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El mito de la polarización

Por: Jorge Andrés Hernández, Coordinador de la Línea Democracia y Gobernabilidad-Pares


Tras las elecciones del 11 de marzo, los militantes “centristas” de la candidatura presidencial de Sergio Fajardo han planteado de modo apocalíptico que Colombia parece estar atrapada entre los fantasmas políticos del siglo XX: el fascismo y el comunismo. La nación se encontraría en una polarización política insostenible, representada por Iván Duque y Gustavo Petro: la extrema derecha y la extrema izquierda, el miedo y la revancha. Sin embargo, los moderados centristas habrían alcanzado el ideal aristótelico de la Mesotes: el término medio, armónico y virtuoso entre conductas extremas y desmedidas. Paradójicamente, quienes dicen rechazar el miedo generado por el “populismo” entusiasta de ambos bandos, suscitan un nuevo miedo: Colombia estaría ad portas del totalitarismo, la intolerancia y el irrespeto de las normas democráticas, si no elegimos a los nuevos profetas de la moderación y la civilización racional. Es lo que ocurre en todo relato apocalíptico: nos encontramos al borde del abismo, pero hay un camino, hay un grupo de elegidos que nos salvan de la destrucción. Se cuestionan los relatos mesiánicos, pero se construye uno nuevo.

Las premisas del nuevo relato son erróneas. Iván Duque no es el Álvaro Uribe de 2002 y Gustavo Petro no es el Chávez criollo. Pero vamos por partes. No cabe duda de que, en términos ideológicos, ambos representan la derecha y la izquierda más definidos de la cultura política nacional. Sin embargo, las ideologías políticas son productos del diálogo con las circunstancias históricas. En 2002, Álvaro Uribe representó la indignación ante el fracaso de las negociaciones con las FARC y encarnó la perspectiva de solución militar al innegable avance de las fuerzas guerrilleras. Así construyó un movimiento político inédito en la Colombia contemporánea y pulverizó la hegemonía histórica del bipartidismo, con un enemigo claro y definido: las FARC. Pero Iván Duque está lejos de repetir los resultados de Uribe en 2002 y 2006 y aplastar en primera vuelta. El país tiene hoy otra pluralidad política.

Quienes creen que Iván Duque será un simple títere de Uribe nos decían lo mismo de Santos en 2010. Pero la realidad siempre es más compleja que los clichés aprendidos. Porque hoy ya no existe el mismo enemigo. Las FARC firmaron un raquítico proceso de paz, acaban de mostrar que son una fuerza política marginal y, a lo sumo, una eventual presidencia de Duque ajustaría elementos secundarios de los acuerdos. Ya es un proceso irreversible. Pero el uribismo tiene un nuevo mejor enemigo: el petrismo.

Las posibilidades de que Petro llegue a la Presidencia son limitadas. Pero, incluso si lograse hacerlo, tendríamos un gobierno de izquierda moderado. Es lo que dicta la realidad histórica. Sin mayorías parlamentarias y sin mayorías sociales de izquierda, Petro tendría que negociar con los “poderes fácticos”: el empresariado y los grandes grupos económicos. Es lo que hizo Lula tras llegar al poder en Brasil y es lo que hace cualquier mandatario realista. Buscaría algunas reformas esenciales e intentaría negociarlas con grupos políticos y sociales significativos. Pero, en cualquier caso, no podrá acometer el gran proceso de reformas que tiene en mente. Por lo menos no por ahora.

Si, a la luz de las condiciones históricas, no parece que Duque podría liderar un gobierno de derecha dura ni Petro uno de izquierda dura (como soñarían), ¿por qué el centrismo de la Coalición Colombia necesita afianzar un discurso de polarización que los instale a ellos como tercería posible? Porque su única opción, cuando tienen un candidato moderado y tibio que no despierta emociones ni llena plazas, es que el discurso del miedo a la polarización cale hondo. Todo indica que, fiel a su origen social, Fajardo solo emociona a ciertas sectores de clases medias urbanas, un ghetto social muy específico. Pero las grandes mayorías son otras…


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