top of page

El engaño

Por: Ariel Ávila, subdirector – Pares


He terminado una serie de viajes por varios países latinoamericanos. En todo ellos encontré una fila de fenómenos interesantes en materia política. Si bien el giro a la derecha, o mejor extrema derecha, del continente es inmenso, lo cierto es que, por un lado, el sistema político de varios países está en crisis. La élite tradicional, lo que se denomina los políticos de profesión están siendo cuestionados de norte a sur y de oriente a occidente en el continente. Sobre este punto se podría hablar de dos tipos de crisis. En primer lugar, hay una separación grande entre el ciudadano y la vieja clase política. Los ciudadanos cuestionan la incapacidad para solucionar problemas, las demandas históricamente incumplidas y sobre todo que siempre sean los mismo gobernando. En segundo lugar, los escándalos de corrupción han llevado a una crítica profunda al sistema político. Para la mayoría de los ciudadanos la corrupción es algo así como una situación sistemática. En la cual no importa quién llegue, al final será corrupto. Por ello, las opciones extremas atraen tanto al electorado.

Pero además de la crisis de legitimidad del sistema político tradicional, hay una crisis más profunda, que muchos analistas no han visto, o que al menos no es tan percibible en el ambiente. Se refiere a una crisis del contrato social, de la forma como fue diseñado el Estado y de los pilares fundamentales de la democracia liberal. La explicación es la siguiente: los Estado nacieron bajo la teoría del contractualismo, según la cual hay un pacto, unas reglas de juego que en lo fundamental significan que los ciudadanos ceden su poder de fuerza y de hacer justicia a un gran Estado, para que este les proteja la vida y la propiedad. Es decir, no hay justicia por mano propia y se acaba esa depredación del más fuerte sobre el más débil. De tal forma que las democracias liberales se basan en el principio de proteger las minorías, garantizarles derechos y evitar que las mayorías los aplasten. A su vez, las democracias instauran unas reglas mínimas de juego, como la forma de adquirir la propiedad privada, ya no basta la fuerza bruta, sino que existen reglas para pasar bienes finitos de unas manos a otras.

Ahora, todo parece indicar que mucha población no está de acuerdo con ese arreglo y unas mayorías quieren barrer las minorías, ya sean minorías sexuales, o a las mujeres o a los que piensan diferente, o a comunidades negras e indígenas. Quieren barrer con la diferencia. Adicionalmente, esta crisis del Estado también ha llevado a que una mayoría importante de su población no enfile baterías contra los dominantes o los ricos. Ha ocurrido algo ciertamente paradójico y es que han enfilado baterías para barrer a sus iguales. No para mejorar la situación de los más pobres y débiles sino para acabarlos. Hoy se ha vuelto a implantar aquella idea de que la gente es pobre porque quiere y no por el peso de la estructura social. Por ende, a los pobres, que además los consideran vagos, hay que acabarlos, exterminarlos, quitarles las garantías y sus derechos. Conquistas sociales históricas están en cuestión, ahora nuevamente se quiere abrir el debate sobre la licencia de maternidad o sobre los derechos de descanso en la jornada laboral.

En fin, la crisis de las democracias liberales es más profunda de lo que se creía, están en juego, no solo algunos derechos, sino el Estado Liberal que se ha construido en los últimos siglos. Vamos a ver al final de todo este giro de populismos y neopopulismos que queda.

bottom of page