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Foto del escritorRedacción Pares

A pesar de lo que digan los uribistas, la hoja de coca ha tenido un transfondo sagrado

Por: Redacción Pares





Desde hace por lo menos 6 mil años los arqueólogos han detectado la utilización de la hoja de coca en este continente en las siguientes labores cotidianas: la construcción, el trabajo agrícola, la faena comunal, la minería, la construcción, el marcado de animales, la fabricación de artesanías, en la decoración del hogar, en las fiestas, en carnavales, en entierros, velorios, se usó también para agudizar las facultades adivinatorias. No se podía vivir sin la coca.

 

Existe una gran hipocresía por parte de los Estados Unidos y de la misma derecha colombiana con respecto a la utilización de la hoja de coca. Si un embajador del gobierno gringo visita la altura de Monserrate, lo más seguro es que arriba, a más de tres mil metros de altura, sacudido por el soroche, lo único que podrá contrarrestar ese mal será tomar un vaso hirviente de hoja de coca. Si un uribista decide vencer todos sus prejuicios y visita a una comunidad arhuaca en la Sierra Nevada, va a recibir puñado de hojas de coca y si no quiere pasar por grosero va a tener que mascarla. Es la manera de darles la bienvenida. ¿Es por eso estos hermanos mayores drogadictos o delincuentes? ¿Está claro que la decisión del gobierno Petro de comprarle a 8.000 campesinos que viven en el Plateado la hoja de coca que cultivan ni viola ninguna ley? ¿Se sabe la utilización histórica que hemos tenido la hoja de coca y que esto no es lo mismo que comprar cocaína?.

 

Aún cientos de miles de personas visitan Machu Pichu, la ciudad sagrada de los Incas. Fue encontrada en medio de la maleza por un arqueólogo en pleno siglo XX. Intacta y majestuosa. En ese momento ya sabíamos que los incas podrían ser comparados con culturas como la maya, la azteca, los mismos egipcios, pero Machu Pichu le daba otra dimensión a esta cultura. Entre más se adentraba en su cotidianidad los estudios apuntaban que la hoja de coca significaba para ellos el elixir con el que hacían sus complejas ceremonias religiosas, como vigorizante y hasta como medio de pago, tan valioso como eran para los españoles el oro y la plata, con la diferencia que estos metales no podían mascarse ni quitarle el cansancio ni la angustia.

 

Lo que viene lo leí en la revista National Geographic. Según una antigua leyenda andina nadie, en todo el imperio Inca, podía resistirse a la belleza de una mujer llamada Kuka. Era tan perturbadora su presencia que el rey de los Incas decidió enterrarla después de partirla en dos. La convirtió en sacrificio para los dioses, comida para los buitres. En el lugar donde enterraron su cuerpo nació una planta. La gente comió de sus hojas, los volvió mejores personas. Nacía la hoja de coca. Le pusieron ese nombre recordando a Kuka.

 

Además de todo lo que han creído los indígenas que pastaron estas tierras, los científicos la han estudiado y han determinado que si quita el hambre y la sed no es por la sugestión de un cacique y su pueblo sino porque efectivamente es rica en hierro y que contiene vitaminas B y C y que por eso ayuda a mantener los niveles de azúcar en la sangre. Es lo mejor para el estreñimiento, para los problemas gástricos. No era un delirio de los Incas creer que se trataba de una planta sagrada.

 

Cuando los españoles llegaron, con sus barbas enmarañadas, sus cuerpos forrados de hierro y su mal olor, incorporaron la hoja de coca en su improvisado botiquín. Lo llamaban Mamá Coca. Uno de los pocos relatos que nos quedan de la cotidianidad inca lo hizo Cristobal Molina, un sacerdote que sabía escribir con habilidad y se convirtió en uno de los tantos y respetados cronistas de indias. En uno de sus relatos cuenta como durante una ceremonia religiosa uno de los sacerdotes incas usaba la hoja de coca para hacer una curación. Según el relato la hoja hacía milagros.

 

Después vendría occidente y sus necesidades. En el siglo XIX ya los grandes laboratorios alemanes la convirtieron en alcaloide. Despistados como Sigmund Freud la quedaron y creyeron, por error, que se trataba deun elixir milagroso. Lo que tomaba ya no era la hoja de coca, sino cocaína. Su entusiasmo quedó plasmado en varios de sus escritos. Pero lo pagaría caro. Su abuso le derívó en el cáncer de mandíbula que terminaría matándolo. El siglo XX países como Bolivia y Perú empezaron a llenarse de plantíos de coca. Ya habían terminado los imperios. Ahora la coca sólo era el insumo que se necesitaba para una medicina que habían descubierto los gringos y que empezaron a mover al capitalismo. En esa primera hola de narcotraficantes participaron nazis que habían huido a Bolivia como Klaus Barbie, conocido como el Carnicero de Lyon, miembro de las SS que sofocó con toda su brutalidad a la resistencia francesa. La hoja se trasladaría a Colombia, a lugares como el Cauca y se creó una estructura temible como fueron los carteles de Cali y Medellín. Con esa plata la guerra en Colombia se agudizó y se volvió más violenta. Se crearon incluso fortines como El Plateado en donde el presidente Petro decidió entrar, recuperar para el Estado y ya piensa comprar la hoja de coca, sin procesar, para recordarle al mundo que esta planta y el alcaloide que ha salido de ella, ese veneno, no tienen nada que ver. Esta decisión es difícil que la imponga. Los Estados Unidos están dispuesto a seguir satanizándola. Y desde que esto siga pasando la guerra va a continuar. La guerra y su máquina de muerte.

 

 

 

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