Cuando Virgilio Barco gobernó con Alzheimer y a ningún medio le importó
- Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
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Por: Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones

El peor momento de la violencia en Colombia fue entre 1986 y 1990. Pablo Escobar, el monstruo, literalmente se desató y devoró todo lo que había. En ese lapso los cartelesde la mafia y los paramilitares asesinaron a cuatro líderes políticos de primer renombre, Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa, ambos los principales dirigentes de la UP, grupo político al que la extrema derecha le juró la aniquilación, mataron a Galán y a Pizarro, ambos candidatos presidenciales. Un avión de Avianca explotó en el aire mientras despegaba de Bogotá, Una tonelada de dinamita estalló frente al edificio del DAS en Bogotá y en municipios como Segovia, en Antioquia, los paras mataron en una sola tarde a sesenta personas. Fue atroz. Esta es sólo una parte de la violencia que se ejercía en Colombia. Y lo peor es que el Barco estaba a la deriva. El presidente de ese cuatrenio, Virgilio Barco, ya estaba aquejado por la terrible enfermedad del olvido.
Recién desempacado en la Casa de Nariño un ingeniero se lo encontró en sus pasillos mirando detenidamente una lámpara que estaba cubierta con muchos bombillos. El ingerniero se acercó contando los pasos y le preguntó si todo estaba bien. La respuesta del entonces presidente lo dejó helado “estaba contando los bombillos”.
Lo que sigue se lo escuché al gran periodista santandereano Antonio Donadío. Una vez terminó su mandato en 1990 el gobierno de César Gaviria lo premió con una embajada en Londres. Él mismo vio como el ya expresidente divagaba en la biblioteca de su residencia diplomática hablando con el mismísimo General Santander.
Barco fue, hasta donde pudo, un liberal lúcido, con poco carisma pero efectivo y en cada alocusión presidencial tuvo la suficientemente firmeza como para demostrarle a su pueblo que no cedía ante el horror del Cartel de Medellín. Donadío, que hace treinta años era una fuerza de la naturaleza, habló con empleados del Palacio de Nariño y confirmaban que el presidente cucuteño estaba, palabras textuales “bastante perdidito”. El alcalde con el que mayor contacto debía tener era con Juan Gómez Martínez, entonces máxima autoridad de Medellín, la sufrida Medellín, la arrasada Medellín. Ah, pues decidió un día no pasarle al teléfono, así lo afirmaba Juan Gómez Martínez, y no se lo pasaba porque él era conservador. Barco, lúcido, era un político brillante que no cedería a la tentación del sectarismo político y, sobre todo, en una situación tan extrema como la que vivía Colombia. No, era pura enfermedad.
Y el misterio es que cada que aparecía una cámara brillaba. Sus asesores, eso sí, no podían evitar que cada vez que hubiera un acto público los que estaban más cerca al presidente no notaran sus “lagunillas”. Durante su periodo presidencial decidió cerrarle la puerta a Antioquia porque es que allí “habían muchos godos”. Dos años antes de su muerte, en 1997, se hizo público que Virgilio Barco se encontraba en una etapa bastante avanzada de demencia frontotemporal DFT o mal de Alzheimer. La primera manifestación que se da de esta enfermedad es en el lenguaje. Los reto a que busquen en Youtube un discurso de Barco, una alocución y vean como hablaba. Ya la enfermedad galopaba. Como cierra Donadío en su gran artículo sobre Barco y su enfermedad es contundente “En cualquier caso es un hecho que Barco sufría de una enfermedad neurodegenerativa que le afectó áreas básicas de la cognición y habilidades que le impedían el funcionamiento diario”.
Los medios -a diferencia de lo que ocurre ahora- aunque sabían de la enfermedad, cayaron. Barco, para poder gobernar, nombró un sanedrín compuesto por Mario Latorre, Gustavo Vasco, Fernando Cepeda y Germán Montoya, este último era quien tomaba las decisiones determinantes. En ese entonces no parecía tan grave que un presidente tuviera “lagunas” cada vez más profundas, sobre todo cuando en el país los terroristas explotaban sus bombas, las guerrillas y los paras extendían su poder y mataban a periodistas, defensores de derechos humanos y políticos. Nada de eso importaba. Eran el establecimiento, el poder de los poderosos estaba a salvo.