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El péndulo

Por: León Valencia, director – Pares


Hay una expresión que quizás nos permite aclarar, sin apasionamientos, lo que ha cambiado con la llegada de Iván Duque y el Uribismo a la presidencia de la República, esa es: pasamos de la paz a la seguridad como emblema de gobierno.

En Europa se habla -ahora menos- del movimiento del péndulo de la derecha a la izquierda, o viceversa, cuando se producen giros de gobierno y el poder pasa a un partido de distinto signo. Si examinamos lo que ha ocurrido en Colombia en los últimos treinta años podemos decir, sin lugar a equivocarnos, que el péndulo se ha movido de la paz a la seguridad, dado que la polaridad derecha e izquierda -que ahora parece empezar- en realidad no existía.

En los años noventa del siglo pasado la paz fue el signo de tres gobiernos. Luego fue Uribe quien, de manera inteligente y audaz, se montó en la palabra seguridad y ganó en dos oportunidades la presidencia. Vino Santos y, cuando nadie lo esperaba, retomó la palabra paz y le dio sentido y oportunidad en unas negociaciones difíciles y traumáticas con la guerrilla. Ahora, tanto en la campaña electoral como en los discursos de posesión y en la composición del gobierno, ha sido evidente que Duque y el uribismo le apuestan a reinstalar la seguridad como propósito central del mandato.

Los vocablos asociados a la paz son el conflicto, la reconciliación, la convivencia, la justicia transicional, el postconflicto, la verdad, la reparación, la diversidad, la pluralidad y otras más; en cambio, las palabras asociadas a la seguridad son la autoridad, el orden, la legalidad, la justicia, el combate a la impunidad, la cohesión y otras más. Ahora bien, en política no se puede hablar de cosas absolutas, se habla de énfasis, de fundamentos, de líneas rojas, en fin.

Por eso cuando a Santos se le decía que su propósito era la impunidad el contestaba que la justicia estaba claramente articulada a la paz; o cuando a los uribistas se les tildaba de enemigos de la paz señalaban que no era cierto, que ellos hablaban de una paz sin impunidad, una paz claramente articulada a la justicia y a la seguridad.

En estos días los medios de comunicación, los analistas y los políticos han hablado de las notorias diferencias entre el discurso de Ernesto Macías, presidente del congreso, y de Iván Duque, presidente del país, el siete de agosto. Pero si se examinan en detalle y desde la perspectiva de la seguridad, los discursos tienen una misma esencia. Macías pintó un país en un enorme deterioro, pero el énfasis estaba en la inseguridad y el discurso de Duque se movió en el plano positivo del hacer, pero su énfasis estaba en la seguridad. El uno era la línea de base del otro.

Tampoco es gratuito que Duque en la primera semana de su mandato haya decidido ir en compañía de su ministro de defensa, Guillermo Botero, al Catatumbo, en la convulsionada frontera con Venezuela y a Nariño en la no menos difícil frontera con Ecuador y el Pacífico; o que en las primeras de cambio haya rebautizado la oficina del Alto Comisionado de Paz como Consejería para la Legalidad y el ministerio del postconflicto como Consejería para la Estabilización.   

Es probable que Duque no sea capaz de reinstalar el mito de la seguridad como el leitmotiv de la política colombiana. Las circunstancias son bastante distintas a las que se vivían en 2002 cuando llegó el presidente Uribe. La idea de la paz y la reconciliación ha tomado un gran vuelo con motivo del acuerdo de paz con las FARC. No estamos tampoco en medio de la cruzada antiterrorista mundial que encabezó Bush y la comunidad internacional en pleno le ha apostado a la paz de Colombia.

De otro lado, en el mapa político Colombia ha aparecido de súbito una enorme oposición de izquierdas que, con mayor convicción y autenticidad que quienes acompañaron a Santos, enarbolará las banderas de la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera.

Pero, precisamente, por la enorme dificultad que tendrá Duque para echar para atrás lo realizado por Santos, la confrontación entre quienes se aferran al mito de la paz y quienes se la juegan al mito de la seguridad, será muy dura y constante, así en algunos momentos se realice de manera abierta, discursiva y radical y en otros se tramite de manera sutil y tranquila. 

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