Foto El Universal
Fue bueno que Santos aceptara la petición de las Farc de conformar una comisión histórica. Los colombianos necesitamos un relato de nuestra desgracia. Necesitamos saber por qué nos metimos en una guerra que ha durado más de 50 años. Necesitamos saber de los responsables políticos y sociales de esta larga y dolorosa confrontación. Solo así podremos doblar esta borrosa página de nuestra historia. Solo así podremos volver a mirarnos a los ojos y caminar seguros hacia la reconciliación.
No he escuchado ninguna objeción a los 12 nombres de la comisión y tampoco a sus dos relatores. No es para menos. Tienen, todos, una larga trayectoria en la investigación del conflicto y la virtud de representar distintas escuelas y distintas visiones. Nadie ha alzado la voz para expresar el temor de que harán un relato amañado, sesgado o incriminatorio.
Entiendo que cada uno de los miembros de la comisión entregará su versión y los relatores harán una síntesis de las afinidades y de las diferencias. Esa manera de trabajar es, quizá, la más adecuada, dado que tienen apenas cuatro meses para presentar el informe y resulta muy difícil que se concentren en un lugar y se dediquen todo el tiempo a una reflexión colectiva. Pero corren el riesgo de que los puntos comunes sean demasiado generales y las diferencias demasiado notorias.Vi, en todo caso, que al anunciar los principios que rigen la comisión, ponen en un lugar central a las víctimas y destacan como punto de partida de la reflexión los efectos que ha causado el conflicto en la población. Esa puede ser la clave para escapar a las generalidades y a los lugares comunes.
En las víctimas están todos los secretos de este conflicto. Es la lección que he sacado en 20 años de investigar y escribir sobre la guerra después de haber participado en ella por algún tiempo. Siguiendo la huella de la victimización de la población indefensa uno puede saber por qué han peleado los protagonistas del conflicto; cuál es la naturaleza política de estos; qué repertorios de crueldad han utilizado y quiénes son los mayores responsables de las masacres o de los secuestros o de las desapariciones o del desplazamiento forzado o de las ejecuciones extrajudiciales; saber en qué lugares y en qué tiempos se ha intensificado la confrontación. Todo está pintado en el rostro de las víctimas. Todo está en su dolor, todo en sus reclamos.
Hubo un tiempo en que intenté comprender la guerra a partir del discurso de las guerrillas, de las elites políticas y empresariales, de los paramilitares y de miembros ilustrados de la fuerza pública. Muy poco saqué de allí. Había en ese universo más carga ideológica que realidad. Más simulación que verdad. Más justificación de acciones vergonzosas que sustento ético de conductas.
En estos días examinamos las 500 sentencias proferidas por los jueces y magistrados de restitución de tierras. En ellas se les devuelven, a más de 1.000 familias, 28.582 hectáreas. El universo calculado por el gobierno es de 360.000 reclamantes para 6.100.000 hectáreas abandonadas o despojadas. En estas sentencias la responsabilidad recae en los paramilitares en un 62 por ciento, en un 16 por ciento en la guerrilla y el resto en otros. Esa es la realidad de la disputa por la tierra.
Para entender la disputa política, el sacrificio de la Unión Patriótica, la muerte de 2.800 sindicalistas y la cadena de masacres de campesinos entre 1995 y 2005 en la costa Atlántica y en otros lugares del país, es necesario estudiar uno por uno los expedientes de los 61 parlamentarios condenados por parapolítica. Allí se ve claramente que las elites locales se aliaron con fuerzas ilegales y se abalanzaron contra la democratización de los años ochenta y noventa y produjeron un genocidio y una verdadera catástrofe humanitaria.
Y si se estudian en detalle los más de 2.500 secuestros a empresarios y políticos, las graves amenazas de las Farc y del ELN a más de 400 alcaldes entre 1995 y 2005 y los múltiples casos de desplazamiento forzado de personas en el sur y en el oriente colombiano, entraremos de lleno en la otra cara del forcejeo político y de la feroz lucha por el poder local y por el territorio.
No menos importante es estudiar los magnicidios de la década de los ochenta y luego los ‘falsos positivos’. Los primeros para ver la resistencia de las mafias a la extradición y la grave alianza que pactaron con sectores de la clase política, y los segundos para mirar la degradación de sectores de la Fuerza Pública.
Me perdonan amigos de la Comisión Histórica la intromisión en sus labores.
Columna de opinión publicada en Semana.com
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