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Decálogo del Buen Operador Político

Foto del escritor: Laura BonillaLaura Bonilla

Por: Laura Bonilla




La política colombiana no se entiende sin los operadores. A veces son funcionarios electos, a veces no. Si están en el escalafón más alto del sistema serán senadores o ministros; los más avezados no necesitan figurar. Su rol no es conquistar a la opinión pública, sino garantizar que la maquinaria nunca se detenga. Y la maquinaria, al final, es el arte de traducir plata, contratos, favores y puestos en votos.


Hace años, algunos analistas y politólogas acuñamos el término para describir a esta figura clave que se mueve con fluidez entre partidos, ideologías y gobiernos. La expresión caló porque refleja una realidad ineludible: en Colombia, ningún presidente ha llegado al poder sin operadores políticos. Ni siquiera Gustavo Petro. En buena parte del país, no son los partidos ni las campañas los que definen el resultado, sino la capacidad de estos intermediarios para negociar burocracia, votos y alianzas. Cargan con la logística electoral, los fondos de campaña y los riesgos de la compra de votos. Son, en esencia, empresas unipersonales que hacen lo que antes hacían los partidos políticos.


Han estado en todos los gobiernos, sobreviviendo a crisis y cambios de lealtades. Armando Benedetti es el más famoso en este gobierno, pero cada uno tuvo los suyos. La ñoñomanía, la musapolítica y todas sus variantes no son más que etiquetas para lo mismo de siempre. Mientras los políticos van y vienen, ellos permanecen. Son, parafraseando una expresión anglosajona, los hacedores de reyes. Y saben exactamente cuánto valen.


Pero ser un buen operador no es para cualquiera. Hay reglas no escritas, códigos que garantizan la permanencia y la rentabilidad en el oficio. Para quienes aspiran a dominar este arte, aquí va un decálogo imprescindible.


1. Un buen operador sabe su lugar. Nunca pretenderá ser o verse más que el líder (o lideresa) en cuestión.


Un operador exitoso sabe que está detrás del poder y que un paso al frente le puede costar, a él y al líder de turno, grandes problemas reputacionales. Un operador debe moverse en las sombras, pero su nombre debe sonar en todas las mesas de negociación. No necesita estar en la foto oficial, pero cuando alguien pregunte ¿quién arregló esto?, la respuesta debe ser inequívoca.

 

2. La lealtad no se improvisa, se negocia.


El buen operador sabe que la lealtad es un valor al alza en el mercado y se encarga de venderla en consecuencia. Sabe, por tanto, que es el fusible que se quema y que correrá con esos riesgos en caso de que se necesite un sacrificio. Pero valdrá la pena.


3. El partido es un pretexto, no una identidad.


Tener partidos políticos colectivos donde hay que negociar posturas, ideologías y demás, significa doble trabajo. En la medida de lo posible, el operador tendrá un partido propio donde él tome todas las decisiones y, por ningún motivo, deje de ser el jefe. La ideología es lo de menos. Los mejores operadores colombianos han sido liberales, conservadores, uribistas, y si la coyuntura lo amerita, hasta progresistas. Lo importante no es la ideología, sino la operabilidad.


4. Gobernar con los amigos no es nepotismo, es eficiencia.


El mantra del buen operador es simple: “uno gobierna con los suyos”. No hay tiempo para experimentos meritocráticos ni concursos de méritos. Si alguien debe ocupar un puesto clave, que sea alguien que ya te deba favores y que, por supuesto, esté dispuesto a pagarlos. Ubicar la burocracia correcta, en el gobierno que sea, es una virtud que solo los amateurs desprecian.


5. Caer bien es una inversión estratégica.


El operador político nunca cae mal. Puede ser amable o irreverente, culto o callejero, sofisticado o campechano, pero siempre debe generar cercanía. El carisma utilitario debe permitirle siempre hablar con todas y cada una de las vertientes políticas. Siempre debe tener un amigo en cada sector y, para ello, debe estar dispuesto a tejer una red de favores lo más amplia posible. Invertir en favores es invertir en el futuro.


6. No hay operador pobre.


Si después de dos gobiernos un operador sigue siendo clase media, algo hizo mal. La política no es solo poder, es movilidad social. El buen operador nunca depende de un solo ingreso: tiene negocios paralelos, financistas estratégicos y siempre, siempre, un contrato esperando en algún ministerio. El lobby es el negocio más rentable en Colombia, y mejor aún si es en efectivo: menos impuestos, más libertad.


7. Todo se vende, todo se compra.


Favores, cupos, contratos, avales. Nada está escrito en piedra y todo puede cambiar si la oferta es la correcta. ¿Moralidad? Claro, pero solo la suficiente para no levantar sospechas. Al fin de cuentas, es el sistema político. Sin ello, no se gana (ver el punto 6). Hay que recordar que hay muchas formas de pago. En un país donde la única forma de entrada al Estado es la recomendación política, todos y todas debemos al menos un favor. Nadie puede levantar la primera piedra.


8. Los votos no se improvisan, se construyen.


Un operador no gana elecciones, las garantiza. Cada votante que debe un favor, cada líder comunal que recibe una llamada en el momento adecuado, cada candidato presidencial que sabe que sin ellos no llega a segunda vuelta, hace parte de la operación. Pero también el operador sabe que, en la mayoría de las regiones, la gente no vota sin transporte, logística y alimentación. Después de todo, lo único que muchas comunidades reciben del Estado es lo que el operador esté dispuesto a entregarles.


9. Si caes, caes solo.


En política, el operador es un fusible reemplazable. Si las cosas salen mal, los grandes nombres lo sacrificarán sin dudarlo. Por eso, se cobra por adelantado.


10. Los reyes gobiernan, pero los operadores los hacen.


La historia la escriben los vencedores, pero la diseñan los operadores. Los presidentes cambian, los ministros van y vienen, pero el operador sigue ahí, moviendo los hilos. Mientras los políticos de opinión gastan todos sus recursos en engancharse en peleas, redes y escándalos mediáticos, el operador sabe que su estructura está intacta. Y cuando llegue la hora de la verdad, siempre sabrán a quién llamar.


Si, llegado al punto 10, usted se sintió incómodo o incómoda, sepa que yo también. Nuestro sistema político informal, en la sombra, es lo que es porque, independientemente del nivel de involucramiento, abarca a la mayor parte de la sociedad. Es cínico negarlo, porque esta forma de ejercer la política no solo perpetúa privilegios, sino que también ha sostenido la violencia en el país y, probablemente, seguirá siendo el centro de la política colombiana por años. Pero sería igualmente ingenuo pensar que la política de influencers e indignados será diferente: un cambio de discurso no es un cambio de sistema. Esta conversación, que no pudo resolverse con una u otra reforma política—porque las reformas tocan el sistema formal, no el informal—, pasa por reconocer la realidad sin cinismo, pero también por decidir si nos conformamos con ella o la enfrentamos de verdad.

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