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El asesinato de George Floyd, una herida que sigue abierta

Por: Isaac Morales Pérez. Coordinador de la línea de seguridad urbana y crimen organizado, Pares.


Justice for George Floyd y I can’t breathe gritan miles de manifestantes que levantan su voz tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis a manos del policía Derek Chauvin, quien por más de siete minutos ubicó su rodilla sobre su cuello hasta asfixiarlo. Sin duda, una clara violación a los derechos humanos ya que Floyd se encontraba esposado y sometido en el suelo en una clara desventaja en términos de fuerza, pero además un caso explícito de racismo.


Este hecho ha despertado la furia de miles de estadounidenses quienes completan siete días de manifestaciones violentas en varias ciudades de los EE.UU. Después de manifestarse en Minneapolis, las protestas escalaron a Chicago, Las Vegas, Los Ángeles, Detroit, Nueva York, San Francisco incluso a Washington, donde en la noche del domingo cientos de personas se revelaron frente a la Casa Blanca, ocasionando incendios en los alrededores y provocando el acuartelamiento del presidente Trump.


Ahora bien, la muerte de Floyd ha sido un detonante y un episodio que deja ver varios elementos. Es innegable que aún reina en los Estados Unidos un sentimiento racista arraigado y es más grave que quienes ejercen el orden y el control en las ciudades como parte de los cuerpos de policía estatales profesen estos ideales de supremacía y poder blanco, imponiendo su ideología a su deber.


Floyd no ha sido el primero ciudadano afroestadounidense asesinado a manos de oficiales, pero sí ha sido el que ha despertado un sentimiento común en millones, no solo dentro de las fronteras de ese país, sino en varias ciudades del mundo.


De esta forma, este acontecimiento se ha convertido en un coctel explosivo, donde convergen ingredientes muy peligrosos. Por una parte, un presidente que en lugar de reprochar el hecho pareciera que lo celebra y ordena represión, una multitud indignada en las calles manifestándose, una segunda enmienda vigente que permite que los ciudadanos se armen para defender lo suyo, y a esto agreguemos un pandemia, que cuenta cerca de dos millones de casos en los EEUU.


Más allá de las protestas, los incendios, las movilizaciones en masa quisiera enfocarme en dos temas que permiten hacer una reflexión. Por una parte se ha puesto en la agenda pública e internacional los episodios similares, donde las fuerzas de policía responden de manera violenta y represiva, violando la integridad de las personas y en ocasiones, como el caso de Floyd quitándoles la vida.


Esta ha sido una fotografía repetida desde Argentina, pasando por los países de Sur y Centro América tras las jornadas de manifestaciones a finales del 2019 y ahora se muestra en los Estados Unidos.


Se nota en las respuestas que se le da a las manifestaciones, cómo la proporcionalidad de la fuerza y el uso de armas se ha convertido en un debate amplio de la veeduría ciudadana sobre los hechos; no se puede generalizar afirmando que todos los cuerpos de policía actúan de la misma manera, pero sí se debe hacer un llamado de atención sobre cómo están actuando, los procesos de formación policial y la forma en la que se concibe el servicio de policía que debe orientarse en una vocación de protección y cuidado, no en lo contrario.


El segundo tema al que me quisiera referir tiene que ver con los contrastes entre los países. En Colombia hemos vivido episodios muy parecidos y el más fresco en la memoria nacional es la muerte de Dylan Cruz. En su momento hubo manifestaciones, velatón y jornadas de apoyo a su familia y se abrió un proceso judicial al que hoy seguimos, pero no vivimos algo similar a lo que hoy vive Estados Unidos ¿acaso estamos tan acostumbrados a la violencia?


Definitivamente hemos naturalizado la muerte violenta, permitimos que se discrimine hasta morir, como ocurrió con Alejandra Monocuco una mujer trans de 39 años trabajadora sexual de Santa Fé y VIH+, quien no fue atendida a tiempo por su condición y lamentablemente perdió la vida, en una semana seguramente ya nadie se acordará de ella y todo seguirá normal.


Estados Unidos no ha vivido la violencia como nosotros y por eso episodios como el de Floyd despiertan la furia de miles alrededor de una causa común. A los estadounidenses no les ha tocado vivir masacres en sus territorios, no han tenido desplazamientos masivos y tampoco falsos positivos, porque sus conflictos siempre los llevan fuera de sus fronteras, sin embargo, la muerte de Floyd ha dejado ver que sí viven un conflicto muy grave que se creía superado hace décadas pero no lo ha sido.

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