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Memorias de paz con el Epl



Hace 25 años, durante la primera semana de marzo de 1991, unos 2.200 combatientes del Ejército Popular de Liberación (Epl) sellaron un acuerdo de paz con el Estado y dejaron sus armas. Los fierros de la guerra fueron fundidos y se construyó una obra de arte en honor a las víctimas del conflicto armado. En aquellos tiempos, los derechos de las víctimas no era un referente internacional, aunque sí tenían figuración varios de los dirigentes que hoy buscan la paz. Por ejemplo, Rafael Pardo, actual ministro para el Posconflicto, ofició como negociador y Humberto de la Calle, vocero del Gobierno en los diálogos de La Habana, era el ministro de Gobierno. La Asamblea Constituyente era el centro de debate con las guerrillas. Un cuarto de siglo después, cinco comandantes del antiguo Epl recordaron esos días en los que se firmó la paz, para reflexionar sobre los que se vienen.

No se veían desde hace mucho tiempo, pues su reencuentro con la vida civil los condujo hacia proyectos distintos. Sin embargo, hoy coinciden en el interés por construir memoria histórica y trabajar con las comunidades. En sus rostros se advierten las huellas del paso del tiempo, pero sus recuerdos siguen intactos. Por eso, rememoran emocionados los debates internos que los acercaron a firmar la paz, sin olvidar tanto los relatos de los combates como de los días en que buscaron a Rafael Pardo para negociar. Se les quiebra la voz cuando hablan de dos de sus figuras más importantes: Óscar William Calvo y Ernesto Rojas, dos hermanos que alcanzaron la comandancia del Epl y que murieron asesinados antes de cumplir su sueño: hacer política democrática.

El Epl, como las Farc y el Eln, nació a mediados de los años 60, en los Llanos del Tigre, en el departamento de Córdoba, influenciado por las experiencias revolucionarias de Cuba, la Unión Soviética y China. Según cuenta Álvaro Villarraga, uno de sus dirigentes políticos, “el Epl surgió en diciembre de 1967, realizando una reforma agraria de hecho, creando microgobiernos con lo que llamaron las juntas patrióticas populares en diferentes regiones: el alto Sinú, el alto San Jorge y el bajo Cauca, con influjo en Urabá y el nordeste de Antioquia”. Al tiempo que este movimiento guerrillero se desarrolló militarmente, también se organizó como partido político clandestino bajo el nombre de Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Durante sus 23 años de vigencia hizo especialmente presencia en Valle, Antioquia, Córdoba y Sucre, y llegó a ser una fuerza armada más grande que el M-19.

“Entre el año 67 y el 71 hubo una confrontación bélica muy intensa con las Fuerzas Armadas. En esa etapa murieron la mayoría de los fundadores de la organización o dirigentes del partido. No obstante, a lo largo de la década de los años 70 tuvo un notorio desarrollo militar, sobre todo en los departamentos de la Costa Atlántica. El proyecto tuvo muy buena acogida en núcleos estudiantiles, en sindicatos, en campesinos y obreros rurales. Hacia el año 1980 se incrementó el accionar político y la dirigencia se concentró en consolidar un amplio frente político de izquierda. En esa época, el Epl se extendió a varias zonas del Eje Cafetero, la región del Catatumbo y el Putumayo”, explica Álvaro Villarraga, quien hoy está convertido en un auténtico historiador de los procesos de paz en Colombia, refiere que fue en esa época que comenzaron los vientos de cambio.

En el año 1984, como los demás grupos guerrilleros, el Epl negoció acuerdos de cese el fuego con el gobierno de Belisario Betancur y participó en las primeras negociaciones de lo que posteriormente fue la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. “En ese momento hicimos la propuesta de que la solución política con la insurgencia era desarrollar una Asamblea Nacional Constituyente. Los voceros fueron Óscar William Calvo y Ernesto Rojas. De hecho, ellos firmaron la tregua de 1984. Nosotros queríamos la constituyente como una opción para toda la insurgencia. Sin embargo, en aquella época no se respetó la tregua, porque la Fuerza Pública no la acogió ni se dieron las reformas exigidas”, añade Villarraga.

Entonces lo interrumpe Jaime Fajardo Landaeta, otro de los históricos dirigentes y constituyente en 1991: “Hubo sectores de los militares, los políticos o los empresarios que se opusieron siempre a la negociación y empezaron a impulsar el rompimiento. Óscar siempre decía: nosotros no vamos a romper la negociación, que lo hagan ellos. Pero se aprovechó el terrible suceso del Palacio de Justicia. A los ocho días mataron a Óscar William Calvo en Bogotá y todo se fue al traste. El rompimiento de la tregua se vino encima sin que lo previéramos. Tanto que no hicimos una retirada estratégica, como sí lo hicieron las Farc. Nosotros quedamos por fuera y nos mataron mucha gente. En 1985 asesinaron a nuestros cuadros principales. A Ernesto Rojas lo capturaron en Bogotá, lo asesinaron y fue presentado como muerto en combate. Lo más doloroso es que dijeron que lo habían matado en un combate, y lo pusieron manejando un carro con una pistola en su mano derecha. Pero él no sabía manejar y era zurdo. Con esas acciones se golpeó a lo más democrático de la insurgencia”.

Y agrega detalles a su interpretación. “El problema de la tregua fue que Belisario no sabía para dónde iba. En la comisión negociadora le planteamos qué cual era la posición del gobierno para hallarle una salida al conflicto armado y dijo que lo importante era que la gente nos conociera y se diera cuenta que no éramos ni tan malos. Nosotros dijimos que eso no era lo que veníamos a negociar. Que lo que queríamos era resolver las causas del conflicto. Y ese asunto nunca se resolvió, el Gobierno solo quería hacia comisiones que nunca terminaban en nada”.

Todos hoy coinciden en que la constituyente fue una idea nacida de los hermanos Calvo y se convirtió en la bandera del Epl. Por eso, en tiempos de Barco y Gaviria, cuando se recobraron los diálogos de paz y se abrió la opción de citar a una constituyente, la organización no dudó en reiniciar contactos de paz. “La decisión fue buscar a Rafael Pardo. Yo lo llamé y le dije que queríamos hablar con él. Así se dio la primera cita en Antioquia. La siguiente fue en Bogotá con Bernardo Gutiérrez. Éramos tres del Estado Mayor y el hombre se sorprendió. Le dijimos que era en serio, que queríamos negociar. En esa reunión llegamos a tal nivel de entendimiento que cuando íbamos a pagar la comida, Pardo lo hizo. Nosotros aceptamos, pero lo que él no sabía era que además de los tres dirigentes había un poco de gente de seguridad que también comió. Le tocó pagar un billete largo. Desde ese día la consigna fue dejar las armas a discreción de la constituyente”, resume Fajardo Landaeta.

En ese momento interviene Darío Mejía, también excomandante del Epl y constituyente en 1991, para reflexionar sobre el presente: “La génesis de la constituyente fue el debate interno analizando el momento político que se vivía. Un Estatuto de Seguridad muy fuerte. Persecución, asesinatos, torturas. Un episodio muy oscuro de la vida nacional. En ese momento Óscar William y el PCML empezamos a plateamos un diálogo nacional para sumar a la gente. También trazamos que ese diálogo nos debía conducir a una apertura democrática. Se necesitaba abrir canales de participación”.

Los recuerdos de Mejía lo traen al debate que hoy vive el país por cuenta del proceso de paz con las Farc y relata que lo que ocurrió hace unas semana con un grupo de guerrilleros haciendo pedagogía de paz en La Guajira fue muy similar a lo que ellos hicieron en sus días de negociaciones. “Nosotros hicimos lo mismo en los años 84 al 86, que desde Teque nos trasladamos en carros, armados, a través de un cordón militar hasta Nutibara, en Frontino”. También se ve en el espejo cuando las Farc dicen que no van a dejar las armas. “Yo recuerdo ese mismo momento. Fue un tránsito difícil. Cuando usted le ha dicho a la gente que las armas son del pueblo, que valen mucha sangre, que han costado sacrificio, pues no es tan fácil decir, de buenas a primeras, que hay que entregarlas. Eso es un proceso, porque significa replantear aspectos constitutivos del adn del guerrillero”. El proceso de negociación se extendió por 11 meses, entre mayo de 1989 y febrero de 1991. El acuerdo luego se ratificó en asamblea de combatientes y en actos simultáneos el 3 de marzo se hizo la dejación de armas.

Interrumpe el diálogo Villarraga para precisar los datos: “Nos desmovilizamos 2.200 combatientes y 6.400 cuadros y militantes clandestinos. Eran 18 frentes rurales que hacían presencia en casi todos los departamentos. Nos concentramos en diez zonas que se redujeron a seis. Quedó una pequeña disidencia, pero el grueso de nuestros militantes entra a la vida política nacional. Hemos tenido constituyentes elegidos por la guerrilla en votación, otros dos elegidos en alianza con sectores. Hemos tenido senadores, representantes a la cámara, asambleísta, concejales, alcaldes e inserción en la vida social del país”.

Otro detalle sobre la historia del Epl fue el tránsito ocurrido respecto a su identidad con los grupos armados. Esta guerrilla nació siendo prima del Eln, luego rompe con este vínculo y se acerca más a las Farc. Al final firma la paz junto al PRT, el Quintín Lame y el M-19. Y en la historia también quedó rastro de que tras su desmovilización, muchos de los exguerilleros del Epl terminaron integrando los grupos paramilitares de Carlos y Vicente Castaño. Un tránsito que sólo entienden quienes han vivido las turbulencias de la guerra. Darío Mejía retoma la palabra para aportar una anécdota sobre los encuentros con Rafael Pardo. “En una de las reuniones lo trasteamos por todo Bogotá y cuando nos bajamos en el sitio dela reunión se llevó una gran sorpresa al darse cuenta que estábamos a tres cuadras del Palacio de Nariño. Allí tuvimos la primera reunión, lo acompañó Ricardo Santamaría y Carlos Eduardo Jaramillo. La segunda conversación fue también en Bogotá, y en la tercera nos lo llevamos a los llanos del Tigre, en Córdoba. En ese sector hacemos el primer acuerdo, en 7 y 8 de junio de 1990”.

Villarraga insiste en traer las historias del pasado al presente y explica las diferencias entre el proceso de paz del Epl con el que se desarrolla con las Farc en La Habana. “La característica de nuestras negociaciones fue que se hicieron de manera itinerante. Primero en Bogotá. La segunda en Córdoba. El siguiente fue un acuerdo en Urabá. Luego, en Labores, Antioquia. Después volvimos a Urabá. Y los acuerdos finales fueron en Juan José (Córdoba), en Bogotá, Medellín y distintos campamentos”. También explica que el acuerdo final fue tener dos constituyentes plenos en la Asamblea Nacional; Desarrollo regional en las zonas de presencia histórica; recursos para los concejos de normalización; participación política; amnistía e indulto para los miembros de la guerrilla; y una serie de comisiones en derechos humanos, superación de la violencia. También un programa de atención de las víctimas; y garantías para el rencuentro de los combatientes con la vida civil.

Y concluye Villarraga: “La aplicación de los acuerdos fue muy traumática. El montaje institucional fue muy lento y eso incentivo las disidencias. El punto más grave fue la seguridad. Las guerrillas del 90 tuvieron el 20% de muertos. El Estado no garantizo la seguridad en los territorios. La zonas que estaban en control de las guerrillas fueron ocupados por los paramilitares. Tuvimos más de 600 muertos; documentamos más de 300 combatientes. Tuvimos una tragedia humanitaria. El Estado no impidió que otros atacaran a la población de excombatientes. Nos atacó las Farc, el Eln, los paramilitares. El Estado fue incapaz de cumplir el acuerdo en los territorios. Fue un proceso muy traumático. El resultado es de muchos grises, pero en general: hubo cumplimiento. Hay elementos exitosos en un panorama muy complejo”. Dos mujeres lo interrumpen para complementar su visión sobre la guerra y la paz.

Son Myriam Criado y Neila Hernández. La primera tuvo funciones políticas en el partido clandestino. La segunda fue jefa y combatiente. “El 20 de mayo de 1990 se dio el primer acuerdo. En el EPL había una ilusión enorme por hacer política democrática. Así que cuando surge la posibilidad de una negociación lo vivimos como si hubiéramos firmado el acuerdo final. El modelo de negociación, igual al de hoy, sigue siendo negociar con base en la relación hombre-arma. El Estado negocia con quien tiene el arma, no con quien desarrolla la idea.”, advierte Criado como una forma de criticar el único afán del Estado. Y cierra la charla Neila Hernández: “Lo que entonces vivimos en los campamentos es parecido a lo que puede estar pasando hoy con las Farc. El Gobierno no cuenta el número de hombres, sino el de las armas. Y reduce los diálogos a eso. Pero el espacio es para la política y es el camino correcto para llegar a la paz”.

 Nota tomada del Espectador.com 


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