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Hambre, miedo y amor: los tres motivos y los tres países

Por: Gonzalo Duarte, Investigador Conflictos asociados al desarrollo- Pares


1929, hace casi 90 años, el reconocido filósofo antioqueño Fernando González escribió: “Consideremos, pues, al hombre en sus tres aspectos de hambriento, amante y miedoso. Toda invención y toda ideología humana caben aquí, en estas tres casillas”. Estos tres aspectos están presentes en toda la vida del hombre, pero al parecer también pueden estar presentes en la vida de una Nación.

En las últimas semanas es notable como las palabras de González, que nació y murió durante la república de Núñez, bajo los mandatos de la Constitución de 1886, aún hoy siguen vigentes. Esto con mayor claridad, una vez se advierte que para la segunda vuelta presidencial el país se encuentra ante dos opciones para elegir su futuro, y tal binarismo ha conllevado al enfrentamiento de dos proyectos opuestos.

En primer lugar, está el país del hambre. El país del hambre consiste en ese gran mancomunado de personas que año tras año viven con la incertidumbre del futuro. Son una gran masa de ciudadanos que gustosamente reciben dinero, comida o alcohol a cambio de su voto por algún candidato, el cual probablemente no estará interesado en mejorar las condiciones de vida de este grupo de personas, ya que allí encuentran una constante base de votos que le aseguran un futuro en los cargos públicos. Este es un país que da un paso al costado, ante los problemas colectivos que se avecinan, es un país que piensa desde el individuo y la solución inmediata de las necesidades del día. Es el arquetipo del interés individual.

En segundo lugar, está el país del miedo. El país del miedo se compone de una forma bastante particular, pues a este no le interesan los cambios o las transformaciones, en esencia son un conjunto de ciudadanos aliados de la resignación que consideran que un mejor país, junto a mejores condiciones de vida, no son posibles, y que la única forma de transformar la realidad es desde el plano individual. Para este país se ha presentado una opción retardataria, que ofrece regresar a la Colombia de comienzos del milenio. Es decir, un país donde la vida no era respetada, ni mayor motivo para la indignación. En cambio, el disfrute de la propiedad era el máximo estandarte la época. Y es allí donde se encuentra el miedo.

Este país tiene un gran temor frente a la posibilidad de perder los objetos que han adquirido en su vida, lo cual es sumamente respetable en tanto muchos colombianos han trabajado arduamente para contar con una vivienda propia, un negocio propio o un vehículo que le brinda la posibilidad de trabajar. Pero es tal temor el que alimenta este proyecto político retardatario, es allí donde tiene su imperio, ya que aboga por presentarse como el único capaz de defender estas posesiones, aunque para ello la población colombiana deba seguir soportando los atropellos del mal manejo de los recursos fiscales, la violación de los derechos humanos más básicos como la vida, la educación y la salud. Es el país del miedo el que se retrae alrededor de la autoridad, de quien se presenta como ejecutor de la ley, pese a querer ignorarla de manera sistemática desde hace décadas.

Además, este país del miedo también cuenta con otro componente adicional: el miedo al otro. El otro como negro, como homosexual, como joven resiliente, como mujer utópica, como indígena y como ambientalista. Este otro resulta indeseado para el país del miedo, ya que le recuerda continuamente la existencia de la desigualdad, del racismo, el machismo, la degradación ambiental y demás aspectos que no se solucionan desde el plano de lo individual, sino de lo colectivo. Allí es donde el país del miedo prefiere solo cerrar los ojos e ignorar su entorno, tapar sus oídos para acallar los gritos y tapar su boca porque no tiene nada bueno que decir.

En tercer lugar, está el país del amor. González señalaba el amor como el sentimiento preponderante durante la juventud, esa juventud que se guía principalmente por los valores positivos, los del triunfo, los de la transformación, los del sueño a futuro. Esta es la condición del tercer país, el que más allá del miedo ve esperanza, y en el que se espera construir un país en el que caben todos. Acá nadie anhela violentar los derechos y creencias del país del miedo, sino que se aspira en algún momento incluirle en esta proyección, donde se les demuestre que no es despreciable exigir el respeto a la vida, el respeto a los derechos de las personas, a la libre opinión o la tranquilidad pese al disentimiento. Este es el país que percibe su entorno, que entiende lo injustificable que es seguir por la misma senda y que pese a no tener certezas frente al nuevo camino por recorrer, sabe que el de ahora no lo llevará a ningún lado.

Ahora bien, quizás el mayor defecto de este país es el de a veces caer en la ingenuidad, y que suele soñar más allá de lo que en realidad llegar a la presidencia le permitiría. Pero este es un defecto que solo se logrará solventar una vez quienes nunca han gobernado, quienes nunca han decidido, quienes nunca han sido tenidos en cuenta, logren gobernar, decidir y hacerse notar. Esta es la opción de la democracia participativa y de la discusión pública, donde por fin el país no peleará sobre la paz o la guerra, sino sobre cómo llegar a construir un mejor futuro.

Estos son los tres países, más allá de los candidatos.

Pensé incluir a los votantes en blanco, pero estos quizás son los únicos que no entran dentro de las palabras de Fernando González, ya que parece que no sienten hambre, miedo ni amor.


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