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Al ELN le falta quemar sus barcos por la paz

Por: Germán Valencia

Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia

 



Hundir las naves o quemar los barcos es una expresión muy común entre los científicos sociales de nuestro tiempo. La usan con el propósito de nombrar aquellas situaciones donde una persona o una organización ha tomado la firme decisión de llevar a cabo un proyecto, y, pase lo que pase, nunca desfallecerá en su objetivo. Incluso, tomará extrañas decisiones —aparentemente irracionales, como hundir sus activos— con el sólo propósito de alcanzar la meta trazada.

 

Este fue el camino que tomaron dos de los grandes estrategas de la guerra en la historia universal y a los que les debemos esta importante expresión. El primero fue el conquistador español Hernán Cortés, quien invadió en el siglo XVI el territorio conocido hoy como México. En su proyecto de dominación del imperio Azteca, se encontró en 1521, al llegar a la ciudad de Tenochtitlán, en la difícil situación de poseer pocos recursos y enfrentarse a una población indígena que lo superaba en cientos de miles de personas —la capital azteca la ocupaban más de 300 mil habitantes—.

 

Relata Cortés en sus Cartas de Relación que, ante la crítica situación y con presencia de un motín de la tripulación, que deseaba regresar a España, ordenó bajar a todos los mercenarios de las naves y “hundir la mayoría de los barcos”. Una acción que es leída hoy como una estrategia atrevida a la que optó el conquistador para incentivar a sus tropas y lograr arrasar el pueblo indígena, cumpliendo con la tarea encomendada por la Corona Española.

 

El segundo hombre que usó esta idea la hallamos aún más atrás en la historia, ocurrió en el siglo tercero antes de nuestra era, cuando el rey macedonio, Alejandro Magno, ordenó “quemar sus naves” como forma de presionar a su ejército para ganar la guerra. En aquella ocasión el objetivo no era arrasar o desaparecer a todo un pueblo, como lo hizo Cortés, pero sí diezmar a sus pares guerreros  y ganar la confrontación en las costas de Fenicia.

 

La estrategia que tomó el joven militar griego, frente a un ejército que superaba tres veces su tropa y que amenazaba con derrotarlos, fue mandar a “quemar todas las naves”, como recurso para obligar a sus hombres a ganar la guerra y poder ver a sus familiares. Les dijo que la mayor razón para acabar aquella confrontación era volver a sus hogares y reunirse con sus familiares nuevamente.

 

El momento vivido por Alejandro nos recuerda, precisamente, el deseo que deben de sentir los cientos de combatientes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de regresar a la vida civil y reunirse con sus seres queridos. Desde la década de 1980, los miembros de esta organización guerrillera saben que la opción de ganar la guerra al Estado es imposible. De allí que el camino más expedito para regresar los guerreros con sus familias sea negociar la paz.

 

Sin embargo, los líderes elenos no han sabido hundir las naves por esta opción, no le han apostado a la paz negociada con firmeza. No lo hicieron en la década de 1980, cuando inició el ciclo de procesos de paz con las insurgencias colombianas. En aquel momento, cuando todas las guerrillas se reunieron con el Gobierno y firmaron ceses al fuego, el ELN se opuso a la propuesta de tregua presentada por el presidente Belisario Betancur y, en lugar de pactar la paz, buscó el fortalecimiento de la lucha armada, desaprovechando el momento histórico que se vivía alrededor de la Asamblea Nacional Constituyente.

 

En aquella década, el ELN realizó su primer y segundo Congreso Nacional —en 1986 y 1989, respectivamente—. Y a pesar de que a su interior había un interés de muchos combatientes por buscar una salida negociada al conflicto, en el segundo encuentro colectivo la mayoría de sus líderes votaron por el No. Según León Valencia, el director de la Fundación PARES, quien estaba en aquel momento en la convención, relata que fueron 80 votos a favor de seguir en la guerra frente a 30 que deseaban una salida negociada.

 

Tampoco fue la apuesta por la paz de sus dirigentes en los siguientes dos congresos nacionales —el de 1996 y 2006—. Luego de rompimiento de los diálogos en Caracas y Tlaxcala en 1992, de haberse negociado la paz en 1994 con una fracción de la organización —la Corriente de Renovación Socialista, aquel grupo que perdió la apuesta por la paz en el II Congreso— y de la votación arrasadora del Mandato Ciudadano por la Paz en 1997, el ELN continuó con timidez su acercamiento a la paz.

 

Finalmente, desde 2014, cuando vivimos el tercer ciclo de negociaciones de paz con el ELN, los líderes de esta organización federada han tenido una postura exploratoria. Son diez años donde la dirigencia del ELN está diciendo al Gobierno que creen mesas con el objetivo de acercarse a la paz. Lo cual ha generado un historia desafortunada de crisis constantes, donde los diálogos de paz se interrumpen y amenazan con no continuar permanentemente.

 

Son 40 años, desde el Acuerdo de la Uribe con las FARC-EP en marzo de 1984, que el ELN ha perdido para avanzar de manera real en la construcción de la paz en el país. A pesar de que está guerrilla ha dado la impresión de querer negociar —pues no ha existido ningún Gobierno excluido de explorar la paz con ella en todo este tiempo—, la falta de una apuesta definitiva por la paz ha hecho que hoy siga poniéndose en duda las real intención de está guerrilla de pactar una salida negociada al conflicto.

 

Al ELN le falta quemar los barcos para el proyecto estratégico de la paz. Sus costos hundidos —como llaman los economistas a estas inversiones—, hasta el momento, han sido poco arriesgadas y considerables. De allí que la sugerencia a los integrantes del VI Congreso Nacional, que se realizará en las próximas semanas, sea la de asumir con claridad su apuesta por la paz, aunque sea difícil lograrla. Que establezcan como horizonte, con determinación ante la adversidad y usando todos los recursos que tengan a su alcance, el objetivo de la paz.

 

Y que luego del encuentro, el Comando Central del ELN (el COCE) se reúna con la tropa —como lo hizo Alejandro Magno— y le digan a los hombres y mujeres que si quieren volver a casa, ver a sus seres queridos y tener una vida más tranquila, el único camino que les queda es hundir las naves por la paz negociada. Que los inciten a optar por la “loca” estrategia de realizar inversiones irrecuperables, como quemar los barcos, con el solo objetivo de alcanzar la paz.

 

*Esta columna es resultado de las dinámicas académicas del Grupo de Investigación Hegemonía, Guerras y Conflicto del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.

** Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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