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Cuando el ministro de defensa de Iván Duque quiso limpiarle las manos al asesino de Dimar Torres

Por: Redacción Pares


Foto tomada de: El Tiempo


Lo terrible de todo y también lo triste es que Dimar Torres creía en el nuevo reto en el que lo ponía la vida: un proyecto productivo después del silencio de los fusiles. Tenía 39 años, la edad en la que muchos empiezan a vivir pero a él le tocó morir. Seis disparos lo mataron. Seis disparos que eran una declaración de principios de lo que constituyó para el gobierno de Iván Duque la implementación de los acuerdos de paz. Él había pasado buena parte de su vida integrando el frente 33 de las FARC, discutidísimo por su conexión con el narcotráfico y que operó en el Cauca y el Catatumbo, zonas ricas en coca. Después de los acuerdos el Frente 33 fue de los que más tuvo deserciones a la paz, de ahí se convirtió en el 2017 en el frente Oliver Sinisterra, que comandaba alias Guacho y que cometió la infamia de asesinar a cinco periodistas ecuatorianos, una vez cayó Guacho el máximo comandante sigue siendo Iván Mordisco. Pero Dimar creía en los acuerdos.


Tenía un problema de nacimiento, pie equino varo, que le limitaba la movilidad. Por eso nunca fue un combatiente. Era un ideólogo. La paz tenía sus ventajas. Por ejemplo, poder vivir con la mujer que amaba, Alexandra. Se fueron a vivir a una casita de un solo cuarto en vereda Campoalegre del municipio de Convención donde vivían. Habían construido un pequeño galpón con la plata que les había dado el gobierno para vivir como lo que siempre habían querido ser, dos campesinos felices. Los papás del desmovilizado, José Manuel y Olga, vivían cerca e iban ayudar con el negocio. Ella estaba embarazada y quería contarle después de que arrancara su galpón. Se había demorado dos años levantando la estructura y con ayuda de familiares había conseguido los 650 mil pesos con los que cuidaba a sus doce gallinas. Pero las balas volvieron a interponerse en su camino.


Dimar tenía una moto Suzuki y todos en ese caserío de 200 personas lo conocían y lo querían. Lo vieron pasar ese 22 de abril en su motico, iba hasta Convención, el pueblo del Catatumbo en donde había luchado, a una ferretería a comprar los implementos que necesitaba el galpón. Varios vecinos lo vieron pálido, justo en el sector de Carrizal, lo habían detenido tres soldados. Sobre ellos mandaba un cabo de apellido Gómez Robledo. Cuando llegó la noche Dimar no había llegado a la casa. Los campesinos del caserío empezaron a impacientarse. ¿Cuál era la demora? Se fueron con linternas hasta el sector de Carrizal y allí vieron a los tres uniformados. Los increparon. Como se ve en varios videos grabados por celular les preguntaban por qué estaban sudando. Les dieron una respuesta improbable “Porque estamos alegando con ustedes” Los campesinos le respondieron en seco y con lógica “Hablar no hace que la gente sude”.


Dispuestos a encontrar a su amigo los siguieron acosando, los dos soldados se perdieron en el monte y al cabo Gómez Robledo no le quedó de otra que dejarlos pasar para que vieran la verdad: había un hueco que estaban cavando los soldados y al lado el cuerpo ensangrentado de Dimar Torres. Le habían pegado seis tiros. Estaba desnudo y le habían puesto la moto encima. Como si quisieran enterrarlo con el que fue su medio de transporte. Los amigos, siempre fieles, armaron un campamentos para custodiar el cuerpo de Dimar y mientras tanto iban llamando a Naciones Unidas. Había que denunciar el crimen. Otra vez las fuerzas más oscuras del ejército se interponían en una negociación de paz asesinando a uno de los firmantes.


Los medios se demoraron 36 horas para hablar de la muerte de Dimar. Las declaraciones del entonces ministro de Defensa, Guillermo Botero, no pudo ser más desafortunada, afirmó que el cabo Gómez Robledo se había encontrado con el cuerpo al lado de la fosa. Le creyó por completo a la versión del cabo. En declaraciones a Blu Radio, cuando le preguntaron si esto representaba un crimen de estado, respondió: “No es ningún crimen de Estado”, después afirma que hubo un forcejeo -siempre con la versión del cabo- y que todo fue “un hecho fortuito”.


Según la Revista Semana el Cabo Gómez Robledo estaba ahí para cuidar con sus hombres un pedazo del oleoducto Caño Limón- Coveñas que pasa por ese sector. Habían escuchado los rumores que un grupo de explosivistas del ELN planeaban hacer un atentado. Había nacido en Bogotá y tenía 29 años. Pertenecía, junto con otros 40 hombres, a la base Sinaí.

Tuvo que ir hasta la zona la Comisión de Paz del Senado para sacar las siguientes conclusiones:


1) No fue accidental ES HOMICIDIO EN PERSONA PROTEGIDA (DIH) o Ejecución extrajudicial.

 2) Será FISCALÍA y la JUSTICIA ORDINARIA quienes determinen responsables individuales.

 3) Fue causada por un miembro del Ejército en acción NO misional, NO ordenada y por fuera de la ley.

 4) Hay señales de fosa y testimonios verificados por la Comisión que sugieren intención de ocultamiento -DESAPARICIÓN- del cadáver con complicidad de otros.

 5) Versiones sobre violación o mutilación NO parecen tener sustento probatorio. Se le pide  a Medicina Legal informe oficial cuanto antes.

 6) Hubo incidentes al parecer de hostigamiento durante la visita (explosión de una granada y disparos cerca al lugar) que se piden sean aclarados.

7) Se solicitó a la FISCALÍA, y particularmente a la Fiscal Marta Mancera, verificar o descartar e informar a la mayor brevedad si es cierto que existen otras fosas con restos humanos en el lugar.


 8) El homicidio del desmovilizado Dimar Torres no solo es un crimen, sino una violación al Acuerdo de Paz que exige garantizar la vida de quienes dejaron las armas y perseguir y desmontar grupos sucesores del paramilitarismo, lo que no está garantizado en el Catatumbo.

 9) Destacaron la colaboración y disposición del Ejército Nacional y de sus Generales Moreno y Villegas para facilitar esta verificación junto con La Misión de Verificación de la ONU en Colombia.» 


Dimar había nacido en esa zona, abrazada por la guerra. Sus papás ya estaban mayores, Don Jorge tenía 74 y doña Olga 68 y jamás esperaron salir de esa vereda. Estaban ilusionados con el fin de la guerra. Eso quería decir que podrían tener al menor de sus cinco hijos más cerca de ellos. Y de verdad que necesitaban ayuda. Habían pasado por momentos muy difíciles cuando en el 2013 a Dimar lo pusieron preso señalado de ser cabecilla de las FARC. Los acuerdos de paz significaron su amnistía, su libertad en el 2017.


Se tuvo que esperar hasta el 31 de enero del 2024 para que una juez de Cúcuta condenara a un coronel y a tres soldados en retiros por el asesinato de Dimar. Al ministro Botero le costaron sus afirmaciones una moción de censura que no llegó a nada y que demostró la falta de voluntad, el desprecio con el que asumió la implementación de los acuerdos de paz con las FARC. El caso de Dimar Torres fue emblemático de lo difícil que ha sido para muchos ex guerrilleros la reincorporación a la vida civil. Su esposa, y sus papás, quedaron abandonados y con las esperanzas rotas por lo que sucedió. Una tragedia de la que no se levantaron jamás.

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