Por: Iván Gallo
El 23 de enero del 2023, durante la posesión de Ruth Maritza Quevedo como Comisionada de la Regulación de Agua Potable y de Saneamiento Básico, el presidente anunció su intención de implementar en el país el programa Basura Cero. Era una reencarnación del mismo programa que impulsó durante su alcaldía de Bogotá. Aspiraba a imponer una cultura entre la ciudadanía que permitiera aprovechar y reducir los residuos sólidos. Cegado por el entusiasmo el presidente prometió que, a través de Basura Cero se aprovecharían los residuos sólidos, en reciclaje y en producción de energía.
El objetivo era, como mínimo, ambicioso. Un país con una consciencia social más avanzada como Suecia, alcanzó un 95% de aprovechamiento de residuos. Buena parte de la energía que consume Estocolmo, su capital, sale de allí. En los Países Bajos se están importando residuos, ya, incluso, hay empresarios en Los Ángeles dedicados a una práctica que, bien utilizada, se puede convertir en un buen negocio. En China hay más de 600 plantas de Termovalorización. Pero, año y medio después de ese anuncio, no existen resultados tangibles de Basura Cero. Hay lugares del país en donde se hace urgente implementar el plan. Por ser una isla, San Andrés tiene un problema serio con la cantidad de basura que producen sus habitantes y también sus visitantes. Por eso, en el 2021, en pleno gobierno de Iván Duque, se inauguró la primera planta de valorización energética de residuos sólidos. Esta es la hora y no funciona, convirtiéndose en un nuevo elefante blanco.
Lo primero que debe hacer el presidente, según especialistas en el tema como Amanda Camacho, ex directora de la UAESP, es desmontar el negocio de la basura que ha convertido a más de uno en magnate. Los rellenos sanitarios son minas de billete en donde se cobra por tonelada de basura. Bogotá genera al día 7.800 toneladas de basura al día. De ellas 1.300 son aprovechadas por recicladores. 800 se recogen en los que son llamados Puntos Críticos, que en Bogotá son 743, y el resto, que son cerca de 6.000 toneladas, son enterrados en rellenos como Doña Juana.
Este relleno, que se ha hecho tristemente célebre por sus continuos deslizamientos, le pertenece al Centro de Gerenciamiento de Residuos Doña Juana, propiedad de Carlos Rangel quien a su vez es hermano de María Fernanda Rangel quien estuvo a punto de ser Contralora gracias a su cercanía con Roy Barreras, el ex contralor Carlos Felipe Córdoba y Juan Fernando Cristo. Doña Juana está operando desde el 1 de noviembre de 1988 mientras el alcalde de Bogotá era Andrés Pastrana. Doña Juana, si este fuera un país realmente comprometido con el medio ambiente, debería ser cerrado inmediatamente. Los residuos orgánicos que a diario se entierran allí se desprenden lixiviados, un líquido inmundo que se cuela hasta el río Tunjuelito, esparciendo contaminación y muerte. Según el portal Cuestión Pública “Desde 1989, cuando su operación fue entregada al consorcio español Promotora de Construcciones e Inversiones Santana Limitada (Prosantana Ltda), ha constituido un modelo de privatización de un servicio público con serias deficiencias en operación y administración”.
Otra empresa que tiene puesta sus fichas en este negocio es Promoambiental Distrito, que ha tenido quejas por su operación en Cali. William Vélez, un multimillonario que no aparece en ningún ranking, como alguna vez lo describió el portal Las 2 orillas, se ha convertido en el zar de la basura. Su empresa, Interaseo, es una fuente de ingresos multimullarios para este antioqueño. La familia Ríos Velilla es otra que participa activamente en este negocio que ya está a punto de convertirse en una mafia.
Si no se desmonta esto las palabras del presidente quedarán en el aire. La cultura que se está implementando cada vez más en hogares de estrato 1 y 5, de separar la basura entre lo orgánico e inorgánico y contar con un reciclador de confianza, debe extenderse al resto de los estratos. Además, para una experta como Amanda Camacho, se deben implementar medidas como hacer centros de compostaje dentro de los conjuntos cerrados, conectar a Doña Juana con bioceldas para que estén conectadas directamente a biogas y puedan aprovecharse para hacer energía. Y hay que incentivar a la gente de que el problema de las basuras nos concierne a todos. El distrito de Bogotá se gasta 35 mil millones de pesos anuales en recolección de basura en espacio público. Debe hacerse lo posible, incluyendo, por qué no, multas a usuarios que no tengan consciencia ecológica, para que este desangre de recursos pare.
El planeta se encuentra en un momento crítico. Si no paramos la fábrica de desperdicios desapareceremos como especie. La intención del presidente puede ser buena, pero si no está enfocada en combatir las mafias que se han enriquecido con la basura, si no existe una estrategia de campañas publicitarias para promover una cultura de reaprovechamiento de residuos legítima y efectiva, la promesa de Basura Cero será una nueva frase de Petro que se le sumará a su ya larga lista de palabras vacías.
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