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Mario y Keiko

Por: Guillermo Linero

“Los electores peruanos se encuentran ante una difícil decisión en la segunda vuelta  presidencial, pero, a pesar de presidencial, pero, a pesar de todo, Keiko Fujimori representa el mal menor”.

                                                                                                        Mario Vargas Llosa

Luego de leer en el diario El País de España la columna Piedra de Toque del escritor Mario Vargas Llosa, publicada el pasado 17 de abril bajo el título de “Asomándose al abismo”, en la que el escritor invita a votar por Keiko Fujimori, y en congruencia con lo expuesto en mi nota anterior acerca de la “función social del arte” y del compromiso de los creadores con dicha función, tuve la necesidad de releerla –la columna de Vargas Llosa- con sentido crítico y compartir mis apreciaciones con los lectores, pues Vargas Llosa –a quien leo y admiro como escritor- constituye una excepción a la generalidad que yo describí en “La Función Social del Arte” como si fuera una conducta natural en cualquier escritor; es decir, actuar y ponerse del lado de las sensateces.


Sin la menor de las dudas, el peruano Mario Vargas Llosa, nacido en Arequipa en el año de 1936, es uno de los más importantes escritores de la segunda mitad del siglo XX, y es muy bien conocido por su protagonismo dentro del prestigioso boom latinoamericano, del cual hicieron parte, entre otros escritores, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y José Donoso.


Sin embargo, es indudable que a Vargas Llosa se le conoce mejor por el éxito de sus obras literarias como: “La Ciudad y los Perros” (1962), que rompe por fin con el barroco latinoamericano y da paso en nuestro continente a las ocurrencias y maneras de la narrativa moderna; “La Señorita de Tacna” (1981), una pieza teatral donde se advierte que el mundo del narrador, por imaginado o ficticio que sea, siempre es el de su entorno y proximidades; “La Guerra Del Fin del Mundo” (1981) que describe el fracaso de una empresa revolucionaria tan auténtica en sus reclamaciones como posesa en sus tácticas y estrategias; “Pantaléon y las Visitadoras” (1973), una divertida pieza que devela con humor los humanísimos programas secretos de un asentamiento militar en la Amazonía peruana o; “La Fiesta del Chivo” (2000) que es una crítica a los dictadores y a su estirpe malsana en Latinoamérica. En fin, piezas magistrales, entre otras varias suyas, que lo hacen digno merecedor del premio nobel que le fuera otorgado once años atrás.


Con todo, Mario Vargas Llosa es también bastante conocido por sus posturas en oposición al comunismo y a los movimientos de izquierda, especialmente por su dura crítica al gobierno de Fidel Castro, durante los sucesos en torno al llamado caso Padilla, que develó las persecuciones y violaciones a los derechos de quienes, aun siendo amigos de la revolución, no aceptaban para su país un modelo político y económico de perfil comunista, basado en el acortamiento de libertades. No en vano las obras de Vargas Llosa fueron vedadas durante la dictadura de Fidel castro en Cuba, y en Latinoamérica desde entonces se le ha tildado de inconsecuente con las causas revolucionarias.


En coherencia con ese talante político, no resulta atrevido decir, por ejemplo, que la famosa trompada que le diera a su entrañable amigo Gabriel García Márquez, en 1975, en el aeropuerto de México, no fue ocasionada por líos de faldas ni por reclamos de lealtad afectiva, sino por sus ganas de golpear a un comunista, como suele provocarle a la gente de extrema derecha.


Por tales razones, no sorprende a nadie que ahora defienda y promueva en su país la opción política de Keiko Fujimori para que ocupe el cargo de presidente del Perú en el 2021, si consideramos que quien le rivaliza y aventaja es, precisamente, un izquierdista de línea férrea. Es decir, Vargas Llosa, igual que los colombianos que le huyen con espanto a Gustavo Petro, prefiere de presidenta de su país a quien está señalada de corrupta, única y ciegamente por ser de derecha, y sin importarle dejar el país en manos de gente de oscura traza.


Aunque el nobel explica que prefiere a Keiko Fujimori porque “representa el mal menor y hay, con ella en el poder, más posibilidades de salvar nuestra democracia”, es más fácil interpretar que la prefiere, sencilla y llanamente, porque su oponente es Pedro Castillo, alguien que a su juicio, por el sólo hecho de ser de izquierda, instauraría una “sociedad comunista” en el Perú. Y lo asevera así, sin contrastar que el izquierdista es un humilde profesor de escuela y un sindicalista entregado a la defensa de los derechos de los trabajadores; mientras que su candidata está señalada como partícipe en el caso de corrupción más grande de la historia de América latina, según lo dicen los mismos peruanos y según lo informa el mismo Vargas Llosa, al contar que Keiko “está acusada por el poder judicial de haberse lucrado con la operación Lava Jato, de la que habría recibido dinero, por lo cual el poder judicial ha pedido para ella treinta años de cárcel”.


Y la prefiere también, sin importarle que haya crecido en un ambiente delincuencial -el de su padre Alberto Fujimori- del cual todavía no ha salido; pues, electoralmente nunca ha dejado de encarnar a su padre, como lo demuestra de corriente en sus manifestaciones públicas. En efecto, una de sus promesas gancho o atrapa votos en esta contienda, es otorgarle el indulto a su padre en cuanto se posesione, si llegara a ganar en las elecciones del 6 de junio.


Critica ingenuamente, el nobel peruano, que el candidato de la izquierda, Pedro Castillo, prometa en el campo económico cambios propios de la izquierda como la puesta en marcha de una “Economía popular con mercados”. Y le resulta incoherente que en asuntos de moral y religión, se muestre de extrema derecha, porque Castillo reconoce que su pueblo todavía lleva el peso de una tradición tan arraigada en la mente que desmontarla de tajo es improcedente y peligroso. Una decisión política como las obviadas por Vargas Llosa cuando perdió –a mi juicio injustamente- las elecciones presidenciales del año 2000.


Con expresa alarma observa el nobel peruano en el programa de gobierno de Pedro Castillo, la firme decisión de acabar con las prácticas tradicionales de explotación minera en las montañas peruanas: “Querer acabar con la minería, que es la riqueza de los Andes peruanos, es una temeridad sin precedentes, hija de la pura ignorancia, que sofocaría una de las fuentes básicas del desarrollo nacional”.  Líneas, de Vargas llosa, que al repasarlas es difícil comprender, si no imposible, si el nobel conoce o no las noticias sobre los impactos que puede originar la minería en la naturaleza y en la vida humana. Lo cierto es que demuestra en sus aseveraciones desconocer cuánto daño le causa la minería a la corteza terrestre, o que no ha escuchado de la contaminación de las aguas, ni de la afectación a la flora y fauna, ni le han dicho tampoco de los efectos negativos en la salud de quienes habitan en las proximidades de las minas, y ni qué decir del paupérrimo trato que le dan los dueños  de las minas a sus mineros.


Por otra parte, subraya Vargas Llosa, que tiene “el convencimiento absoluto de que si Castillo, con semejantes ideas, llega a tomar el poder en la segunda vuelta electoral, dentro de un par de meses, no volverá a haber elecciones limpias en el Perú, donde, en el futuro, aquellas serán una parodia, como las que organiza de tanto en tanto Nicolás Maduro en Venezuela para justificar su régimen impopular”. Arguye eso el nobel peruano, olvidando que Alberto Fujimori, con quien perdió sus aspiraciones a la presidencia en el año 2000, fue acusado de fraude electoral en el año 2001, cuando ni Chaves ni Maduro imaginaban que un día llegarían al poder: “El jefe de la misión de observadores en Perú de la Organización de Estados Americanos (OEA), Eduardo Stein, afirmó, casi un año después de la reelección del ex presidente Alberto Fujimori, que en las elecciones del 2000 hubo «fraude». De modo que es más cuerdo pronosticar que Keiko Fujimori (una corrupta de trascendencia latinoamericana) se pliegue a las prácticas sucias de su padre Fujimori (que es un dictador tras las rejas), y no que Pedro Castillo, un humilde profesor de escuela, se adhiera a las de Maduro (que es otro dictador tras las rejas, si consideramos los efectos del bloqueo económico).     


Finalmente, lo que resulta bastante asombroso y vergonzante, es que de ganar Pedro Castillo, como sin duda ocurrirá, el sensible Mario Vargas Llosa, visualiza “un golpe de Estado militar a corto plazo”. Un peligroso vaticinio en una región cuya población está siempre al borde de explotar, y más que un acto de videncia es un claro acto de violencia; es decir, una expedita manera de aupar actos de facto, que él ha criticado fuertemente a los movimientos comunistas.


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