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Jaime Jaramillo Escobar, un río profundo

Por: Germán Valencia Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia

Jaime Jaramillo Escobar le madrugó a la vida. Nació el 25 de mayo de 1932 a las 3:15 de la madrugada, tres horas antes de que se alzara el sol en Pueblorrico –una pequeña localidad del suroeste antioqueño, apenas erigido como municipio en 1911–, territorio al cual su padre llegó como educador y al que Jaime volvió tan solo al cumplir sus 87 años de edad, como queriéndose morder la cola.

Como nació en la década de los treinta –el momento en el que se estaba gestando el período de la Violencia en Colombia–, durante sus años de niño y adolecente le tocó vivir en continuo desplazamiento. Primero tuvo que salir de su pueblo natal –debido a la labor docente de su familia– para Altamira, un corregimiento cercano del municipio de Betulia, donde cursó su primaria. Luego pasó a Andes, donde realizó su bachillerato. Y más tarde, como inspector de Policía, pasó revista por varios municipios de ese místico territorio antioqueño.

Ese constante cambio de lugar convirtió a Jaime en un andariego, peculiaridad que conservó durante muchos años. Vivió en Cali, Bogotá y Medellín, y recorrió todo el país: desde la mítica región chocoana hasta la ancestral alta Guajira. Incluso visitó las islas de San Andrés y Providencia, donde, junto a su amigo salgareño Verano Brisas, visitó a Simón González –hijo del filósofo Fernando González– cuando fue gobernador en aquel archipiélago.

En la década de 1960, en la sucursal del cielo –Santiago de Cali–, se encontró con Gonzalo Arango, quien fue su compañero de colegio a los 15 años en Andes y quien era, además, padre del Nadaísmo. Su amigo –que lo consideraba “la mejor de las compañías”– lo invitó en 1958 a que lo acompañara en el lanzamiento del manifiesto de su movimiento filosófico-literario. Años más tarde se reconocería a la corriente nadaísta como una de las mayores revoluciones literarias de la historia del país debido a los cambios que produjo y a la crítica que realizaba.

A partir de ese momento, a Jaime Jaramillo lo catalogaron como uno de los miembros más importantes y, a la vez, uno de los “espécimen más raros” del nadaísmo. Se le asociaba con esta corriente debido a la cercanía que tuvo con Gonzalo Arango y, sobretodo, a que en 1967 se ganó el primer Premio nadaísta de poesía Cassius Clay con el trabajo Los poemas de la ofensa, obra que retrata a de manera sintética la apuesta contestataria del movimiento literario.

Los poemas de la ofensa fueron publicados un año más tarde bajo el seudónimo X-504, que, según palabras de él mismo, representaba a “una res marcada”; y correspondía, en primer lugar, a una X que se pregunta o interroga por “¿quien soy?”, y segundo, a los tres primeros números de su vieja cédula –sacada en Medellín el último día de enero de 1955–. Seudónimo que abandonó, según Jaime, para enfrentar el miedo que le producía el hecho de ser un funcionario público señalado por ser poeta crítico y, además, para “hacerse responsable de lo que decía”, pues pensaba que los escritores deberían ser francos y directos.

Luego de mucho andar se radicó en Medellín, ciudad en la que se mantuvo hasta su muerte, a pesar de las múltiples invitaciones que le hacían de visitar México o España. A partir de 1983 creció su fama, pues ese año recibió un doble reconocimiento: el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus y el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia. Reconocimientos que lo posicionaron como el mayor de los exponentes del nadaísmo y uno de los poetas más importantes del siglo XX en Colombia.

A pesar de que su gloria traspasó fronteras, Jaime siempre fue una persona humilde. Nunca quiso pertenecer o acercarse a los círculos intelectuales rimbombantes y exclusivos del país. En su lugar, mantuvo una cercanía con niños y jóvenes, al igual que con todas aquellas personas que, de manera sincera y sin prejuicio, se acercan a la poesía; así como con habitantes de los parques públicos o los lustrabotas, pues, decía, “son la gente que entiende los poemas”. De allí que, al terminar sus lecturas, disfrutaba hablando con estas personas, ya que le ofrecían “gratuitamente sus servicios para que me sentara a conversar con ellos”.

Precisamente, en 1985, atendiendo un llamado que le hizo el escritor antioqueño Darío Jaramillo Agudelo, desde la Biblioteca del Banco de la República, comenzó a dirigir en la Biblioteca Pública Piloto el Taller de Poesía y Creación Literaria –el cual dirigió, todos los sábados, durante 35 años–. Jaramillo Agudelo logró convertir este espacio en un verdadero encuentro para la tertulia, donde los gomosos de la poesía y otras formas literarias –de manera sencilla y cálida, pero a la vez profunda y didáctica– escuchaban a su maestro.

Por eso, el pasado 11 de septiembre, mientras que el mundo hacía honor a las víctimas de las Torres Gemelas en New York, un grupo de amigos y alumnos le rendían tributo en un parque público de la ciudad de Medellín. Jaramillo Escobar, su maestro, les había dejado el día anterior – sentado en su baño y, tal vez, a la misma hora que nació– a sus 89 años de edad. Un homenaje de agradecimiento a “una ranita que canta al compás del universo”, como él mismo describe a los poetas. A un verdadero amante del idioma español, pues le posibilitaba decir lo más dulce y delicado, pero a la vez le permitía ser sarcástico, irónico y contestatario con las costumbres e instituciones.

Poemas que le sirvieron para buscar en los ríos tormentosos las palabras más “viejas de todas para volver a Angbala” y sacar a la superficie, entre las palabras más profundas y desconocidas, “una que sea tan honda como el pez en el agua”. Palabras que compartía, como niño feliz altruista, con todo mundo, porque sus poemas eran dulces y sencillos como el bocadillo, al que amaba y le gustaba tanto.

Por ello, los invito a leer a Perorata o Circo para regresarnos de nuevo a la infancia. Pero antes de iniciar este viaje recuerden: “el poema tiene que se flexible, escurridizo, ondulante, con un cuerpo frio que os estremezca una boca capaz de haceros cualquier cosa”. Ahora si, ¡prepárense!: “los de más cerca, apártense un poco. Los de más allá, acérquese más. Hagan un círculo perfecto, tómense de las manos, aquí está saliendo esa cosa verde que es el poema”.

* Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona a la que corresponde su autoría y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación (Pares) al respecto.




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