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Gabinete para la paz



Nadie me está preguntando. Hablo de puro metido. Desde una posición muy distante de los partidos. Además, es muy probable que ni a Santos, ni a la izquierda, ni a la guerrilla se les haya pasado por la cabeza la necesidad de conformar un nuevo gabinete ministerial, un gabinete para la paz. Pero ese si sería un nuevo aire en la política colombiana, ese si sería un mensaje contundente de que algo va a cambiar en el país con la firma del acuerdo entre el gobierno y las Farc.

Santos le ha entregado los dos temas cruciales, los dos temas taquilleros, los que quizás definan la Presidencia en 2018, al Partido Liberal y a Cambio Radical. A los liberales los puso a la cabeza de la paz, tienen el jefe de la delegación en La Habana y los ministros del interior y posconflicto. A Germán Vargas Lleras le dio la infraestructura de la cual depende ahora la modernización del país y la reactivación de la economía. Esos son los pilares del gobierno. El resto de los ministerios los ha repartido más o menos equilibradamente entre las otras fuerzas de la coalición.

Esta distribución del poder no refleja la realidad de las elecciones presidenciales y regionales de 2014 y 2015. Refleja lo de siempre, unas elites cerradas, herméticamente cerradas, a la participación de nuevas fuerzas. Pero, además, ese equipo, el de Santos, no es el más conveniente, no es el más idóneo, para encarar los retos y las transformaciones que deberá afrontar el país una vez se firme el acuerdo de paz con las Farc y se adelanten las negociaciones con el ELN.

En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2014, Clara López en representación del Polo Democrático y Enrique Peñalosa en representación del Partido Verde obtuvieron más de 3 millones de votos. Las mayorías en esos dos partidos respaldaron luego a Santos en segunda vuelta y fueron decisivas para su victoria sobre Óscar Iván Zuluaga. Eso no tiene discusión.

En las elecciones regionales, el Partido Verde y el Polo pusieron más de 2 millones de votos para los concejos municipales y obtuvieron algunas gobernaciones y alcaldías importantes en las zonas del conflicto armado. A estos dos partidos con un electorado consolidado se le pueden sumar otros movimientos y candidatos independientes con una clara inclinación hacia la izquierda y un compromiso indiscutible con la paz.

Pues bien, esos ciudadanos, esos electores y esos partidos, en pura justicia electoral, deberían tener una representación adecuada en el gobierno nacional, deberían tener la oportunidad de influir en las decisiones y en las reformas que tienen que ver con la paz y con el posconflicto desde el Ejecutivo, que es el lugar donde reside el 80 por ciento del poder en un régimen presidencialista como el nuestro.

Algo más importante aún. A Santos le convendría mucho que a la hora de utilizar las facultades extraordinarias para legislar sobre los acuerdos de paz tuviera a su lado, en el gabinete, a personas conocedoras de los temas y de las regiones del posconflicto, comprensivas de la otra Colombia, de la Colombia que abriga a las insurgencias y a las poblaciones marginadas. Ese otro país que difícilmente se ve desde Bogotá. Le convendría tener interlocutores idóneos con la Alta Comisión Legislativa que se encargará de tramitar en el Congreso las reformas para cumplir con los acuerdos de La Habana. Le convendría tener líderes que contribuyan a una gran votación en el plebiscito.

Santos debería darse esa pela. Emprender esa fuga hacia adelante. Llamar a las fuerzas de izquierda a conformar un gabinete para la paz. No basado en representaciones individuales y en personas que, con un pasado de izquierdas, van al gobierno a validar decisiones abiertamente contrarias al pensamiento de sus partidos de origen. Buscar a personas de carácter, ideas y capacidad técnica que, con el aval del Polo, del Partido Verde y de otras fuerzas independientes, se comprometan a acompañar al gobierno en los retos que vendrán en estos dos años decisivos para Colombia.

También las izquierdas tendrían que darse la pela y abandonar la oposición a ultranza para aportar desde el Ejecutivo a las transformaciones del país, sin perder su identidad, sin abandonar sus ideas. No será fácil. Los argumentos en contra de la participación serán de peso. El primero de todos: la gran distancia con la política económica y social de Santos. Pero en estos terrenos es justo reclamar alguna libertad. Así lo acaba de hacer el Partido Liberal en el controversial caso de la venta de Isagén. Habrá, igualmente, mucho temor por las reacciones del electorado y de los opinadores de izquierda, de cara a las elecciones de 2018. Ahí cae como anillo al dedo una frase de los italianos: “El poder desgasta, pero en ocasiones desgasta más la oposición”.

Esperaré a que el día siguiente a la firma del acuerdo con las Farc tenga algún recibo esta idea.

Columna de opinión publicada en Revista Semana


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