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Lo de Uribe, un paso hacia la reconciliación

Por: León Valencia, director – Pares

Me van a perdonar todos los líderes de opinión, los políticos, los seguidores de Uribe, que creen que la prisión domiciliaria y el juicio por soborno a testigos y fraude procesal contra el expresidente es una injusticia y una tragedia que va a generar más violencia y nos va a alejar para siempre de la reconciliación nacional. Creo todo lo contrario.


Mi argumento es este. La conciencia heroica del expresidente Uribe y de una parte de las élites políticas del país, es lo que ha impedido que dejemos atrás la guerra y avancemos hacia la reconciliación nacional. ¿Qué es la conciencia heroica? La convicción de la que causa era justa y los medios que se utilizaron para defenderla también lo eran. La triste idea de que las más de ocho millones de víctimas que produjo el conflicto armado eran necesarias.


La paz empezó a ganar terreno cuando la izquierda comenzó a declinar su conciencia heroica y luego tuvo un salto muy importante cuando sectores de las élites políticas entraron por ese camino.

Primero fueron los intelectuales de la izquierda que espoleados por el dolor inmenso que se vivía en los campos colombianos empezaron a preguntarse por la validez de las guerrillas. La crítica a la aventura armada de personas que apoyaron por largo tiempo esta forma de lucha le restó legitimidad a la insurgencia y la empujó a los acuerdos de paz.


Belisario Betancur fue pionero entre las élites de ese declinar de la conciencia heroica. ¡Ni una gota más de sangre entre colombianos! Dijo en su posesión presidencial. No pudo cumplir su propósito, pero abrió el camino. No es un gesto vano reconocer esta iluminada decisión.


Hace tres años en la Feria del Libro de Bogotá discutía con Pastor Alape, unos de los líderes de las FARC, sobre esta larga y ominosa guerra. Pastor insistía en la causa, en la justicia de la causa, en los ideales que inspiraron a muchos jóvenes -entre ellos Camilo Torres y Manuel Marulanda Vélez- a ir a las guerrillas. Le dije que después de cincuenta años de esta confrontación teníamos que evaluar la guerra por los resultados y estos eran impresionantemente tristes y desastrosos. Nos equivocamos los que fuimos a las guerrillas, se equivocaron quienes desde el Estado repelieron el alzamiento.

Equivocarse es de humanos. Rectificar es de sabios. Eso es que pide hoy buena parte del país. Eso es lo que exige la nación.


Fíjense que el proceso en que está ahora Uribe empezó con unas acusaciones que le hizo Iván Cepeda. Apoyado en unos testimonios de paramilitares, Cepeda señaló a Uribe de haber contribuido a formar el Bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia. Una más de muchas acusaciones que ha recibido el expresidente a lo largo de estos veinte años por acción u omisión en masacres, asesinatos, desapariciones y desplazamiento forzado de personas. La respuesta fue contratar unos abogados para tratar de limpiar su imagen enlodando la de Cepeda.


El expresidente Uribe está ahora en un círculo vicioso del cual no saldrá nunca -ni él, ni su familia, por varias generaciones- mientras no decline la idea de que todas sus actuaciones en esta oscura guerra han sido justas y legítimas.


El mundo después de las guerras dolorosas del siglo veinte encontró un lugar donde se pueden reconocer los graves errores, los crímenes impensables, las actuaciones desviadas, salvando el honor y obviando la cárcel, pero afrontando la sanción moral y social. Ese lugar es la justicia transicional. En Colombia todavía hay mucho tiempo para que los actores claves de la confrontación acudan a ella.


Uribe puede acortar el camino de la reconciliación si no insiste en defender, en tribunales ordinarios, una inocencia que no existe y no tiene porque existir cuando ha sido el líder máximo en una guerra irregular, lastrada por la ignominia y la perversión, por la trampa y la sevicia.


Ningún bien, le hacen al expresidente Uribe, los periodistas, los seguidores obsesionados, los partidarios interesados, los obcecados, ilusionándolo con un apoyo masivo del país a su inocencia. No pasará mucho tiempo para que quienes lo quieren de verdad, quienes saben que fue tan sincero en su causa como equivocado en sus métodos, le aconsejen que doble la amarga página y empiece el proceso de reconocimiento de la verdad tal como lo están haciendo poco a poco sus feroces enemigos de las FARC.

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