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Pobre, romántico y conservador

Por: León Valencia, director – Pares


Alguna vez, en el lanzamiento de una novela que escribí con el único propósito de hacer un homenaje a mi padre, el expresidente Belisario Betancur, después de haber hecho un elogio inmerecido de mi vida, me dijo en privado que nos parecíamos, que éramos pobres, románticos y conservadores. Me estalló la aseveración en la cara, pero me repuse y le contesté que las dos primeras palabras eran muy ciertas, pero me gastaría unos días en pensar lo de “conservadores”.

No había mucho que pensar. Belisario conocía el origen de mi nombre. Sabía que mi padre me había chantado el “Guillermo León Valencia” en recuerdo del poeta Valencia y de su hijo presidente, a quienes admiraba demasiado. En otra oportunidad le había contado que a los 8 años ya debía declamar en la sala de mi casa “Los camellos” un poema de 27 estrofas, del maestro Valencia, tachonado de referencias lejanas a la marcha triste de los camellos por las arenas de los desiertos, nada que ver con imágenes familiares a los ojos de los colombianos, un arrebato de los modernistas nuestros para mostrar una universalidad literaria que aún no teníamos.

Lo de conservadores aludía al origen, por lo demás era una ironía para ambos. Él, sin duda, fue uno de los espíritus más liberales, del libre albedrío, de la tolerancia, del humanismo que vino con la ilustración y la modernidad. Yo, explorador de marxismos, de teologías liberadoras, de guerrillas irredentas, de la contraculturas sesenteras, que nos llevaron a la contestación social pura y dura, a la quimérica búsqueda de la revolución de la igualdad.

Terminamos los dos con un único propósito: la paz del país, la paz negociada, la paz sin vencedores ni vencidos, para superar los odios y empezar de nuevo. Desde luego la comparación cojea mucho. Lo mío fue sólo dar el paso de la guerrilla a la vida civil y seguir como un orate proclamando esa causa desde las investigaciones, los libros y las columnas de opinión y lo de él fue jugarse la presidencia, toda la presidencia, el prestigio, todo el prestigio, en una causa que ahora lo reivindica, pero antes le causó mil dolores.

Tengo una gratitud inmensa con Belisario Betancur. El vio primero que todos lo que se venía. Fue el visionario de lo dolores que nos acometarían, de las desgracias que vendrían y puso todo el corazón para evitar la tragedia. En 1982, cuando llegó a la presidencia, las guerrillas eran aún fuerzas marginales, datos de una realidad extraviada en las montañas, una amenaza latente pero lejana; los narcotraficantes apenas empezaban a hacer ver sus orejas de terror y devastación; los políticos hacían las travesuras del clientelismo con algún arrepentimiento de haberse embarcado en la violencia entre liberales y conservadores treinta y cinco años atrás.

Quiso parar todo eso buscando la paz con las guerrillas, intententando los primeros arreglos con los narcotraficantes, pero no había ambiente para nada de eso, las élites políticas no lo acompañaron, los militares no lo acompañaron y uno de sus amigos, su escudero mayor en los primeros pasos hacia la paz, Otto Morales Benítez, quien encabezaba la Comisión Nacional de Paz, en su carta de renuncia a esta dignidad, le decía al presidente: “Aún le falta a su gobierno una tarea muy exigente, combatir contra los enemigos de la paz y la rehabilitación, que están agazapados por fuera y por dentro del gobierno”.

Eso enemigos triunfaron, con la ayuda, claro está, de las guerrillas que tampoco estaban maduras para una paz anticipada, para una paz preventiva. El M19 se tomó el Palacio de Justicia y desencadenó el fracaso completo de ese primer intento de paz. Al hacer el balance de los hechos de horror de ese noviembre de 1985 algunos analistas señalan que la acción guerrillera sirvió de pretexto para que esos militares y esos políticos opuestos a la reconciliación desalojaran temporalmente del poder a Belisario y procedieran al holocausto, enterrando la ilusión de un hombre de origen humilde, sin duda romántico, que quería ser muy grande en la historia del país. Ahora podemos decir sin mentir un ápice que lo fue sólo por el hecho de intentar lo imposible.

En algún momento de estos últimos años dijo que había consignado un libro en una notaría para contar lo que realmente ocurrió en esos días dolorosos donde sus ilusiones murieron al lado de todos los magistrados de una Corte Suprema admirable que no logró que escucharan sus voces angustiadas para cesar el fuego y darle oportunidad a un diálogo salvador. Esperamos con ansiedad que su familia nos permita conocer ese testimonio, en este tiempo crucial, donde buscamos afanosamente la verdad de nuestro conflicto.


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