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La despedida de Molano

Por: Rodrigo Barrera


Molano se fue entre aplausos de su querida ‘Nacho’ después de una singular liturgia en la capilla del cura Camilo Torres Restrepo, el mismo que lo entrevistó para ingresar a la facultad de Sociología en los años sesenta del siglo pasado.


Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, más que oficiar una misa sirvió de maestro de ceremonias en un acto político y cultural de despedida. Primero convocó a reflexionar en silencio sobre el compromiso y la verdad y la defensa de la paz como hubiese querido Molano. Su última esposa, Gladys Jimeno, tomó la palabra para destacar que todos los procesos vividos por Molano y con Molano fueron guiados por el amor en todas sus manifestaciones y quería hacerle el honor de reconocerlo y agradecerlo.


Su hijo, tocayo y colega, Alfredo Molano Jimeno, relató el camino doloroso que recorrió hacia la muerte desde el primer signo de la enfermedad, que no le dio tregua pero tampoco pudo menoscabar su dignidad. Contó que en 2016, cuando comenzó el viaje final, eran días de alegría porque se había firmado la paz. Había recibido el Honoris Causa de la Nacional, el reconocimiento Vida y Obra del premio de Periodismo Simón Bolívar y había sido escogido como miembro de la Comisión de la Verdad.


Un amigo contó las confidencias de Molano sobre el misterio de la fe en un viaje nocturno en avión, de regreso de una correría, y leyó el poema ‘ante el misterio’. De Roux retomó para recordar que Molano siempre les insistió en la Comisión que no tuvieran miedo y se comprometieron con la verdad, sin pensar en su seguridad personal o en su futuro propio, porque estaba seguro de la necesidad de persistir en la paz firmada.


«Cuando Santos nos recibió en Casa de Nariño algunos se pusieron traje y corbata. Molano llegó con tenis y mochila. Osuna, que no entendió de qué se trataba, nos dibujó y dijo que había llegado el marxismo – leninismo maoista’, recordó de Roux y provocó risa entre los asistentes. Su nieta Antonia, de once años, emocionó cuando improvisó unas palabras para decir cuánto amó a su abuelo y que seguiría su legado ‘de tenis y mochila echando pata por todo el país’.


De Roux, que ya había pedido al inicio que hicieran círculo alrededor del altar para que cupiera más gente, explicó que la ofrenda, como manda el rito católico, serían los libros de Molano y que los depositaran frente a unas canastillas de pan que estaban ahí. Así se hizo, y ese mismo pan sirvió de comunión como expresión de vida. »Tenemos 400 pedazos de pan y espero que alcancen. Acérquense, tomen un pedazo de pan y reciban un texto de homenaje a Alfredo», dijo. El texto recordaba sus palabras donde confiesa que su escritura es »un puente construido sobre los escombros del prejuicio, incluido el mío…».


Circular por la iglesia sirvió para que los que estábamos en la puerta o en las escaleras de la entrada pudiéramos ver que el ataúd de Molano estaba adornado con sus tenis rojos, flores y una foto con su gesto picaresco como aparecía en la reuniones o actos a donde acudía. Unas botas de caucho con flores, a manera de florero, y un machete en su funda para el caminante en el más allá, estaban junto a un mensaje escrito en un cartón: »Eres raíz de otros mundos posibles, los mundos de paz».


El ataúd de Molano estaba adornado con sus tenis rojos, flores y una foto con su gesto picaresco como aparecía en la reuniones o actos a donde acudía. Fotos: Rodrigo Barrera.

Mientras la ‘romería’ en la iglesia terminaba, entre los asistentes se distinguían viejos académicos y académicos viejos que compartieron aulas y estudios, análisis y batallas por la paz. Políticos y exfuncionarios que ya caminan lento y muchos ilustres desconocidos con mochila, zapatos de suela de goma y canas de la ‘social bacanería’ que también compartieron caminos de bohemia y letras con Molano.


La música no podía faltar. Después del Himno de la alegría, un grupo llanero escogió “Ayer se murió un amigo” y “En silencio” para recordarlo y retratarlo. Otro amigo hizo sonar una dulzaina. Y tampoco podían faltar las arengas propias de sus compañeros de la Nacional de los años del tropel. Sus propios hijos lanzaron la “clásica” al subirlo al carro fúnebre. “Por nuestros muertos, ni un minuto de silencio, toda una vida de combate”. “Compañero Alfredo Molano, presente, presente, presente”.


Junto a los medios que registraban la ceremonia, estaban también compañeros y directivos del periódico que albergó sus columnas y otros colegas, que como yo, tuvimos el privilegio de cruzarlo en el camino. Fue con ocasión de los ‘trabajos de campo’ del libro ‘Perdonar lo imperdonable’, de Claudia Palacios, donde nos brindó su visión de los fallidos procesos de paz hasta ese momento.


Compartimos el paso de los dos por la facultad de Sociología de la Nacional y el periodismo, y entre risas le dije que a veces lamentaba haber dejado la universidad porque me hubiese gustado su trabajo de viajar y escribir libros, sin el afán de la noticia diaria, y que por eso a veces me sentía como sociólogo extraviado en el periodismo. Me contestó: “a mí me pasa lo mismo, pero al revés”. Estaba contento por cumplir 70 años y le hice notar otra grata coincidencia: cumplía el mismo día que mi madre. Era el 3 de mayo de 2014.

Hasta siempre Molano.

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