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Ordóñez camino a ser el Bedoya Pizarro de 2018



El fervor y el optimismo con el que Alejandro Ordóñez ha acometido su campaña presidencial me han hecho recordar al general Harold Bedoya Pizarro. Bedoya, separado por Ernesto Samper de la comandancia general de las Fuerzas Militares a mediados de 1997, salta a la arena política precedido de una gran popularidad.

Había logrado el reconocimiento en la opinión atacando desde adentro, bien instalado en la institucionalidad, las iniciativas de paz y derechos humanos del jefe de Estado; criticando abiertamente al primer mandatario y aupando a los opositores que habían pedido insistentemente su renuncia a causa de la crisis política desatada por el Proceso 8.000. Pensó entonces que ese discurso y esa actitud le permitirían convertir la favorabilidad momentánea en una lluvia de votos en las elecciones de 1998.

Ordóñez está en un libreto parecido. Convirtió la Procuraduría General de la Nación en una tribuna para desvirtuar las negociaciones de paz, golpear sin miramientos al presidente Santos y al gobierno y alentar permanentemente a las fuerzas de oposición. Anulada su elección por el Consejo de Estado, debido a tráfico de influencias en su designación, se ha apresurado a lanzar su candidatura a las elecciones de 2018 convencido de que puede capitalizar los odios y las desconfianzas que recaen sobre Santos, las Farc y los acuerdos.

El entusiasmo inicial de Bedoya Pizarro tenía sus buenas razones. En el momento de su abrupto retiro de las Fuerzas Militares marcaba un 40 por ciento de intención de voto en las encuestas y la popularidad de su blanco de insultos y críticas, el presidente Samper, estaba por el suelo. Pero la dicha le duró poco. No pasaron muchos meses para que su candidatura se fuera desinflando hasta terminar en una lánguida votación de 192.173 sufragios. Luego se lanzó a la Alcaldía de Bogotá y le fue aún peor.

También Ordóñez tiene la ilusión de arrastrar a la mayoría de los electores que votaron No a los acuerdos de paz en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, fungiendo como el más radical de la fronda opositora y el más firme defensor de las ideas de la derecha ultramontana.

Pero para lograr este cometido necesita del aval de Álvaro Uribe –que es el gallo en el gallinero de los adversarios de la paz– y eso es poco probable. Uribe lo mira de reojo. Sabe que Ordóñez es un recién llegado a sus filas. Sabe que en el primer periodo al mando de la Procuraduría pasó de agache frente al gobierno de Santos y solo vino a sacar las uñas después de su reelección. Tiene más viva que nunca la traición de su candidato a la Presidencia en las elecciones de 2010 y le resultará muy difícil arriesgarse con otro advenedizo en su círculo.

Ahora bien, los parecidos entre Bedoya Pizarro y Ordóñez no empiezan en la manera como llegaron a sus aspiraciones presidenciales. La verdad es que hicieron gestiones similares el uno en la cúspide de las Fuerzas Armadas y el otro en el encumbrado cargo de la Procuraduría General de la Nación.

Bedoya fue quizás el comandante más ineficiente, el más vencido, de toda la historia de las Fuerzas Militares: bajo su mando el Ejército recibió 17 grandes derrotas consecutivas a manos de las Farc. A la vez fue en su tiempo cuando se gestó el gran fenómeno paramilitar que asoló al país a finales del siglo pasado. Escondía todos los fracasos en una retórica virulenta contra las guerrillas. Lo que perdía en los campos de batalla lo ganaba vociferando en los micrófonos.

A Ordóñez no le fue mejor. Puso a una institución que tiene por mandato la misión de representar a la sociedad civil, al pueblo entero, a defender los intereses de una facción política, con lo cual enlodó de triste manera el Ministerio Público; se lanzó contra los derechos esenciales de minorías que son especialmente protegidas en las democracias modernas; impuso sanciones de destitución a personas de orillas ideológicas antagónicas que luego se cayeron en otros tribunales. La salida de la Procuraduria corona una carrera de clientelismo y corrupción.

Ni la voz ni las actitudes de Alejandro Ordóñez han sido menos elementales y menos incendiarias que las del ya fallecido general Harold Bedoya Pizarro. Semana tras semana salía de su despacho una sarta de injurias contra las negociaciones de paz que se adelantaban en La Habana, y en medio de su obsesión opositora tuvo la osadía de reunirse en La Haya con funcionarios de la Corte Penal Internacional para solicitarles su intervención en el proceso de paz colombiano.

No se puede descartar del todo que Uribe decida abrigar la candidatura de Alejandro Ordóñez, tienen discursos similares, odios comunes, obsesiones parecidas. Además el exprocurador ha buscado afanosamente hacer méritos para lograr ese favor y se ha puesto obediente, detrás de Uribe, en el plebiscito, en la convención del Centro Democrático y en todas las cruzadas que emprende el jefe indiscutible de la derecha. Pero si este milagro no ocurre, el destino que le espera a Ordóñez no será muy distinto al de Harold Bedoya Pizarro

Columna de opinión publicada en Revista Semana


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