Por: Redacción Pares
Foto tomada de: Barna Diario
A Víctor Jara no le gustaba el término de canción protesta. El cantaba para ser feliz. Le cantaba al que no tenía nada. Eran los sonidos del pueblo chileno, un pueblo que empezó a ilusionarse con la justicia, ese bien que siempre había sido tan lejano para ellos. La victoria de Salvador Allende y la Unidad Popular en 1970 encendió los corazones de los que no tenían nada. De los nadie. De los que Pablo Neruda trató de reivindicar desde su poesía y Victor Jara desde sus canciones.
Hijo de campesinos que tocaban la guitarra Victor encalleció sus manos desde que era niño. Había que arar la tierra si quería comer. De joven se metió a un seminario e intentó durante dos años ser cura pero eso no era para él. Lo de él era el arte. Primero el teatro, luego la música. Su primera canción la escribió a los 31 años y se llamaba Paloma, quiero contarte. Su primer album lo grabó a los 35 y llevaba su nombre, Victor Jara. En 1969 su nombre empezó a tejerse de leyenda cuando ganó un concurso de canción revolucionaria en Helsinki, Finlandia, cantando contra los atropellos de la invasión gringa en Vietnam. Pero no sólo eso, le cantó también a la represión del gobierno de derecha de Eduardo Frei, que permitió la masacre de 11 personas en Puerto Montt, en donde incluso fue baleado un bebé de seis meses de nacido. Cuando ganó Allende fue nombrado embajador cultural de Chile.
Pero llegó el monstruo y todo lo borró. El 11 de septiembre de 1973 no sólo los pájaros de fuego escupieron su metralla contra el Palacio de la Moneda, sino que fue detenido Victor Jara. Los detalles de su muerte estuvieron ocultos durante mucho tiempo. Lo que se sabía es que había sido llevado, como tantas otras personas, al Estadio Nacional de Santiago, convertido en un campo de prisioneros, donde se torturaba y se ejecutaba. Jara estaba bajo la custodia del teniente Pedro Barrientos, que terminaría siendo juzgado hasta el 2016. El juicio duró siete días y se realizó en una corte federal de la Florida. Se hizo gracias a la insistencia de la viuda del cantante, Joan y sus dos hijas, Manuela y Amanda. Querían justicia por Victor, cuyo cuerpo recibió, entre otras torturas, cuarenta balazos. La familia de Jara pudo escapar de Chile y desde 1989 vive en los Estados Unidos.
La verdad es que a Jara, en el Estadio Nacional de Chile, lo molieron a palos, lo torturaron hasta desfigurarlo. Cuando su esposa lo encontró, ya muerto, no lo reconoció de lo flaco y desfigurado que estaba por la sangre, por los golpes. Fue tal la tortura que el mito, la leyenda, se aprovechó para hacer más truculenta su muerte. Se extendió la versión que habían obligado al cantautor a poner las manos sobre una mesa y ahí los militares le fueron arrancando uno a uno sus dedos de su mano, para hacerlo pagar por haber tocado todas esas canciones hermosas a la libertad y contra la maldad del fascismo.
Lo que si falló la Corte de la Florida fue lo siguiente sobre las causas de la muerte de Jara: "Luego de este cruel tratamiento, el exteniente Barrientos mató, hizo que otros mataran o conspiró para matar a Víctor Jara al dispararle en la cabeza y luego al cuerpo al menos cuarenta veces".
Nueve militares que acompañaban en esos días al teniente Barrientos sirvieron de testigo y afirmaron que todo era cierto. A Barrientos lo habían matado con alevosía. Barrientos vivía con nombre cambiado en los Estados Unidos desde comienzos de los noventa y fue encontrando en el 2012 gracias a un documental emitido por Chilevisión y que despertó la indignación del mundo entero.
Sólo hasta el 2023 Estados Unidos decidió expulsar a Barrientos de ese país y el 2 de diciembre de ese año, cincuenta años después de matar a Jara, llegó a Chile para enfrentar a la justicia. Le quedan pocos años de vida pero se hará justicia. Entre otras condenas deberá pagarle 28 millones de dólares a los sobrevivientes del cantautor por el crimen. Victor Jara, asesinado el 15 de septiembre de 1973 vive en cada canción rebelde que se entone en el mundo. En cambio, Pinochet, el gran monstruo, ve, desde donde esté, como su legado se va convirtiendo sólo en un charco infecto. En nada.
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