Los rumores son cada vez más fuertes. María Paz Gaviria suena con toda la fuerza para ser candidata a la Cámara de Representantes, bajo las toldas del Partido Liberal. María Paula ya tiene una hoja de vida extensa: fue la directora de la Feria de Arte de Bogotá, por más de 13 años, programa de la Cámara de Comercio de Bogotá. Es politóloga, licenciada en Artes Liberales, con especialización en Historia del Arte de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Durante su carrera profesional se ha destacado en diversos escenarios culturales, como el Museo Whitney, la Galería Sperone Westwater y la Bienal de Nueva Orleans, entre otros. Pero ahora se va a dedicar a lo que es prácticamente el negocio familiar: el Partido Liberal.
Para uno de nuestros analistas de la línea de Democracia, Alejandro Chala, esta designación sorprende, pues María Paz Gaviria no tiene mucha incidencia en el Partido, ha tenido una vida privada mucho más alejada de la política. Fue potencialmente, una de las sugerencias del Partido Liberal para ocupar el Ministerio de Cultura a inicios de 2025, pero en realidad ha estado distante de la vida política de su papá, de su hermano y del partido.
Mientras tanto, Simón Gaviria suena para volver a ser presidente del Partido Liberal. Ya lo fue entre los años 2011 y 2014. Para Chala, En esa época se hizo famoso porque siendo presidente de la Cámara, por allá en 2012, firmó la aprobación en Cámara de la Reforma a la Justicia, que terminaba beneficiando en gran medida a los parlamentarios (tenía varios micos relacionados con el tema). Cuando fue cuestionado por la prensa, señaló que no había leído la reforma. Fue director del DNP durante el segundo gobierno Santos, hasta 2017. Se le acusa de presuntamente haber nombrado gerentes de campaña del partido a las elecciones de 2014 a un señor, Eduardo Moreno, acusado de estar involucrado en el escándalo de Odebrecht.
El Partido Liberal está en manos de Gaviria prácticamente desde agosto de 1989, cuando los carteles de la mafia mataron a Luis Carlos Galán. A continuación, reconstruiremos cómo fueron esas horas:
Juan Manuel, con apenas 17 años, se encerró en la oficina del pabellón de cirugía de la Clínica Kennedy. Luis Carlos Galán, su papá, acababa de morir. 18 de agosto de 1989, 8:00 p.m. Ya no lloraba, ahora pensaba. Como le confesó años después a Juan Lozano, otro galanista, si César Gaviria hubiera estado ahí, la tristeza se hubiera atenuado. Gaviria, recién salido del Ministerio de Gobierno y de regreso a su ciudad natal Pereira, había sido escogido jefe de debate de la candidatura presidencial de Galán. Se había ganado la confianza de la familia.
Juan Manuel nunca había visto a su padre tratar con tanto respeto a alguien como lo hacía con el exrepresentante a la Cámara por Risaralda. Galán acostumbraba a establecer con los que lo rodeaban relaciones jerárquicas. Con Gaviria la conversación era de tú a tú. Juan Manuel sabía, que aunque había gente más cercana, César Gaviria sería el reemplazo que hubiera preferido su padre. Gaviria estaba en Valledupar, en plena campaña, y Juan Manuel contaba las horas para que regresara.
Durante toda la noche, el primogénito de los Galán trabajó en la oficina el discurso que leería en el entierro de su padre. A ratos su prima, la libretista, Juana Uribe, le traía café. Ella misma reconoció años después, que fue esa noche en la que Juan Manuel se convirtió en un hombre. Juana le ayudó a pasar el discurso en su computador. De ese histórico escrito quedarían tres copias: la que el hijo mayor del caudillo leyó en el cementerio, la que le regaló a su abuelo Mario Galán Gómez y la que se llevó Galán a la tumba.
Del otro lado de la cordillera, en Valledupar, Gaviria estaba atrapado en una tempestad. Lograron conseguirle, después de cien llamadas, un avión pequeño que lo trasladara a Bogotá. Gabriel Silva, quien era en ese momento asesor del presidente Barco en temas de narcotráfico y con quien había compartido muchas horas en el gobierno, lo llamó al aeropuerto y le advirtió: tenía que enarbolar las banderas del Nuevo Liberalismo. Gaviria, de origen liberal, y desde cuyas toldas había aceptado apoyar al candidato de este movimiento, atribulado, no sabía qué pensar. Recordaba los intentos en vano de convencerlo de viajar con él a Valledupar. Había información rondando que advertía la posibilidad de un atentado en Soacha. Galán nunca le hizo caso.
El domingo 20 de agosto, llevaron el cuerpo de Galán al Capitolio Nacional a rendirle un último homenaje; durante treinta horas, miles de personas visitaron el féretro. En el apartamento de la familia en el norte de Bogotá, en la calle 88, Gloria Pachón leyó el texto y, entre lágrimas, le expresó al hijo mayor el orgullo que sentían por él. Trataron, vanamente, de conciliar el sueño. Al otro día, el lunes, mientras miles de colombianos se despedían del líder, al interior del Nuevo Liberalismo, el movimiento fundado por Galán nueve años atrás, se movían las intrigas. El senador José Blackburn y el concejal Patricio Samper consideraban la posibilidad de respaldar la precandidatura de Ernesto Samper, quien competía con Galán y Hernando Durán Dussán en la consulta liberal.
Las dudas las disipó, sorprendiendo a todos, el joven Juan Manuel Galán a las 11:00 a.m. en el Cementerio Central de Bogotá: “Quiero decirle al doctor César Gaviria, en nombre de mi familia y del pueblo, que en sus manos encomendamos las banderas de mi padre y que cuenta con el respaldo para que sea usted el presidente que Colombia necesitaba y quería. La suerte estaba jugada.
Las palabras del joven Galán, en un escenario de asombro y desconcierto por el asesinato del carismático líder, colocaron a César Gaviria en el camino de la presidencia. Ganó, meses después, la consulta liberal y el 27 de mayo de 1990, la presidencia de Colombia. Tenía 42 años.
Ya presidente, uno de los primeros nombramientos fue el de Gloria Galán en la Embajada de la Unesco en París. Los hermanos Juan Manuel, Carlos Fernando y Juan Claudio se formarían en Francia; el mayor en Ciencias Políticas y un magíster en política internacional. Gaviria gobernó con gente que escogió, preferiblemente sin mayor historial político, el famoso “kínder”. A la mayoría de los galanistas pura sangre, 28 de ellos, quiso distanciarlos del núcleo de poder, preferiblemente con cargos diplomáticos en el exterior, como ocurrió con uno de los más cercanos a Galán, el también pereirano Iván Marulanda, quien fue nombrado embajador en la FAO en Roma.
Gaviria, hasta 2017, siempre había cuidado las relaciones con la familia Galán. Más cordialidad y respeto que otra cosa, asegurándole al primogénito de los Galán apoyo político en el Partido Liberal, por el que salió elegido senador con una muy buena votación en dos ocasiones. Sin embargo, para las elecciones legislativas del año pasado, le dio un golpe inesperado. Colocó como cabeza de lista al barranquillero Gómez, una decisión que llevó a Juan Manuel Galán a romper con el Partido Liberal y no presentarse a las elecciones. Los Galán se propusieron revivir el Nuevo Liberalismo, el partido fundado por su padre también en disidencia de la bandera roja, pero no han corrido con suerte frente al Consejo Nacional Electoral, que les ha negado la Personería. Treinta años después de su muerte, quien estaba llamado a continuar con el proyecto de Luis Carlos Galán, el hoy expresidente César Gaviria terminó de darle un puntillazo, dejando a Juan Manuel Galán a la deriva dentro del liberalismo. De allí su afirmación con un dejo de sin sabor: “Nunca le hubiera dado las banderas del partido a César Gaviria”.