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En qué se parecen Peñalosa y Duque

Por: León Valencia, director – Pares


María Isabel Rueda escribe este domingo una interesante columna sobre el presidente Iván Duque y dice que sus problemas vienen del uribismo extremo, de las voces inoportunas, salidas de tono o lunáticas de un sector de su propio partido que no dejan oír el tono del propio Duque. Sin duda ese es un grave problema. Pero no es la causa de la crisis profunda que atraviesa el gobierno. Todos los desaciertos de Duque tienen origen en que ni él ni Uribe, ni el Centro Democrático han comprendido que el país cambió, que ya no es el mismo que gobernaron entre 2002 y 2010.


Enrique Peñalosa es el ejemplo más cercano de un fracaso por cuenta de la incomprensión de los cambios de la realidad. Peñalosa había gobernado a Bogotá con éxito a finales del siglo pasado. Había realizado una transformación urbanística importante y se había ganado el título de gran gerente. Las cosas que hizo eran una novedad para los bogotanos y en ese tiempo no había que hacer mucho para comunicarlas, la gente simplemente las veía.


Pasaron los años y los nuevos gobiernos siguieron la senda de Peñalosa con obras necesarias para la ciudad, pero le agregaron nuevas cosas, le agregaron procesos culturales complejos, le agregaron una preocupación por la inequidad y la marginación social, étnica y sexual; entre tanto también la realidad y las percepciones de la realidad cambiaron: apareció el miedo al cambio climático, las redes sociales entraron a tener un gran protagonismo y la izquierda dio un salto en su influencia sobre la capital.


Bogotá había sufrido un cambio profundo. Las obras, siendo tan necesarias e importantes, ya no eran una novedad, en cambio era novedad la protección del medio ambiente y de ahí la sensibilidad ante la amenaza de acabar con la reserva Van Der Hammen; los barrios del sur se habían acostumbrado a los grandes discursos de reconocimiento de Petro acompañados de algunas transferencias económicas para aliviar situaciones de pobreza; y las redes sociales ya competían con éxito con los grandes medios de comunicación, y por eso, no bastaba con la solidaridad de estos últimos con el mandatario de la ciudad.


A Duque le está ocurriendo lo mismo que le ocurrió a Peñalosa; no ha entendido que el país cambió. La gran amenaza militar de las Farc se acabó; la apuesta de seguridad afincada en la solución militar perdió atractivo; la gente empezó a saborear algunos resultados del proceso de paz; las élites políticas y empresariales se dividieron y una parte se la está jugando por la salida negociada al conflicto armado que ha vivido el país; la comunidad internacional viró de la lucha antiterrorista a la preocupación por los graves problemas de migración y al aprecio por las iniciativas de paz.


Estos cambios han generado un movimiento social y político diverso, plural, que defiende el acuerdo de paz con la guerrilla con argumentos sólidos y con convicciones inamovibles, y este movimiento se ha convertido en un muro contra el cual tropiezan las iniciativas de Duque y el uribismo para modificar aspectos sustanciales del tratado de La Habana.


En el seno de las fuerzas militares han surgido voces críticas y sectores que no quieren volver a los métodos empleados por Uribe para conseguir resultados dentro de la política de seguridad democrática; todas las cortes distinguen claramente la diferencia entre un acuerdo de paz y una política de sometimiento a la justicia y por eso no tratan a los desmovilizados de las Farc como a simples narcotraficantes; la comunidad internacional no traga entero y no pasa de largo ante la estigmatización de los líderes sociales y los miembros de la guerrilla reintegrados a la vida civil. En fin, una parte importante del país quiere avanzar hacia una nueva agenda y no retroceder a la política con la que el uribismo gobernó a Colombia a principios de siglo.


Duque y el uribismo deberían mirar la historia reciente de América Latina. En la región han fracasado estruendosamente proyectos políticos de izquierda y derecha que han querido repetir sus mandatos, proyectos que no advirtieron los cambios. Podemos ir un poco atrás: Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Fujimori en Perú; o podemos situarnos un poco más acá: Dilma Roussef después del éxito de Lula, Cristina Kirchner después del gobierno de su esposo, Maduro después de Chávez. Repetir es una fórmula desastrosa en política.

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