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La (in)utilidad de las encuestas

Por: Jorge Andrés Hernández, Coordinador de la Línea Democracia y Gobernabilidad-Pares



Pese a que existe un debate mundial en las ciencias sociales sobre la (in)utilidad de las encuestas como instrumento fiable para medir las preferencias políticas de los votantes, la dinámica mediática (dependencia de la noticia diaria coyuntural) impide que tal debate se presente más allá de las aulas, los foros y las revistas académicas. El fracaso de las encuestas en la campaña presidencial de los Estados Unidos, en el Brexit y en el plebiscito colombiano por la paz generaron una discusión que continúa hasta hoy. A nivel colombiano, unos pocos medios se han resistido a discutir los resultados de cada encuesta, pues existen evidencias de que ni el 5% de las encuestas realizadas en las últimas campañas electorales han predicho de manera correcta los resultados de una competencia electoral.

¿Pueden las encuestas predecir los resultados electorales? Depende. La premisa de fondo en el surgimiento de las encuestas como mecanismos de medición de la denominada “opinión pública” es que las ciencias sociales podrían (y deberían) predecir hechos, como ocurre en las ciencias exactas. Si la meteorología puede predecir con exactitud la ocurrencia de un huracán tropical o la astronomía el paso de un cometa por la Tierra, las ciencias sociales deberían poder hacer algo similar para poder denominarse “ciencias”. Sin embargo, los fenómenos humanos no pueden medirse de la misma manera que los hechos naturales. Ni siquiera la ciencia económica (la más “exacta” de las ciencias sociales) pudo prever la crisis financiera de 2008. Aún así, las encuestas se han convertido en un producto apetitoso para los medios de comunicación, que mueve fortunas, genera consumo y permite poner a discutir a la gente. Y, si hay demanda y consumo de un producto, habrá quién lo oferte y quién lo venda.

Las evidencias apuntan a que el fracaso de las encuestas en los eventos mencionados (victoria de Trump, del Brexit y del NO en el plebiscito colombiano por la paz) tiene que ver con que, en momentos de gran polarización política, muchos encuestados prefieren omitir su opinión sincera y muchos otros deciden su voto días antes de la elección o incluso el día mismo en que depositan su voto. De este modo, los votantes de Trump, a favor del Brexit y del NO eran conscientes de que su opinión era estigmatizada por los medios más influyentes y prefirieron mentir. En últimas, los fracasos en las encuestas desarrolladas en ambientes polarizados políticamente nos han recordado un hecho humano esencial: los seres humanos mienten a menudo para adaptarse a una situación o para eludir una respuesta incómoda del entorno. Y, aunque existen mecanismos relativamente sofisticados para filtrar algunas respuestas, no existen mecanismos certeros que puedan medir o evitar la tendencia humana a mentir.

En los últimos meses, los medios de comunicación han programado de nuevo la música para que “la opinión pública” baile al ritmo de los resultados de las encuestas. Como en una competencia deportiva, durante un tiempo encabezó Sergio Fajardo, luego Gustavo Petro y ahora parece encabezar Iván Duque. Sin embargo, carecemos de estudios sólidos que nos indiquen que, en efecto, esas encuestas medían la preferencia política de los votantes. Tampoco sabemos si los cambios en los resultados indican cambios en las decisiones de los votantes. Y eso sin señalar que las cuatro o cinco firmas encuestadoras desarrollan metodologías diversas, con construcciones de muestras radicalmente distintas, lo que impide compararlas entre sí.

Aunque muchos dicen que la división izquierda-derecha ya no existe, la campaña presidencial de 2018 parece atravesada por esa lógica ideológica. Incluso el hecho de que Iván Duque se presente a sí mismo de modo sistemático como candidato de “centro” y que Gustavo Petro ahora insista en que es “progresista” sólo revela que la polarización existe, pero que es necesario superarla para conquistar otros votos de diferentes espacios ideológicos. Un escenario polarizado como ese (el candidato de Uribe contra el candidato de la izquierda) es perfecto para que muchos encuestados se oculten y respondan conforme se espera de ellos, esto es, se comporten de modo “políticamente correcto”: los unos evitarán ser calificados de “simpatizantes del paraco”, los otros del “guerrillero”.

Sin embargo, el debate sobre la in(utilidad) de las encuestas es racional y solo importa a algunos. Seguiremos sin saber cuáles son fiables y cuáles no. Pasarán las elecciones y a nadie importará quién se equivocó y quién no. Pues lo que moviliza son las emociones. Es más divertida una competencia electoral con embalajes, ascensos y caídas. En últimas, el votante promedio decide conforme a sus emociones, no con razones…


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