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«La desigualdad amenaza la democracia de Colombia»

Por: Carlos Castelblanco Pinedo – Redacción Pares


«Las sociedades necesitan mecanismos que amortigüen las desigualdades. Desigualdades sociales tan extremas como en Colombia no solo son injustas, sino también perjudican un desarrollo económico sostenible y ponen en peligro la democracia y la construcción de paz. ¿Cómo puede funcionar un sistema democrático si las desigualdades son tan extremas? Debe verse la relación entre la desigualdad y la violencia; lo que sabemos es que más desigualdad aumenta la posibilidad de que haya inseguridad, y es un tema que nos preocupa a todos en Colombia. No vamos a vivir en una sociedad segura mientras existan grandes desigualdades.»


Pares habló con el Dr. Stefan Peters, Director Académico del Instituto Colombo-Alemán para la Paz – CAPAZ y catedrático de Estudios de Paz en la Justus-Liebig-Universität Gießen (Alemania). Realizó estudios en Ciencia Política en las universidades de Marburg (Alemania) y la Complutense de Madrid (España) y obtuvo su doctorado en Ciencias Políticas de la Universidad de Kassel (Alemania). Stefan Peters trabaja en las áreas de neo-extractivismo y rentismo, desigualdades sociales, educación, estudios de memoria, teoría de desarrollo y relaciones Norte-Sur. Ha sido profesor/investigador visitante en varios países latinoamericanos como Cuba, Argentina, Ecuador y Puerto Rico.


Pares: ¿Qué es CAPAZ y qué papel desempeña en Colombia?


Stefan Peters: CAPAZ es una iniciativa de cooperación internacional financiada por el Servicio Alemán de Intercambio Académico, con recursos del Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania. El Instituto busca acompañar el proceso de paz en Colombia desde una perspectiva que combina la investigación, la enseñanza y la proyección del conocimiento a la sociedad.

Tenemos una tarea fundamental: acompañar el proceso de paz desde la academia. Para esto en el Instituto colaboran veinte universidades de Colombia y Alemania. Nuestra tarea se centra en la investigación, pero en una investigación que no se enclaustre en la torre de marfil, sino que aterriza el conocimiento académico a la realidad y con la misión de acompañar científicamente el proceso de paz.


Un aspecto importante de nuestro trabajo es la perspectiva internacional. Por supuesto, hay que tener en cuenta las diferencias de contexto. Pero también sabemos que las experiencias de otros países, entre ellos Alemania, nos pueden servir como ejemplos y fuentes de lecciones aprendidas para construir una paz estable y duradera en Colombia.


Pares: ¿Cuál es el aporte que puede hacer Alemania a la situación del proceso de paz que vive Colombia?


S.P: Alemania puede apoyar de diferentes formas. De hecho, el gobierno alemán como parte de la comunidad internacional hace mucho énfasis en que el apoyo al proceso de paz en Colombia es una de sus prioridades. Además, apoya con recursos – por ejemplo a través de la cooperación – al proceso de paz.


Pero más allá de los recursos, las experiencias de Alemania – sin subestimar las diferencias de contexto – pueden servir como ejemplo como se puede lograr transiciones exitosas. Un punto clave es la memoria. En Alemania sabemos que hacer memoria y afrontar el pasado seguramente no es fácil, ni pasa de la noche la mañana. Es un proceso que duele y que genera conflictos. Pero aprendimos que si una sociedad hace ese ejercicio de memoria, de afrontar el pasado con todo lo que implica, la democracia se fortalece y en términos generales, la sociedad sale más fuerte.


Un segundo punto que vemos en Alemania y la Europa de la posguerra es la importancia de la cohesión social. Para esto es fundamental amortiguar las desigualdades sociales a través de un fuerte Estado de bienestar y una política tributaria progresiva. La equidad es un componente muy importante para tener cohesión social y para una sociedad pacífica; justamente lo que vemos ahora en Alemania y en Europa, es el aumento de una derecha extremista, de un populismo de derecha con diferentes matices. Eso sucede en un momento en el cual el Estado de bienestar se está debilitando.

«Las sociedades necesitan mecanismos que amortigüen las desigualdades. Desigualdades sociales tan extremas como en Colombia no solo son injustas, sino también perjudican un desarrollo económico sostenible y ponen en peligro la democracia y la construcción de paz.» Foto: Pares.

Pero también se puede hacer cosas muy concretas desde Alemania: Por ejemplo, debemos reflexionar sobre el tema de la venta de armas. Alemania está entre los cinco países del mundo que más armas exporta. Es fundamental tener unos estándares muy rígidos en este asunto, sobre todo cuando se trata de ventas de armas pequeñas, pues sabemos que estas armas son las que causan la mayoría de las víctimas, especialmente en contextos de conflictos armados internos.


Además, tenemos que hacer un esfuerzo para aumentar los estándares en relación con la industria extractivista. Alemania importa carbón y otros recursos naturales de Colombia. Vemos que muchas veces estas actividades tienen efectos sociales y ambientales muy negativos para la población local. Apoyar el proceso de paz también requiere garantizar que la industria extractivista cumple los estándares sociales y ambientales, proteja los derechos humanos y los recursos naturales. Alemania debe liderar un proceso que garantice que las cadenas de producción sean respetuosas de lo que menciono.


Por otra parte, está el asunto de los cultivos de uso ilícito. Sin duda, la producción de estas sustancias es un problema central para la paz en Colombia. Pero no debemos cerrar los ojos frente al consumo. Creo que se necesita repensar la política de drogas ilegales a nivel internacional. El tema de los cultivos ilícitos no se puede solamente resolver en Colombia, necesitamos políticas internacionales.

Pares: Permítame volver sobre un tema: usted dice que hacer memoria duele. Hay un sector en Colombia político y de la sociedad que se opone a que las verdades del conflicto sean públicas. ¿Cuál es el análisis, la explicación de la academia a eso?


S.P: Hay que mirarlo con detalle: en primer lugar, reflexionar sobre por qué diferentes partes de la población no quieren hablar sobre el pasado. Hay diferentes formas de ese olvido/silencio: uno es el de las víctimas, que simplemente no quieren hablar. Eso puede ser por diferentes razones: porque les duele, porque se sienten avergonzados, por ejemplo, en casos de violencia sexual o porque no hay la seguridad que requieren para hablar. Por otro lado, hay el silencio por parte de los perpetradores, que muchas veces no quieren decir la verdad sobre sus atrocidades. Por esto, el tema de la Justicia Transicional es tan importante.


Además, hay un voces que prefieren un silencio estratégico: no ejercemos memoria porque la memoria nuevamente va a abrir las heridas del pasado, va a causar nuevos conflictos. Esta tesis también la encontramos en ámbitos políticos y académicos: Y sí, es cierto que la memoria puede abrir heridas, pero necesitamos hacer esa memoria para que las heridas puedan en algún momento sanar. Dejar las violaciones de derechos humanos en el olvido o por debajo de la alfombra no es viable, porque en algún momento van a surgir.


Hay varios ejemplos: en la Alemania después del Holocausto, en España después del franquismo y también durante un tiempo de la sociedad pos-dictatorial en Uruguay hubo un silencio sobre el pasado. Pero en estos y otros casos también vimos que en algún momento el pasado surge e importantes sectores sociales hacen que el pasado se imponga en la agenda política.

«Las víctimas no suelen olvidar. El olvido no es una decisión que se puede tomar por decreto. Hay que acompañar a las víctimas en el proceso de memoria.» Foto: Pares.

Las víctimas, la sociedad civil, los familiares en algún momento van a hacer preguntas. Puede ser la generación de los hijos, pero va a haber preguntas. Las sociedades tienen que afrontar su pasado violento. Tiene impactos tan fuertes que no es posible que se quede en el olvido. Además, es importante decir que ese “olvido” en las esferas públicas no significa que en las familias, en los espacios de las víctimas, exista también.


Pares: ¿Puede desarrollar las ideas de cohesión social y desigualdad en Colombia?


S.P: Colombia es uno de los países más desiguales del mundo. No obstante, también cabe recordar que hay sectores que no están interesados en reducir las brechas porque se han beneficiado de la desigualdad social, han tenido una serie de privilegios que les ha dado la desigualdad y no los quieren perder. Reducir la desigualdad social significa también desafiar estos privilegios.


Pero además, hay que hacer énfasis en lo siguiente: estas desigualdades sociales extremas son dañinas para la economía, la sociedad, la democracia y la paz. Las desigualdades muy extremas perjudican el crecimiento económico. Vemos que como consecuencia de las desigualdades sociales hay gente que no tiene las mismas oportunidades en educación: así se desaprovecha – en términos de la economía ortodoxa – ese valioso capital humano. Además, la informalidad es muy alta en Colombia: aproximadamente un 50% de la población trabaja en la informalidad y sabemos que eso es una máquina de generación y reproducción de desigualdades sociales.


Además, la productividad de ese 50% de la población, en general, es muy bajo y eso también para la economía es perjudicial. Es decir, hay que crear trabajo formal y trabajo digno para aumentar la prosperidad y reducir las desigualdades.


Algo que me llamó mucho la atención el año pasado fue una estadística que publicó la OCDE sobre la movilidad social. Tiene un resultado brutal, pues resulta que en Colombia se requieren once generaciones para que una persona se mueva desde el ingreso más bajo hasta un ingreso promedio (no estamos hablando de volverse rico). Es decir, casi 300 años. Estas estadísticas quizás no sean tan conocidas, pero la población sabe que realmente la desigualdad social no es solamente muy fuerte, sino que está cimentada y no tiene solución a la vista.


Eso hace que muchas personas no vean posibilidades de realmente mejorar la vida para ellos y sus familias, y en algunos casos decidan involucrarse en actividades ilegales como los cultivos de uso ilícito. Saben que eso puede atraer violencia hacia ellos, pero digamos si no hay esperanza a través de la educación y del esfuerzo de salir de la pobreza o tener movilidad social ascendente, entonces lo ilegal se ve como una opción. La reducción de las desigualdades y la mejora de la movilidad social se vuelve pues en una necesidad para una política de seguridad sostenible.


Pares: ¿Qué efectos tiene esa desigualdad en la forma en la cual nos relacionamos y construimos como colombianos?


S.P: A mi juicio es fundamental plantearnos esta pregunta: lo que vemos – no solo en Colombia sino en muchas partes del mundo – es que hay cada vez menos espacios donde personas de muy diferentes contextos sociales se encuentren y dialoguen. Y si no tenemos esos espacios, perdemos lo que necesita la sociedad: saber lo que piensa el otro y construir empatía. Eso es esencial para la vida en sociedad.


Pares: ¿Cuál es su balance sobre la implementación del Acuerdo de Paz?


S.P: Sería equivocado pintar esa imagen en blanco o negro: es gris. Pero parece que estamos en un gris oscuro. Estamos en una fase muy difícil en la implementación y se requiere un mayor esfuerzo por parte del gobierno.


Primero quisiera resaltar algunas cosas positivas: la desmovilización y el desarme funcionaron en comparación con otras experiencias internacionales. Las FARC ahora son un partido político y eso es algo muy positivo. Además, el número de las víctimas se ha reducido fuertemente, lo cual debería ser normal pero no siempre sucede. Que la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda estén funcionando también es algo sumamente positivo.

«El Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No-Repetición (SIVJRNR) causa mucho interés a nivel mundial y va a ser el próximo producto de exportación de Colombia.» Foto: Pares.

Hay otros asuntos en los cuales es necesario aumentar los esfuerzos: es el caso de la reforma rural integral. Se trata de un aspecto central para el proceso de paz y justamente en este punto la implementación va tan lento que uno puede cuestionar si hay la suficiente voluntad política por parte del gobierno.


Por otra parte, nos preocupa muchísimo la violencia contra defensores y defensoras de derechos humanos, contra excombatientes, contra líderes y lideresas y ahora también contra los candidatos a las elecciones regionales. Cada uno de los asesinatos es muy doloroso. Pero las cifras son tan altas que ya no se puede hablar de acontecimientos aislados.


Muchos de las víctimas son excombatientes o activistas políticas que se oponen a proyectos extractivistas o que luchan por una mayor justicia social muchas veces en zonas remotas del país. Si por ser activista mi vida está en riesgo, eso es algo que es muy problemático para el proceso de paz y para la vida democrática en general.


Ahora, sobre el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No-Repetición: lamentablemente durante la primera parte del 2019 hubo un conflicto político innecesario. Las objeciones contra la ley estatutaria por suerte no prosperaron, pero sí dificultaron el trabajo de la JEP. Además, algo central. El acuerdo fue pactado entre el Estado y las FARC y hay que cumplirlo. Además, cabe resaltar que este proceso de paz no solo requiere el respaldo por parte del gobierno sino esto también tiene que reflejarse en términos de recursos. Creo que, desafortunadamente, en este ámbito faltan esfuerzos.


Por último, cabe resaltar que el rearme de un pequeño grupo en torno a importantes figuras de las FARC es un error total y no se puede justificar. Pero también debería hacernos reflexionar. Si la implementación no funciona corremos el riesgo que surjan incluso más grupos armados y más personas en armas. Es urgente prevenirlo y para eso una implementación exitosa es fundamental.


Pares: ¿Por qué cree que hay sectores sociales, liderados por sectores políticos, que prefieren la guerra a la paz?


S.P: En primer lugar hay que entender que en muchas partes, también en Colombia, la guerra puede ofrecer las condiciones para hacer negocios.


Para esto precisan una situación donde puedan ejercer el control territorial. También está el asunto de la tierra: Durante el conflicto se aumentó la concentración de la tierra y el despojo. Entonces allí también hay sectores que se beneficiaron. Esto quiere decir que algunos aumentaron sus fortunas gracias a la guerra; en ese contexto, lo que está bien para el país -la paz- no lo está para todos los grupos.


Pares: ¿Cuáles son los retos que usted se propone en Colombia como director de CAPAZ?


S.P: Con el Instituto nosotros estamos conscientes de que somos uno de muchos actores que están trabajando para apoyar el proceso de paz. Y esperamos poder hacer un aporte modesto a la construcción de paz en Colombia. Lo que nosotros desde la perspectiva internacional podemos hacer es simplemente apoyar y ofrecer la perspectiva externa y de comparación internacional.

«Es como en la vida personal: uno quiere que los amigos estén y que a veces te digan de una forma clara y amable, pero sincera, cuando las cosas van mal. Pero reitero: el proceso es de ustedes, las colombianas y los colombianos.» Foto: Pares.

No obstante, es preciso hacer énfasis en un punto central. Este proceso de paz debe ser las colombianas y los colombianos. La sociedad colombiana debe hacer suyo este proceso de paz y apoyarlo. La paz es demasiado importante para dejársela sólo a los políticos. Se requiere el apoyo de la sociedad civil porque al fin y al cabo es la sociedad la que tiene que construir paz en lo cotidiano.

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