Por: Carol Sánchez.
«Esta exposición es también un homenaje a los campesinos de este país. Ellos han sido los grandes perdedores en esta violencia que se enquistó especialmente en lugares del campo. Los campesinos pusieron los despojados, los asesinados, los hijos para todos los ejércitos y, aún así, siguen produciendo y trabajando en muchos de esos territorios para tratar de generar sustento, no solamente para ellos, sino también para que en las grandes ciudades lo aprovechemos».
Jesus Abad Colorado
Jesús Abad Colorado es, tal vez, el mejor testigo de la historia de violencia que hoy tratamos como memoria en Colombia. Con su cámara y rol de reportero, recorrió miles de kilómetros de este país, tan acongojado por la guerra, para contar a través de imágenes lo que era vivir el conflicto que durante tanto tiempo nos pareció lejano. Su voz fue, también, la de las regiones a donde nadie llegaba, la de las víctimas y la de los sobrevivientes.
Por eso no hay que extrañarse si cuando se va recorriendo su más reciente exposición, El Testigo, se encuentra a alguna persona llorando o tratando de contener el dolor. Porque Jesús Abad Colorado trajo al Claustro de San Agustín de la Universidad Nacional, justo al lado de la Casa de Nariño, fragmentos de historias que dan cuenta del horror que se ha vivido en Colombia. Historias que se alejan de las cifras y nos hablan de nombres de hijos, padres, abuelos, esposas y amigos que ya no están, pero que son buscados y reclamados.
La exposición se divide en cuatro salas: Tierra Callada, que trata sobre desplazamiento; No Hay Tinieblas que la Luz no Venza, que nos habla sobre el flagelo de la desaparición forzada; Y Aun Así me Levantaré, que hace un recuento sobre algunas de las consecuencias de la violencia en civiles; y Pongo mis Manos en las tuyas, que brinda una luz de esperanza para hablarnos de reconstrucción y reconciliación. La curaduría de El Testigo estuvo a cargo de María Belén Sáez de Ibarra y su equipo, que con tremenda empatía lograron crear un recorrido que nos recuerda decir, una vez más, ¡Basta Ya!.
En su voz, Jesus Abad Colorado hace un resumen de cada una de estas salas y del sentido de esta exposición:
¿En qué sentido esta exposición es un reclamo a la clase política, es significativo que se haga, precisamente, al lado de la Casa de Nariño?
Yo le digo siempre a la gente, ¿ustedes creen que a la guerra se llega porque haya legales o ilegales que disparen sus armas contra la misma gente? No, a la guerra hemos llegado por la ineptitud y la corrupción con que esta clase política, que tiene obviamente excepciones, gobernó a Colombia. Hoy en el país estamos hablando mucho más de corrupción; se habla de Reficar, de Odebrecht, del cartel de la hemofilia, de los pañales y de muchos más; se habla de los que se roban el presupuesto de la alimentación de los niños en La Guajira, en el Chocó, en Arauca o el sur del país, hechos que son obra y gracia de esta clase política que ha estado enseñada a robarse los recursos de la Nación, que han estado, digamos, amamantándose del mismo pueblo que paga sus impuestos. Y claro, si hubiera hechos de guerra, con toda seguridad, una toma armada a un pueblo, un ataque a un grupo de militares, inmediatamente tapa la primera página. Porque la guerra vende más.
Esta exposición no es para que vengan a decir «estos hechos son obra de los insurgentes, o de los ‘paras’, o de lo que llaman, entre comillas, las manzanas podridas del Ejército». No. Es para entender que lo que pasó aquí es responsabilidad de esa clase dirigente. Yo le digo a ellos: durante dos siglos han gobernado a Colombia, y siendo un país tan maravilloso no lo convirtieron ni en Noruega, ni el Finlandia, ni en Dinamarca, y ahí es donde uno dice: ¿cuál ha sido el proyecto, realmente, político que han tenido? El resultado de lo que hay en esta exposición debería tocarle a esos líderes políticos de Colombia y, por eso, hay una fotografía de un espejo roto, en donde tendrían que mirar el pedazo de culpa que tienen.
¿Qué tan responsable ha sido el periodismo al contar el conflicto desde las cifras olvidándose del contexto y de las historias particulares de la guerra?
Yo he trabajado en periódicos y a las historias siempre hay que ponerle dos o tres fuentes, hay que ponerle cifras. Pero se nos olvidan las historias particulares. Entonces hay una cultura por la estadística, por el dato, por el porcentaje, y se nos olvidan las personas.
Cuando tú entras a la segunda sala, No Hay Tinieblas que la Luz no Venza, casi que el 98% de las personas que están ahí están identificadas. No solamente el rostro del que se está buscando, o del que fue asesinado y su familia reclama por la impunidad, sino también los nombres de sus parientes, del que carga una fotografía en una marcha, del que está reclamando la presencia de algo. Entonces, claro, mi trabajo ha sido acercarme a esos seres humanos y entender que, para mí, son parte también de mi familia. Si yo vengo de una familia que vivió situaciones de violencia mal haría en contar una historia y no nombrar al otro. Me da pena decir, a veces, que no tengo el nombre de muchas de las personas. Porque, precisamente, de eso se trata: de darle nombre y rostro, poder contar qué fue lo que pasó.
Yo creo que en el país ha habido periodistas muy importantes, y cuando digo importantes no me refiero a un gran nombre, porque hay personas desde las regiones han hecho un gran aporte a eso que luego los investigadores y los historiadores hacen sobre la reconstrucción de los hechos. Es sobre eso que se paran muchas veces para entender lo que pasó. Así como yo trabajé, hay muchas otros periodistas regionales. Muchas veces, esos grandes ‘cacaos’ son los que menos conocen la realidad del país. Porque el periodismo se hace mucho más a pie y la realidad no la brinda el contacto con las élites políticas o económicas sino el contacto con las realidades de los territorios. Pero aquí anteponemos el nombre de una persona que trabaja cómodamente desde una oficina al trabajo que hacen valientemente periodistas en las regiones y que han gastado sus zapatos trabajando con la gente.
¿Cómo atraviesa la vida de un periodista contar estas historias de guerra y dolor?
Si esto no me afectara la vida, seguramente yo no hubiera seguido trabajando. Y es que lo que yo soy hoy, digamos, generando reflexión en un país, ha sido fruto de todo este trabajo. Durante años he sido una especie de siriri con este ejercicio de memoria, tratando de que la gente entienda qué es lo que nos está pasando, quiénes han sido los más afectados. Y es un reclamo que le hago mucho a la gente, no solo a los líderes de este país sino también a la misma academia, a los empresarios, y es: ¿hasta cuándo vamos a permitir que los que paguen los platos rotos de esta violencia sigan siendo los mismos? No quiero decir con eso que todos los tengan que pagar, no, es que hay es que parar para construir un proyecto de país en donde haya respeto por la vida, por lo que es público. Todas estas reflexiones son producto de lo que yo he vivido.
Hay una frase de Ryszard Kapuściński que dice que «el periodismo no es un oficio para cínicos». Yo hoy soy más frágil. Cada vez soy más frágil. Y por eso cada vez me vuelvo más activista de los Derechos Humanos, tratando de decirle a la gente con mis fotografías y con las historias lo que los otros no entienden.
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