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«Descontrol en el Quinto B» Una crónica carcelaria

Por: Mateo Gutiérrez León. Especial para Pares.


¡Esooooos de traslado! ¡Esooooos de traslado! Así eran los gritos del ordenanza del Quinto B. Su función era pararse en la puerta y atender cualquier recado necesario en el patio -llamar a una persona, avisar que era hora de alguna de las tres comidas, prevenir los operativos, avisar la entrada de la guardia al patio o anunciar la visita-. El preso al que le estaban anunciando su traslado no era cualquiera: era la “pluma” del patio, un hombre curtido en la cárcel y que sabía llevar las cosas. Inmediatamente el patio entró en un revuelo generalizado, los pasilleros intentaban acordar cómo se iba a reestructurar la jerarquía y acordaron la subida de la nueva «pluma», quien era pasillero y se consideraba una persona seria.


Los primeros días en que estuvo a cargo, la situación fue normal. No hubo mayor cambio y la rutina era la misma de siempre, sin embargo la nueva «pluma» empezó a traer del patio de al lado otros de sus “causas”, es decir los presos de la banda con los que había delinquido, y empezó a desplazar poco a poco a los pasilleros antiguos para poner a sus causas en los cargos de poder.


La actitud de estos nuevos pasilleros frente al patio empezó a generar descontento: poco a poco las “pelas” (palizas) por deudas de droga y dinero pasaron de ser regulares a diarias, empezaron a subir los impuestos de forma desmedida y crearon un nuevo impuesto que según la propia pluma “había mandado a recoger el director para renovar la fachada del patio y hacer un lavadero”.


El inconformismo fue creciendo poco a poco: paliza tras paliza, abuso tras abuso se empezó a fraguar la expulsión del “rancho” o la “Casa” (presos que manejan, administran y controlan los patios). Los antiguos pasilleros reunieron a sus allegados, buscaron nuevos apoyos de los que habían sido abusados, entre quienes querían un espacio de poder dentro del patio y entre la guardia que veía con malos ojos que la «pluma» hablara explícitamente de la corrupción del director.


La gota que rebasó el vaso fue cuando la «pluma» propinó una brutal paliza a uno de los presos que movía la droga en el patio. Fue tal la golpiza que este no pudo salir de su celda en una semana, terminó con la cara amoratada y sin poder caminar por las puñaladas que le metieron en las canillas.

El descontrol


Todo quedó cuadrado para un sábado a la tarde: debido a la consulta presidencial del Partido Liberal se había cambiado la visita femenina del tradicional domingo al sábado, y para ese día se preparó el motín, también llamado descontrol dentro de la cárcel.


Cuando salió la última visitante y justo antes de la contada de las 3:30 pm, el preso que había sido brutalmente agredido se acercó puñal en mano a la «pluma», que estaba jugando parqués en el centro del patio, y sin mediar palabra lo apuñaló. Inmediatamente todo el patio entró en convulsión: la gente que no tenía nada que ver con la disputa ,“los sanos”, se hicieron contra las paredes. Quienes encabezaron el descontrol empuñaron los cuchillos y arrinconaron a la casa contra la puerta del patio, mientras una gran cantidad de presos tomaron los ladrillos que estaban apilados en una esquina (destinados a la construcción del controversial lavadero) y los arrojaron contra los pasilleros, la «pluma» y sus «causas».


La gran mayoría se unió a la revuelta: cuando se va a expulsar una “Casa” o un grupo de presos, es esencial que estos queden contra la puerta para que la guardia al momento de entrar los saque del patio, así mismo los presos tienen que expresar su inconformidad ante la guardia y su indisposición a que la gente expulsada siga manteniendo el control. Así lo hizo saber el Quinto B, mientras volaban ladrillos, sillas, palos y cuchilladas, la gente empezó a gritar: ¡¡sobran!! De tal manera que la guardia inmediatamente procedió a sacarlos al pasillo central de la cárcel.


El saldo de heridos fue alto: varios apuñalados y heridos debido a los ladrillazos. Hubo otros que estando ilesos se escondieron debajo de las canecas e intentaron escalar las paredes presos del pánico, incluso la congregación cristiana empezó a orar y cantar una vez se había acabado la reyerta, en un acto cómico pero profundamente real los presos sacaron papel higiénico y a modo de pañuelo lo ondearon al coro de “paz, paz” ante la guardia que entró repartiendo bolillo de forma equitativa y nos ponía a todos acurrucados y sin ropa contra la esquina de la cancha.


Semidesnudos fuimos pasando uno a uno por la inspección de los guardias que respondían con la mayor violencia ante quien desobedeciera o no acatara a tiempo sus órdenes, y cuando por fin terminó la requisa nos permitieron sentarnos para escuchar al oficial a cargo: “Yo sé que están inconformes muchachos, y vamos a hacer esto sencillo, vamos a subir en orden a las celdas y mañana ustedes solucionan su problema de convivencia”, luego de eso sacaron a los organizadores del motín a quienes la guardia conocía por haber sido pasilleros anteriormente.


Recaudar impuestos: «por el bien de todos»


En ese momento un solo preso que se paró y tomó la vocería de todos, dijo: “Nosotros los respetamos a uds como guardia y el problema no es con uds, pero si mañana la «pluma» y los señores que le están dando mala vida a la gente vuelven a entrar, los vamos a sacar así sea a punta de roca”.


El oficial le dijo que eso se iba a hablar y fuera del patio se reunió con los organizadores del descontrol. Lo que se dio en esa reunión fue la respectiva negociación económica, las cuotas que se debía pagar a la guardia para asegurar que la anterior casa no volviera, se rumoró después que el pago superó los diez millones.


Durante la noche nos encerraron en las celdas pero hubo que encargarse de las pertenencias de los antiguos mandamases del patio: dinero, celulares y drogas fueron tomadas y repartidas por la gente que no paraba de aullar y gritar, amenazando a quienes una vez les maltrataron y prometiendo vengarse en un futuro encuentro.


Al día siguiente vino la limpieza de la cancha, las celdas y el reacomodamiento de la jerarquía del patio, es decir la conformación de la nueva Casa; se nombraron pasilleros, «pluma» y por segunda vez, se sancionó a los colaboradores de los caciques anteriores obligándoles a limpiar el patio por semanas y se fijaron los nuevos impuestos, que en general no variaron mucho de los anteriores.


El lunes a las 8:00 am llegó el entonces director, Cesar Augusto Ceballos, con todo su esquema de seguridad y los cuadros de mando de la Modelo a la cabeza del Capitán Barrera . Nos hizo formar como soldados, prendió una cámara de video y dio un extenso discurso sobre su moral cristiana, su “gran labor” a cargo de la cárcel y la maestría en derechos humanos que estaba cursando -la cual espero que esté continuando en la cárcel así como hice yo con mi pregrado de sociología. Por último, ratificó que él nunca había recibido un solo peso de nadie, que invitaba a quienes tuvieran prueba de ello a denunciar para poder “enviarlos de traslado lo más lejos posible” y se fue, dejando a cargo de al Capitán Barrera.


El ilustre oficial, una vez apagaron la cámara de video nos explicó cómo a pesar de que recaudar impuestos en la cárcel era ilegal, se hacía necesario para la “convivencia de todos” y nos exhortaba a pagar los impuestos mínimos para no tener problemas futuros.


Luego defendió al Director: dijo que era un hombre intachable y que si alguien tenía una denuncia en su contra sería el primero en investigar, hubo un incauto que creyendo ingenuamente en esas palabras denunció un mes después la cuota que se le pagaba a la guardia. Ese incauto paró en una cárcel de la amazonia colombiana.

 

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