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Tsunami de plomo y silicona

Por: María Victoria Ramírez M.


–Me gustas

Soy ciega

-Me encantas!!

Soy coja

– ¡Me fascinas! ¡Me encantas!… ¡Me enloqueces!!

¡Estás loco!!! Soy ciega, coja y bruta. ¿Qué puede gustarte de mí?

-Ser el único.

Poema Ego de Andrés Galeano[1]


En los últimos días he visto televisión. Normalmente no veo mucha televisión. A lo sumo, las noticias, especialmente las de la Deutche Welle. No por esnobista sino porque son menos sensacionalistas que las nuestras. Pero debo confesar que, últimamente, hasta telenovelas he visto. Yo nunca vi series completas como El capo o El cartel de los sapos, no fui capaz.


Pero recientemente, viendo la serie El general Naranjo, en la que recrean episodios como la toma del Palacio de Justicia y la historia de Pablo Escobar, observé escenas de mujeres semidesnudas y voluptuosas en la Hacienda Nápoles entreteniendo al capo y a sus secuaces. Tuve un flashback sobre algo que escribí hace algunos años y que quiero compartir con ustedes:


Cuando se estrenó la serie de televisión Las muñecas de la mafia pensaba yo en un adjetivo que describiera ése y otros programas del mismo semblante. ¡Extravagante!, me dije en ese momento. Pero al consultar el diccionario de la RAE, me encontré con lo siguiente: “Que se hace o dice fuera del orden o común modo de obrar”.


Sin embargo, observando detalladamente la estética que se ha apoderado de esta ciudad, el modo en que la gente habla, la manera en que este país ha ido maquillando su pobreza o construyendo sus gruesos patrimonios, y hasta adquiriendo un nuevo dialecto, salta a la vista que los libretos del Capo, de ‘Sin tetas no hay paraíso’ o de ‘Las muñecas de la mafia’ no son una extravagancia sino que retratan, de cierto modo, el estilo y la vida cotidiana de al menos buena parte de la sociedad pereirana, y también de la colombiana.


Me he impuesto el penoso trabajo –para mí – de ver algunos capítulos de esas series, solo con el propósito de hacer exégesis; pero ha sido difícil mantenerse frente al televisor sin sentir repulsión. La escena de Amparo Grisales vestida de colegiala tratando de seducir a su ex marido, un mafioso con hebilla dorada al cinto y camisa de seda estampada, que la observa (lascivamente) retorcerse sostenida de una columna estilo griego y, acto seguido, ella, en una acrobacia casi inverosímil, estira hacia él su tonificada pierna y afirma con un ronroneo: “todavía te gusto”, es sencillamente grotesca.


Abundan en estas series los diálogos cargados de la jerga de los carteles. ‘Yo lo que quiero es un duro que me mantenga’ o esa ‘hembrita me la corono yo’ son algunas de las frases que conforman el ‘gran esfuerzo literario’ de los libretistas y que son lo que se podría escuchar en cualquier esquina de nuestra ciudad, expresiones que no exaltan precisamente la pujanza y el amor por el trabajo que tanto enorgullecen a nuestra ‘raza paisa’.


El mafioso quiere a su ‘hembra’ según un molde que las clínicas estéticas le fabrican. Cabello liso, porque las crespas no pegamos, senos casi en las clavículas, caderas que semejan las de una yegua, sonrisas diseñadas, labios que parecieran a punto de explotar. Se ha acuñado el término turismo estético y quirúrgico.


Es una industria creciente y lucrativa, pero que encierra un drama: las mujeres no están a gusto con ellas mismas, tienen miedo a envejecer, lo que, según Susan Sontag nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la vida que desea. Las mujeres quieren ajustarse al molde y en ocasiones pagan con su vida, según informa la prensa colombiana en artículo de El Tiempo:


“Gladys Gallego Obando, de 35 años, murió en liposucción en Cali. …

El 30 de marzo Luz Mery Gómez Díaz, de 43 años, murió al serle inyectada una sustancia aceitosa para aumentar el tamaño de sus glúteos, al parecer, en una peluquería del barrio El Diamante, oriente de la ciudad. …


El 4 de abril murieron Elena Moreno, madre de una niña de 12 años, quien se practicó una cirugía en una abdominoplastia en una clínica del barrio el Trébol. Mientras que Jacqueline Bravo de 53 años, murió después de ser operada en una clínica de Tequendama.”


En reciente capítulo de El general Naranjo, Pablo Escobar yace muerto sobre un tejado con su enorme abdomen al descubierto, luego de haber almorzado bandeja paisa. Él nunca pensó en practicarse una liposucción.


Verse a sí misma y maravillarse, contemplarse, abrazarse, aceptarse y darse la bienvenida. Mirarse al espejo y sentirse a gusto, sin preguntarse si sobra o falta algo o dejarse contemplar como en los versos de Octavio Paz:


Voy por tu cuerpo como por el mundo,

tu vientre es una plaza soleada,

tus pechos dos iglesias donde oficia

la sangre sus misterios paralelos,

mis miradas te cubren como yedra,

eres una ciudad que el mar asedia,

una muralla que la luz divide

en dos mitades de color durazno,

un paraje de sal, rocas y pájaros

bajo la ley del mediodía absorto…


Si bien la serie El general Naranjo exalta entre ficción y realidad las hazañas del policía que llegó a ser vicepresidente y sus triunfos sobre el hampa, la mayoría de estos programas me dejan la sensación de que en lugar de alejar a las nuevas generaciones del narcotráfico, la prostitución y la superficialidad, por el contrario son una exaltación de esos antivalores y de esa antiestética que me sumergen por momentos en una especie de alucinación monstruosa, en la que un día seremos arrasados por un tsunami de plomo y silicona.


[1] Andrés Galeano es pereirano, Licenciado en Filosofía. Poeta y guionista para cine y televisión.

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