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Cuando el gobierno norteamericano metió en la cárcel a Noam Chomsky

Por: Redacción Pares




A comienzos de esta semana el presidente de Brasil Lula Da Silva visitó a Noam Chomsky en su casa en Sao Paulo. El lingüista norteamericano, uno de los más críticos con respecto a las comunicaciones en la era digital, fue víctima de una fake news: hace unas semanas se regó por internet la noticia de su muerte. Incluso medios prestigiosos de comunicación replicaron la desinformación. Su propia esposa, Valeria Waserman, tuvo que salir al frente y desmentir las publicaciones. Lo cierto es que Chomsky fue dado de alta del hospital de Sao Paulo y está en su casa en esa ciudad brasilera. El motivo del agravamiento en la salud del norteamericano fueron los rezagos que le trajo una apoplejía sufrida el año pasado.


Con Lula hablaron sobre los avances de la ultraderecha en el mundo. Chomsky tiene una simpatía muy grande por Lula, lo visitó en los años en los que estuvo preso por un caso de presunta corrupción. Chomsky ha sido un crítico acérrimo de las políticas expansionistas norteamericanas. Aunque afirma que EEUU es un imperio en franca decadencia en lo social, en lo militar es la potencia que más al día está en cuanto a consecución de armas. El lingüista, desde los años sesenta, se ha puesta a las políticas exteriores de su país.


Chomsky pertenece a una familia de librepensadores que siempre lo vieron como lo que fue: un superdotado. Hizo sus primeros años escolares en una escuela experimental, basada en la pedagogía de John Dewey, una de las figuras más trascendentales de lo que se conocería como la “pedagogía progresista” en la primera mitad del siglo XX. A los diez años Chomsky, quien seguía con fervor la Guerra Civil española, publicó un artículo sobre la caída de Barcelona a manos de Franco. Desde allí se veía que era un muchacho único. Ese era nada más el principio del que es considerado hoy en día el intelectual más influyente de occidente.


A los 16 años terminó el tortuoso camino por el colegio en donde aprovechó, según sus palabras, para “autoeducarse”. Entró a la Universidad de Pensilvania y poco a poco se fue ganando un lugar dentro de la selecta academia norteamericana. En los sesenta, una época dorada para la contracultura, Chomsky se convirtió en un faro, alguien con una capacidad de análisis único. Se opuso, por supuesto, a la guerra de Vietnam. Aún hoy a sus 94 años, a pesar de afirmar que uno de los peores cánceres que tienen las libertades mundiales es el partido Republicano, cree que la administración de Kennedy sirvió para llenar de armas a los Estados Unidos. En los años sesenta se proclamó en rebeldía con el estado y se rehusó a pagar sus impuestos. En una entrevista dijo lo siguiente sobre esos años: “supe que era demasiado intolerablemente autocomplaciente simplemente aceptar un papel pasivo en las luchas que entonces estaban ocurriendo. Y yo supe que firmar peticiones, enviar dinero, y hacer acto de presencia de vez en cuando en una reunión no era suficiente. Pensé que era críticamente necesario tomar un papel más activo, y sabía muy bien lo que eso significaría”.


Por eso fue encarcelado varias veces y entró en la lista negra del nefasto presidente Richard Nixon. A sus 94 años es uno de los pensadores que más influye en los jóvenes. Es adorado y vilipendiado por los sectores de derecha. Lo que si nadie puede contradecir es la importancia que tiene su pensamiento para entender un mundo acorralado por la autodestrucción. Hay que ver cómo Chomsky, lejos de ser un anticuado, cree que, en buenas manos, avances tecnológicos como la Inteligencia Artificial, podrían sacar a la humanidad del hueco donde ella misma se ha metido.

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