Por: Redacción Pares
Roman Polanski a mediados de los años setenta le pidió prestado a su amigo, Jack Nicholson, su mansión en Beverly Hills, invitó allí a una niña de 13 años a la que le había tomado unas fotos para la revista Vogue. La convenció de relajarse en el jacuzzi de Nicholson quien se encontraba en otra ciudad, filmando una película. Abrió una botella de champaña y le dio un qaludee, tranquilizantes que en esa época eran de venta legal. La niña se quedó dormida. Polanski entonces cometió la infamia: la violó analmente. El escándalo sacudió Hollywood. El prestigioso cineasta polaco que había hecho la que es considerado la mejor película de terror más importante de todos los tiempos, el Bebé de Rosemary, había sido condenado a 30 años de cárcel. Por una movida de sus abogados escapó de Estados Unidos, desde entonces se asiló en Francia. Siguió siendo forma parte de Hollywood a la distancia. Incluso en el 2002 ganó un Oscar por su magnífica El pianista. Sus películas siguen siendo sólidas, maravillosas, inquietantes como El inquilino quimérico o un Dios salvaje. A sus 91 años sigue estando vital y hay machos intelectuales que ven una nimiedad en sus excesos comparado con su genialidad. ¿Es que tiene derechos por encima de los mortales?
La pregunta la hace la ensayista Claire Dederer en su libro Monstruos. La escritora y feminista se siente completamente culpable al revisitar las películas de Polanski, seguir disfrutándolas a sabiendas de que el polaco violó a una niña de 13 años. ¿Se puede separar al genio del monstruo? En el caso de Polanski es difícil, sus películas son imprescindibles. Hay que ver las películas sin olvidar quien está detrás de la cámara. En algunos casos, afirma Dederer, la belleza es incontrastable. Miles Davis, el genial Jazzista, sometió a golpizas a sus parejas, algo que confesó como lo que era, un antiguo machote, en su Autobiografía. Hay discos que siguen siendo maravillosos como A king of blue pero es importante saber que detrás del sonido de su trompeta se encontraba un yonkie que trataba a sus mujeres como si fueran pedazos de carne. Lo mismo puede suceder con Picasso, quien es, nada menos y nada más que la encarnación del genio. Los abusos a mujeres, a jóvenes aspirantes a pintoras, fueron innumerables.
Alguien que amó profundamente a Ernest Hemingway, el epítome del macho creador, cazador y amante de las corridas de los toros, dijo que “Un hombre casi siempre es un monstruo que necesita cobijarse bajo el manto del genio”. Hay monstruos cuyas obras empiezan a envejecer, así otros intelectuales, hombres ellos, intenten siempre diferenciar la obra del genio. Hablo de algunas de las películas de Woody Allen. Hay una película que hasta hace unos años era considerada una obra maestra, Manhatan, en donde su protagonista es un profesor de 42 años que se enamora de una menor de edad. La relación es idílica y el argumento es tan misógino que escandaliza: en el filme las muchachas menores de edad son divertidas, inquietas por el arte, atrevidas, chick, en cambio las mayores de 30 son aburridas, estériles, conservadoras. Después de los escándalos que acabarían con su carrera estaba claro que todo lo que creía Woody Allen en sus películas lo trasladaba a su vida real, como una especie de justificación.
Nabokov, creador de Lolita y uno de los autores más malinterpretados de todos los tiempos, afirmó que la violación de una niña es sólo comparable al Holocausto nazi. Con el tiempo, por más de que existan quien defienda a estos genios, el peso de sus crímenes terminará afectando el valor de su obra. No es la histeria de ninguna cultura de la cancelación sino que es la historia, que cambia, se transmuta, como toda entidad viva.
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