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Así se vive la crisis de la coca en el Catatumbo

Por: Laura Bonilla


Foto tomada de : El Espectador


Las carreteras del Catatumbo están sólo un poco mejor que hace algunos años. Entre tres a cuatro horas de Cúcuta a Sardinata, de una a dos horas de ahí a Ocaña y otro tanto a Teorama. Tres horas de Tibú a Ocaña, aproximadamente 4 horas de Tibú a Cúcuta. Es tan apartada que en medio de la nada la gente habla de Ocaña como la metrópoli más cercana. Ni hablar de la capital del departamento, Cúcuta, que se siente tan lejana como viajar en automóvil de Bogotá a Bucaramanga.


Se siente la crisis. La gente reacciona de la misma manera que cualquiera reacciona a una crisis económica. Busca salidas. Teorama quiere convertirse en capital del Girasol y el sector cacaotero pide que lo dejen renacer. Es verdad que el precio de la coca ha caído y que el mercado del narcotráfico, tristemente el más estable de la zona, hoy no es lo que fue. El verde brillantísimo que se veía a cada lado de la carretera es menos frecuente. El aire es pesado y denso. Se respira calma y también angustia.


No iba a la región hace muchos años. Hay cosas que evidentemente han cambiado. Hay otras que permanecen estancadas en el tiempo. Los alcaldes se eligen con las mismas eternas promesas y dejan el cargo con la sensación de no haber podido cumplir prácticamente nada. Ganar una alcaldía de un municipio de categoría 6, en una de las subregiones más golpeadas por la violencia y prácticamente dependiente de la economía cocalera parece más una condena que un triunfo. Y aún así, la mayoría de ellos coincide con el presidente Petro en que se necesita un relevo de economías. Que la coca no está dando para mantener a todos los campesinos que vivían de ello. Y la coca tampoco está dando para mantener a dos grupos armados con presencia en la región: el Frente 33 del EMC y el ELN.


Por el momento hay calma. No hay combates activos. El día a día de los grupos se ocupa en otras cosas. Al igual que en todo el país, la baja del precio del producto que más los financiaba los llevó a optar por salidas rápidas para garantizar el mantenimiento de la tropa y los diferentes pagos que hay que hacer para mantener el control territorial. Los agricultores se quejan de la cantidad de “vacuna” que hay que pagarles a los grupos armados, y los precios van al alza porque es el cliente quién en últimas termina pagando la extorsión. El reclutamiento es un pacto triste y silencioso. En el momento en que uno de los dos grupos ceda, nadie sabe que puede pasar. 


Por eso el día a día de los grupos cambia. Se dedican a extraer rentas de la economía – la que sea, la que haya – tratando de poner a funcionar políticas de “todos pagan”. Mantienen activas redes que informan movimientos. Quién llega, quién sale y para qué. Deciden en muchos casos que se siembra y en dónde. Hacen propaganda. Confinan a partir del control de la movilidad.


 


 


Varias personas atribuyen la calma parcial a la paz total como política. Esto es parcialmente cierto. Es verdad que la existencia de las mesas ha producido una tregua regional y parcial entre los grupos, lo que ha impactado en menos desplazamientos.   Pero no se pierde el miedo al otro. Es más, ese miedo a soltar el control para que el otro bando se adueñe es lo que tiene más embotelladas las mesas. La reciente ruptura del cese al fuego entre el gobierno y el Estado Mayor central se vivirá distinto en el Catatumbo. Allí el cese al fuego continúa, pero tambalea con cualquier decisión que tome o el gobierno, o los grupos. Mientras tanto, la gente ha aprendido a vivir confinándose cuando debe y pidiendo permiso cuando toca.


A la final lo que hoy se vive no es nada significativamente distinto al pasado. Un círculo donde se alternan períodos de tranquilidad en los que surge la ilusión, con períodos de barbarie, desplazamiento y violencia. Y así, en medio de todo eso, me contaron que la comunidad catatumbera fue capaz de organizar una jornada deportiva de todo un día para presionar que la paz ocurra. Me hubiera gustado enormemente presenciar ese partido de fútbol, ver a su gente reírse y entre un gol y otro volver a poner sus ilusiones en primer plano. Una muestra de una región con un corazón tan recio que todavía no lo gana la violencia.


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