
Manuel Cepeda es una leyenda, pero no es nuestra intención hacer una hagiografía. Es indudable que se convirtió en un símbolo del genocidio de la UP pero también se le recuerda como uno de los dirigentes más duros e inflexibles del partido comunista.
La narrativa oficial a querido dejar a Manuel Cepeda como un comunista radical, acaso un stalinista, que apoyaba la lucha armada, enfermo por la revolución cubana, un tipo serio, acaso intransigente. Nada más alejado que esto. Cepeda era un poeta. Un tipo de una sensibilidad que lo emparentaba más con un artista que con un stalinista. Escribía versos. Uno de ellos decía:
Desde los veintinueve años Cepeda estuvo al frente de la JUCO. Se enamoró perdidamente de una joven diez años menor que él, Yira Castro, una periodista aguerrida cuyos reportajes denunciaban la brutalidad policial. Fue perseguida duramente durante el Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay. Una enfermedad la postró siendo muy joven. Murió en 1981. Iván Cepeda creció en un hogar en donde lo más importante era la justicia. Su padre pagó esto muchas veces con la cárcel. La primera vez que lo metieron preso fue en 1964, después de publicar un reportaje en el semanario Voz en donde mostraba a uno de los campesinos sobrevivientes del infame bombardeo a Marquetalia. Los hostigaron, los acorralaron. Se tuvieron que ir a vivir a lo que entonces se llamaba Checoslovaquia.
Manuel, además de político, era un aguerrido periodista. Denunciaba el evidente plan de exterminio al que eran sometida esta colectividad. En 1991 es elegido representante a la Cámara. Como congresista descubre la existencia del “Plan golpe de gracia” con el que la cúpula militar, apoyado por grupos al margen de la ley, buscaban arrasar con lo que quedaba de la UP. Acompañado por Hernán Motta, Ovidio Marulanda y Carlos Lozano le hicieron una visita al entonces ministro de defensa, Rafael Pardo, para denunciar, con pruebas, el plan. La respuesta de Pardo les mostró que estaban condenados “No les creo”.
En efecto, el Plan Golpe de Gracia se ejecuta. Cae Manuel Cepeda y su familia, sabiendo lo que le espera con la justicia colombiana, decide emprender la lucha ellos solos, oficiando incluso como investigadores. Un año después de los hechos reciben una llamada. Van a la cárcel de Neiva junto con su esposa, Claudia Girón, ´quien respetada profundamente a su suegro y se involucró de lleno en esta arriesgada investigación. Allí un policía que estaba detenido por una masacre les cuenta que conoce a los dos suboficiales que oficiaron como sicarios en ese crimen.
Se trataba de Hernando Medina Camacho y Justo Gil Zuñiga Labrador. Unas semanas después de los hechos los asesinos estaban borrachos en un bar en Neiva y comenzaron a alardear del asesinato de Manuel Cepeda. Pero no sólo tenían a un testigo sino que también tenían, por una serie de hechos fortuitos, el arma que fue disparada, una Walther 9 milímetros que había usado incluso en varias masacres. Pero nadie hace nada. Los oficiales que mataron a su papá continúan activos. Empiezan las amenazas. Cepeda y Girón se van del país. Regresan en el 2002. En el 2005 crean el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, MOVICE.
Ese año la Corte condena a los dos oficiales. Pero Iván Cepeda busca que caigan las cabezas que dieron las órdenes. Estaba convencido de la participación del general Rodolfo Herrera Luna, quien murió de un infarto durante la investigación. Hacen llamada en el apartamento de Iván y Claudia. Ya no tienen miedo de las amenazas, incluso algunas les dan risa. A veces los criminales improvisan rap para improvisar. Una, dirigida a Claudia, decía el siguiente estribillo: “Sí, como no, no me diga como no, nena malparida, cuídese que la voy a matar, y a Iván también”. No eran Residente pero echaban para adelante con sus versos mal hilvanados. Igual, Claudia e Iván sabían que jugaban con fuego.
Cepeda reunió suficientes pruebas como para que la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenara al estado colombiano por acción y omisión del derecho a la vida de Manuel Cepeda Vargas. El 9 de agosto del 2011, acompañado por su hermana María y su esposa Claudia Girón y del colectivo de abogados José Alvear quienes lo acompañaron fielmente y sin esperar nada a cambio en este proceso, recibía la expresión de perdón por parte del entonces presidente Juan Manuel Santos en el Capitolio Nacional.