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Sobre traidores

Por: Carlos Montoya Cely, Coordinador de la Línea Conflicto, Paz y Postconflicto-Pares


Como si se tratara de una esquizofrenia colectiva, en la que perdemos todo contacto con la realidad, asumimos con normalidad la permanencia de la violencia y corrupción en el desarrollo democrático. Enaltecemos la agudeza de nuestros políticos para ajustar creencias y principios de acuerdo al momento y hemos llegado al punto, en el que algunos nos aferrados y esperamos que si es el caso, el sucesor de Juan Manuel Santos repita como estrategia la traición.  

Me explico. Desde Maquiavelo hasta Jeambar y Rocoute se ha tratado de reconocer la traición como una virtud del estadista. Entender el cambio y tener la capacidad de modificar posiciones, remplazar aliados y transformar creencias es siempre válido y audaz si esto se hace en función de la prevalencia de la democracia. La traición por supuesto ha estado presente de manera constante en la política nacional, especialmente en la historia reciente ¿qué habría pasado si Juan Manuel Santos no traiciona a Uribe? ¿Habría terminado la guerra? Para Jeambar y Rocoute la traición es la máxima del pragmatismo político, y la decisión permite que de traidor se pase a héroe, y que algunos sectores reconozcan en esa acción una virtud suficiente para pasar de contradictor a escudero. Pero, incluso en este caso, la paz ha sido defraudada, no sólo por su subvaloración histórica, sino por su sistemático incumpliendo, es la traición sobre la traición. El traidor deja de ser héroe.

Es sólo así, que se puede entender, que al menos en Colombia la traición no se ha expresado en virtud de reconocer los cambios de la sociedad y someterse a ellos en favor de la democracia. Como si todos fueran Judas detrás de monedas de oro, se viola cualquier principio para mantenerse en el poder: Los Ñoños corrieron al uribismo y los Aguilar a Germán Vargas Lleras para mantener sus lugares de representación bajo la sombra de la corrupción; Iván Duque, candidato presidencial del Centro Democrático, niega su pasado reciente y sin sonrojarse pasó de celebrar los triunfos de los derechos civiles de la comunidad LGTBI, a rechazar con contundencia el matrimonio igualitario; Juan Carlos Pinzón, vicepresidente de German Vargas Lleras, pasó en cuestión de meses de apoyar incondicionalmente los acuerdos de La Habana, a negar y cuestionar cada uno de los logros obtenidos en la negociación de paz. El partido Liberal se sometió a una consulta interna hace más de cinco meses, ratificó candidato único a la presidencia y aún hoy se ve a sus representantes tocar a las puertas del uribismo como táctica de mantenerse en el Gobierno, sin importar las contradicciones que puede suponer este apoyo. Clara López, fórmula de Humberto de la Calle, traicionó su palabra, y el mismo día que se había comprometido a firmar una consulta con Gustavo Petro y Carlos Caicedo, la conveniencia política la llevo a aceptar la vicepresidencial del partido Liberal.

Así, a diario el ajedrez político se mueve en función de la traición justificada sólo en el provecho personal. El elogio a la traición expuesto por Jeambar y Rocoute queda absolutamente minimizado, los cambios no son en función del reconocimiento del cambio social, sino del oportunismo individual. Y mientras todo esto pasa, no logramos salir de la paradoja colombiana, pese a vivir las elecciones más pacíficas de la historia, la relación entre elecciones, violencia y estabilidad institucional se mantiene. Nada se dice sobre las más de 130 agresiones contra dirigentes políticos (Según la MOE, al menos 46 líderes políticos de diferentes partidos han sido víctimas de agresiones), líderes sociales y defensores de derechos humanos asesinados en los últimos cuatro meses, tiempo que lleva la campaña electoral o de los problemas en la arquitectura institucional que permiten que una clase política aliada con la ilegalidad se mantenga en el poder.

Mientras nos aferramos a vivir en esquizofrenia, pasamos de traidores a héroes, políticos que llegan como representantes de un mesías que ha alimentado su poder político a través del miedo y el reciclaje de la guerra, como Iván Duque respaldado por Álvaro Uribe. German Vargas Lleras por su parte, se presenta como el salvador contra la corrupción rodeado de una foto llena de corruptos y cuestionados.  A 45 días de las elecciones presidenciales, estamos de cara a la posibilidad de premiar a quienes han hechos su carrera política sin la premisa de la traición, vamos con ellos.  


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