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Miopía electoral: ¿Qué tanto la hemos superado?

Por: Carlos Montoya Cely, Coordinador de la Línea Conflicto, Paz y Postconflicto-Pares


A lo mejor, ya somos más los que vemos con claridad que el reciclaje y permanencia de la clase política colombiana no es una condición normal en el desarrollo democrático del país. Durante décadas nos acostumbramos a ver las mismas caras, a escuchar una y otra vez los mismos nombres y apellidos que sin vergüenza han hecho del ejercicio político un negocio familiar. Para esto algunos usaron las armas, se beneficiaron de la violencia y cuándo no pudieron más, en cuerpo ajeno conservaron los votos que les garantizaban un espacio de representación política, otros, sin violencia pero sí con los recursos del Estado a su disposición, han logrado permanecer por años, transfiriendo su poder entre hermanos, hijos, esposas y amigos que sin siquiera hablar en el Congreso se mantienen allí. Los resultados electorales del domingo no son totalizantes, varios que reproducen estas prácticas seguirán calentando silla y repartiendo cuotas los próximos cuatro años, pero muchos otros por fin se tuvieron que ir.


Las cosas están cambiando. Durante décadas la estabilidad institucional significaba tener la capacidad de celebrar elecciones ininterrumpidamente, sin importar que la competencia política representada en sectores alterativos fuera asesinada sistemáticamente, que los votos estuvieran condicionados al temor de un arma, que abrir una mesa electoral fuera riesgo latente de violencia. El domingo fueron las elecciones más pacificas en las últimas cinco décadas, el hecho es tan representativo y transformador, que incluso los que hasta hace un par de años se proponían en cada evento electoral estrategias para sabotear y arruinar la “fiesta” democrática se acercaron a las urnas y participaron, histórico.


La reducción de los hechos de violencia alrededor de las elecciones significó también el aumento de la participación. Pese a que más de la mitad de los colombianos decidieron no votar, 17.818.185 de ciudadanos que representan el 48,82% de personas habilitadas para ejercer este derecho salieron a las urnas y eligieron, quizá, uno de los congresos más plurales de las últimas décadas: desde representantes de la extrema derecha, hasta ex guerrilleros de las FARC.


Por supuesto, la reducción de los hechos asociados a la violencia permitió que resaltara una de las prácticas más perversas –y viejas – de la democracia, las denuncias sobre compra de votos e interferencia electoral permitió la captura de seis personas y en tiempo record se inició investigación contra Aida Merlano, quién se pensaba estrenar en el Senado de la República con aval del partido Conservador, el apoyo de la familia Char y de los Gerlein, tanto de Julio, reconocido contratista del Estado como de su hermano Roberto, el último dinosaurio del Congreso.


Tampoco es menor la desaparición de Opción Ciudadana, uno de los partidos más cuestionados y camaleónicos de las últimas dos décadas. SOMOS (antes ALAS) logró un poco más del 0,5% de la votación total, y con eso esperamos que por fin el partido del parapolítico Álvaro Araujo desaparezca del mapa electoral. El castigo electoral también sacudió a cuestionados que se reconocían como intocables en el Congreso, salió Olga Suárez Mira del partido Conservador, Edinson Delgado del partido Liberal, Eduardo Joshe Tous del Partido de la U, y se les cerraron las puertas a otros que querían imponer en el Congreso agendas basadas en la discriminación y en el odio como Oswaldo Ortiz del partido Centro Democrático o Jaime Arturo Restrepo, más conocido como el Patriota, quien aspiraba a llegar a la Cámara de Representantes con aval de Opción Ciudadana.


A pesar de estos castigos, los resultados electorales dejan todavía muchos retos. No se trata de sobredimensionar las victorias descritas, es reconocer que así nuestro hoy siga definido por un sistema político perverso y los resultados de las elecciones presidenciales puedan representar un nuevo retroceso, si superamos la ceguera política, la miopía electoral, el campo ganado será el cimiento para sanar un poco nuestra manoseada democracia.


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