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Carlos Lehder, Álvaro Uribe y Fabio Ochoa, o el espíritu político de la mafia

Por: León Valencia




Llegó Carlos Lehder al país cuando nadie lo esperaba, cuando muy pocos se acordaban de él. Llegó después de pagar 33 años en una cárcel de Estados Unidos, y es otro fantasma que se aparece en este país de fantasmas. Vino porque no fue un mafioso cualquiera, porque tiene en su corazón y en su memoria la marca política, y entonces vino con un libro bajo el brazo, a conceder entrevistas, a contar historias, vino con traje elegante, con estilo, un poco a la europea, como hacen los políticos con algún roce.

 

El 23 de diciembre, en vísperas de la pasada Navidad, llegó también Fabio Ochoa Vásquez. Había pagado 23 años en otra cárcel de Estados Unidos, y fue recibido en el aeropuerto El Dorado por una nube de periodistas a quienes les dijo que en Medellín lo esperaba con amor su familia, sus hermanos mayores Jorge Luís y Juan David, jefes a nivel de Pablo Escobar del Cartel de Medellín; no había pasado un mes cuando se lo vio en un exclusivo club hípico del Oriente antioqueño montando el legendario caballo Galán del Rancho, tricampeón mundial. Con una camiseta rosada, tipo polo, un bluyín azul y un sombrero blanco, presentaba su nueva imagen ante la sociedad paisa admiradora como nadie de los caballistas. Muy pronto, quizás, empezará a contar las historias que sus hermanos no han contado, porque siempre ha sido, entre ellos, el más díscolo.

 

Pero el final de 2024 no escatimó sorpresas. Otro revuelo fue la llegada a librerías del libro de Gilberto Rodríguez Orejuela, Memorias secretas del jefe del cartel de Cali. En las primeras páginas dice: “Me defino lo que he sido: un rebelde por convicción, un negociante por vocación y un narcotraficante por ambición, me siento orgulloso de las dos primeras y avergonzado ante ustedes de la tercera”. Con ese alarde político arranca un relato que atraviesa la vida pública colombiana.

 

Para agitar aun más las aguas de la relación entre mafias y política, en los últimos meses se adelanta el juicio contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez por fraude procesal y soborno a testigos en el que comparecen, sin rubor, jefes paramilitares como Pablo Hernán Sierra, y que acusan a Uribe de haber abrigado en su finca Guacharacas un grupo paramilitar y haber orientado la conformación del Bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia.

 

Ya Salvatore Mancuso había adquirido la condición de gestor de paz y contaba en un lado y en otro sus relaciones con líderes del país, y en una pausada y bien pensada carta al expresidente Uribe le dice: “Seamos claros, ya todo lo que se debía decir al respecto a su vínculo con el paramilitarismo en Colombia se ha dicho y si no se ha dicho del todo, lo que se ha dicho ha sido más que suficiente para corroborar que durante los años en los cuales usted fue gobernador de Antioquia y en su primer mandato presidencial, hubo connivencia, cooperación y un proyecto contrainsurgente compartido entre las instituciones que usted lideraba y las AUC”.

 

La política está en el ADN de la mafia colombiana. Al principio se lanzaron directamente al ruedo y Pablo Escobar se convirtió en representante a la Cámara por Antioquia y Carlos Lehder conformó el Movimiento Latino Nacional, con el cual también llegó al Congreso de la República; pero, después, los narcotraficantes se dieron cuenta de que los políticos colombianos, o buena parte de ellos, tenían un acendrado espíritu mafioso y entonces decidieron que resultaba mejor controlar la política poniendo sus votos y su dinero en manos de ellos, en una campaña tras otra, subrepticiamente, sin escándalo, hasta que la prensa y la academia –y al final la justicia– descubrieron el fenómeno y apareció ante los ojos del país el ‘proceso 8.000’ y, luego, La parapolítica, el mayor asalto a la democracia en Colombia.

 

Esta trágica ecuación de la vida colombiana –los mafiosos con un ambicioso espíritu político se correlacionan con políticos de un exaltado espíritu mafioso– está bien descrita en el libro sobre los 20 años de la parapolítica reseñado como el gran asalto a la democracia, de Editorial Planeta, que tuve el honor de dirigir el pasado año; se darán cuenta hasta dónde fueron capaces de llegar los políticos colombianos: 89 parlamentarios fueron condenados por parapolítica y 39 más pasaron por los tribunales, algo nunca visto en el mundo. También lo fueron numerosos políticos locales: gobernadores, alcaldes, diputados, concejales.

 

Pero los políticos no esperaban que los mafiosos fueran un verdadero gafe. Pensaron que se retirarían silenciosos a disfrutar de sus fortunas una vez escaparan de la muerte o se liberaran de las cárceles, pero no, ellos no están hechos para eso: ellos no abandonan ni por un momento su espíritu político y, una vez salen de las cárceles, o desde las mismas cárceles, saltan a dañarles la diversión a los políticos con espíritu mafioso con los cuales compartieron sus graves andanzas.

 

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