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Dani Alves: cuando decimos No, es No.

Por: Ghina Castrillón Torres.

Politóloga feminista




El consentimiento es un acuerdo y punto. Muchos hombres se resisten a entenderlo, pero en la condena contra el exfutbolista Daniel Alves da Silva por violación se evidencian unos elementos clave para comprender qué es el consentimiento sexual.


La sentencia es clara: “Debe señalarse que ni que la denunciante haya bailado de manera insinuante, ni que haya acercado sus nalgas al acusado, o que incluso haya podido abrazarse al acusado, puede hacernos suponer que prestaba su consentimiento a todo lo que posteriormente pudiera ocurrir”.


La discusión sobre el consentimiento sexual debe ser seria. Esto no trata de mujeres coquetas, confundidas o arrepentidas, NO.


El consentimiento sexual tiene varias características: debe ser libre, es decir que, de ninguna manera, me presiones o me manipules, o que esté drogada o borracha para acceder a la actividad sexual, porque bajo estas situaciones mi decisión no será autónoma; informado, es decir que pueda tener la información completa sobre la situación, porque puedo querer que me penetres usando condón, pero si te lo quitas sin decírmelo no hubo un consentimiento total; específico es decir que diga “Sí” a cada acción, porque puedo acceder a besarnos y tocarnos, pero eso no significa que quiera acceder a la penetración; y es reversible, es decir que, aun cuando ya estemos en el acto sexual, diga que ya no quiero continuar.

Como dice la sentencia: “el consentimiento en las relaciones sexuales debe prestarse siempre antes e incluso durante la práctica del sexo”.


La situación de las violencias basadas en género es tan impresionante que, según las cifras oficiales del INML, mientras escribo esta columna, en Colombia, en promedio, cada 8 horas una mujer es asesinada y 8 mujeres cada hora son víctimas de violencia intrafamiliar o sexual, y cada hora 2 niños o niñas son víctimas de abuso sexual. Esto es un asunto muy grave que requiere atención urgente.


Es alarmante cómo el sistema patriarcal no permite que se comprenda lo que implica el consentimiento, porque históricamente, a las mujeres, nos han visto como objetos y no como sujetas de deseo. Esto perpetúa un ciclo de violencia en el que las víctimas son revictimizadas y los perpetradores, en lugar de ser responsabilizados, a menudo son protegidos, especialmente por su estatus social, y esto profundiza la cultura del abuso.


La educación sexual y el acceso a recursos para el apoyo a las víctimas son fundamentales para crear entornos seguros y respetuosos. Vivimos en culturas que minimizan y normalizan la violencia sexual y esta mentalidad hace que no se respeten los límites y el consentimiento.

Es responsabilidad de los Estados implementar estrategias educativas efectivas, creativas y masivas que promuevan el respeto, la igualdad de género y la precisa comprensión del consentimiento sexual.


Por ejemplo, si los hombres no lo entienden leyendo, tal vez lo entiendan cantando. Como lo dice Ivy Queen en su canción: “Yo quiero bailar, tú quieres sudar, y pegarte a mí, el cuerpo rozar. Yo te digo: "sí, tú me puedes provocar" eso no quiere decir que pa' la cama voy”.

 

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