia.

Curiosamente, los medios se han concentrado en las noticias procedentes de Venezuela, que afronta un verdadero desastre económico y social. Pero nunca llegaron noticias sobre los éxitos económicos y sociales de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa en Ecuador o del gobierno de Evo Morales en Bolivia. Era mucho pedir a los mediocres medios de comunicación colombianos, cuyos dueños recorren el mundo y son cosmopolitas, pero retratan en sus diarios y noticiarios un mundo provinciano y encerrado en sí mismo.

No es una casualidad que en Colombia haya un ambiente tan propicio para esa propaganda terrorífica de miedo a la izquierda. Es de los escasos países latinoamericanos en que no ha habido un gobierno de liberalismo social ni de izquierda (en cualquiera de sus denominaciones). Hemos carecido de un partido liberal-social o de un partido socialdemócrata. Y la izquierda apostó en buena medida por la combinación de las formas de lucha, fue perseguida por medios ilegales y fue víctima de su propio sectarismo y fragmentación. En cualquier caso, el liberalismo social y la izquierda han sido marginales en el escenario político colombiano.

El caso de Petro es singular porque es un líder que no proviene de las clásicas formaciones del comunismo criollo, nunca ha sido marxista y militó en un grupo (M-19) cuya ideología era difícilmente clasificable en el espectro político. Surgido tras el fraude electoral del 19 de abril de 1970, el M-19 reivindicó esa fecha como la demostración de la ausencia de democracia electoral en Colombia. Varios de sus comandantes habían tenido fuertes pugnas con el dogmatismo de Jacobo Arenas en las FARC y otros procedían de la ANAPO socialista, una fracción de izquierda que provenía de un movimiento liderado por un exdictador ferozmente anticomunista, Gustavo Rojas Pinilla.

De un movimiento tan ambiguo y flexible procede Gustavo Petro. Los militantes del MOIR (desde Jorge Enrique Robledo y Aurelio Suárez) no lo reconocen como un dirigente de izquierda. Lo denominan neoliberal y santista. Pero la gente de derecha (e incluso Carlos Caicedo) lo denomina “el Chávez colombiano”. Pero no es ni lo uno ni lo otro. Es una curiosa mezcla de izquierda criolla. Admira a Rafael Correa (un católico devoto que lideró el proceso de transformación social más profundo de la historia ecuatoriana) y la Revolución Cubana, defiende políticas económicas que en el contexto europeo serían denominadas “socialdemócratas”, no revolucionarias, y posee una enorme flexibilidad ideológica para conectar con expresiones urbanas tan diversas como el animalismo, el ecologismo, los movimientos de diversidad sexual, los raperos, las feministas y los trabajadores informales precarizados.

El miedo a Petro seguirá floreciendo. Parece improbable que, incluso si llega a la segunda vuelta, pueda conquistar la Presidencia de la República. Pero aún tiene una carrera política por delante. En medio del desastre económico y social que padece esta nación, Petro y quienes le sucedan en la representación de una izquierda contemporánea, constituirán algún día una alternativa de poder para Colombia. A diferencia de otras latitudes, en las que existe una burguesía con proyecto de nación y artífice de una política social reformista para detener a la izquierda, la derecha criolla seguirá alimentando la fuente de su propia destrucción: el clientelismo y la corrupción. Pero la paciencia tiene límites. Y la campaña de Petro, aún si fracasa en mayo o junio, es un anuncio, una señal de alerta.


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