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“El próximo viernes, el M-19 dejará las armas”

Foto: Archivo diario La Opinión


También el M-19 y las guerrillas que han negociado la paz se han rehusado a usar la palabra entrega porque la consideran –tal vez con un exagerado rigor semántico– símbolo de rendición.

Así rezaba el titular de El Tiempo el lunes 5 de marzo de 1990. El encabezado de la noticia traía estos detalles: “Llegaron a Bogotá los delegados de la comisión técnica de la Internacional Socialista (IS), encargados de recibir este viernes las armas que entregará el M-19. La comisión irá a Santodomingo (Cauca) y a Vergel (Huila), para hacer el inventario y decidir el destino del armamento”. Después se supo que cargaron las armas en camiones y las llevaron a hornos de fundición, y se supo también que Antonio Navarro se fue detrás de los camiones para comprobar la destrucción completa de fusiles y pistolas.

Mis amigos del M-19 celebran este lunes 9 el día en que les dijeron adiós a las armas y, quizás, algunos medios de comunicación y muchas personas, que vivieron la odisea de esta guerrilla, recuerden este hecho que dio paso a otros acontecimientos de honda repercusión en el país: la reforma constitucional, la ruptura del bipartidismo, la emergencia de nuevas fuerzas políticas, la gestación de la esperanza, la suprema esperanza de la paz, que alentó el espíritu de los colombianos por un instante. Entre 1990 y 1994 cayeron todos los indicadores de violencia, las Farc y el ELN se sentaron a negociar, y los carteles de las drogas sufrieron golpes impresionantes. El país tuvo un gran respiro que se esfumó en 1995 cuando empezó otro ciclo de violencias.

Ahora estamos tejiendo un nuevo desarme que ojalá sea el definitivo. Los uribistas han envenenado la discusión diciendo que la palabra dejación esconde el interés perverso de mantener las armas. Con estas mentiras han hecho política a lo largo de estos tres años de negociaciones de paz y han conseguido que mucha gente les crea. Se aprovechan de la fugaz memoria de los colombianos. También el M-19 y todas las guerrillas que en Colombia han negociado la paz se han rehusado a utilizar la palabra entrega porque la consideran –tal vez en un exagerado rigor semántico– símbolo de rendición.

Los guerrilleros nunca han querido ‘entregar’ sus armas a la contraparte. Si los lectores examinan en detalle la noticia de hace 25 años sabrán que el verbo dejar preside el título y se habla de entrega a una fuerza internacional. Se percatarán igualmente del celo con el que vigilan el destino final del armamento. Con esa misma obstinación han cumplido los acuerdos. El M-19 se mantuvo firme en la decisión de la paz aun en el momento más doloroso de su historia, cuando un mes y medio después de la firma del acuerdo fue asesinado Carlos Pizarro ya entonces candidato presidencial. Sería muy bueno que, con ocasión del aniversario, se le reconociera por parte de las autoridades del país al M-19 la valentía y la generosidad con la que enfrentó el sacrificio de su líder.

La discusión que ahora se adelanta en La Habana y la que libran el gobierno y el ELN en la etapa exploratoria de la negociación en Quito, Ecuador, tiene que ver exactamente con estas realidades. El equipo negociador del gobierno, ahora compuesto también por militares activos, tiene que asegurar que las guerrillas dejan por completo sus armas, que no abrigan la menor intención de esconder alguna porción de sus recursos bélicos. Pero los plenipotenciarios de las Farc y del ELN están obligados por sus militantes a conquistar protocolos de dejación de armas para fuerzas no vencidas; están empujados por la historia a pactar hasta el último detalle de la protección de sus vidas después del desarme y la desmovilización.

La guerra es un amasijo de miedos, incertidumbres y desconfianzas. Es así para todos los implicados en la confrontación. Pero la paz no es menos azarosa. Lo sé porque viví el feroz conflicto de los ochenta y las negociaciones de los noventa. Cada bando tiende a ocuparse de sus angustias. Pero llega un momento en el que los contendientes deben intentar ponerse en los zapatos del otro. Creo que ese momento ha llegado.

Las Farc en muchos de sus discursos dejan dudas sobre la disposición al desarme completo y con esto le dan pretextos a la oposición para seguir mintiendo. También en el ELN abundan los subterfugios. Pero el gobierno tampoco ha logrado espantar el fantasma de las desconfianzas y enviar señales de que asegurará un ingreso tranquillo de las guerrillas a la vida civil. La fotografía de esta semana, de los militares sentados a la mesa con los guerrilleros de las Farc, en un ambiente de conversación atenta, puede ser el comienzo de una etapa en la que las partes se ocupan seriamente de las incertidumbres del otro.

Columna de Opinión publicada en Revista Semana


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