
Los que dicen que Iván Cepeda es comunista no conocen su vida. Uno de los grandes rompimientos que tuvo con su papá, Manuel Cepeda Vargas, fue precisamente ese, el de no aceptar lo que había visto en los años ochenta durante su paso por Bulgaria y otros países de la Cortina de Hierro, un socialismo duro, inflexible, viejo. Él siempre ha sido todo lo contrario. Los que adoran a Uribe lo tildan de estalinista. El odio a veces ciega. Cepeda no es comunista, pero sí tiene un alto sentido de la justicia y de la dignidad. En julio del 2004 fue testigo de lo que se considera la mayor afrenta a la historia de la democracia en Colombia, la entrada al Congreso de los comandantes paramilitares Ernesto Báez, Salvatore Mancuso y Ramón Isaza. Afuera, en la Plaza de Bolívar, desde el Magdalena Medio, con buses pagados por la sangre derramada de inocentes, llegaban los simpatizantes de las AUC. Uno de los pocos que se resistió a este embate de la ultraderecha y que servía de colofón a lo que después se conocería como la Parapolítica, fue Iván Cepeda. Con una foto de su padre, el asesinado senador, dio una demostración de dignidad que aún hoy, veintiún años después, sus seguidores se lo reconocen.