Por: Germán Valencia
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia
Leonor González Mina, conocida como la Negra Grande de Colombia, murió este 27 de noviembre de 2024, a los 90 años de edad, en Jamundí, Valle del Cauca —el mismo municipio que la vio nacer, el 16 de junio de 1934—. A pesar de su larga existencia, partió sin que el país le cumpliera su gran sueño: “Yo quiero morir con un país en paz”.
Esta confesión nos la hizo, precisamente, ocho años antes, el 24 de noviembre de 2016 en el Teatro Colón de Bogotá, cuando la invitaron al acto de firma del Acuerdo Final de paz entre el Gobierno nacional y las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC). Y después de interpretar, de manera magistral, la canción Violencia de nuestro gran compositor colombiano José Benito Barros Palomino (https://www.youtube.com/watch?v=Nh4BxiMVF_o&t=116s).
Una canción con la que los organizadores de este importante evento quisieron exorcizar la “maldita violencia” que se empeña en “teñir de sangre la tierra de Dios”. Compañera indeseable que acompañó a nuestra Negra, como sombra, siempre a su lado, por casi un siglo. De allí que al cumplir 82 años, en 2016, le pidió a Dios “Ojalá, ojalá realmente que esto que se está haciendo, que está dividido el país, que no sé qué, lográramos unirnos y tener un país en paz”.
Y es que Leonor nació, vivió y murió en un país en guerra. Vino al mundo en el momento en el que se estaba gestando la época de la Violencia en Colombia —según Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña, en su libro La violencia en Colombia: Estudio de un proceso social, este sangriento período tiene sus raíces en 1930—. En un territorio permeado por la lucha por la tierra y donde los campesinos y colonos estaban comenzando a sufrir los desmanes de los hacendados y grandes propietarios de la tierra. Le tocó en su niñez y juventud vivir todos los horrores de esta guerra civil.
Luego asistió, al cumplir los 30 años, al momento del surgimiento de las guerrillas colombianas. En 1964 nacieron las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y un año después el Ejército Popular de Liberación (EPL); y con ellas, nuevamente, la violencia comenzó a apoderarse del país. Hasta que, al iniciar el siglo XXI —nuestra Leonor ya con 60 años— vio cómo se configuraba en el país la peor violencia de su vida, con el despliegue y la arremetida del poder paramilitar.
Por eso, cuando la invitaron a sus 82 años a interpretar la triste canción que José Barros le compuso a la Violencia —guerra que les tocó vivir a los dos— no dudó en ningún momento que era necesario cantar con pasión, ese sentimiento con que siempre Leonor interpretaba todas las canciones.
Nos recordó en noviembre de 2016, que a pesar de la firma del Acuerdo Final y el inicio del proceso de desarme y reincorporación de las FARC aún persistía el “llanto de los niños que sufren, que lloran de terror. Es el llanto de las madres que tiemblan con desesperación. Es el llanto, es el llanto de Dios”.
Y por supuesto, el clamor de una venerable anciana con voz estentórea que se pregunta: “Violencia, maldita violencia, ¿por qué te empeñas en teñir de sangre la tierra de Dios? ¿Por qué no dejas que en el campo nazca nueva floración?”. He insiste en su interrogar: “¿Violencia porque no permites que reine la paz?”.
Una paz esquiva, que presentía ella, no finalizaría con la reincorporación de las FARC; pero que la hacía soñar, una y otra vez, con que fuera posible para los colombianos. Un sueño altruista que la hizo desear el fin de la guerra: “yo no quisiera que estos niños que se están levantando ahora sufran como nosotros estamos sufriendo”. “Es muy duro que nuestro país siga así, realmente es muy duro. Nosotros deberíamos de estar en paz”.
A pesar de este dolor y está vida marcada por la violencia, Leonor sacó fuerzas para cantarle a la vida y mostrar la bondad con sus actuaciones en teatro y televisión. Como cantante, todos la recordamos por sus alegres músicas como “Yo me llamo cumbia” o “El alegre pescador. También, por las tristes pero encantadoras canciones del folclor afrocolombiano como “A la mina” o “Tío Guachupecito” (https://music.apple.com/co/album/lo-mejor-de-mi-vida-la-negra-grande-de-colombia/989560936).
Y como actriz, entre los múltiples papeles está Hipólita, que le sirvió para personalizar la bondad y ternura de la mujer negra, que como la nana de Simón Bolívar, ayudó a formar el carácter de nuestro libertador. Un papel que trató de cumplir tanto en la pantalla chica como en la vida real, cuando al final de su vida se convirtió en la abuela de Juana, su única nieta.
Canciones y actuaciones que le sirvieron para convertirla en un referente de la música del Pacífico, y con ello mostrar y defender las tradiciones del litoral. Toda una vida dedicada a la cultura musical y que en 2024 fue reconocida por el Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas con la Medalla de Oro en las Artes. La misma que recibió Teresita Gómez, otra negra gigante de Colombia.
Fue tanto su amor por el país y su gente que, incluso, por la vía de la votación popular, buscó entrar a la política en la década de 1990. Y en 1998 llegó a la Cámara de Representante por Bogotá, donde obtuvo el apoyo electoral de 300 mil personas. Participación en política donde se le recuerda por la defensa de las víctimas de la violencia, las comunidades afrocolombianas y el acceso a la tierra.
De allí entonces que hoy debemos recordar a nuestra Leonor González. Y mantener vivo su deseo sagrado de trabajar por la vida y por la búsqueda de que en Colombia la gente muera “con un país en paz”. Que no se nos pierda este sueño. Estamos obligados a mantener viva la esperanza de que las leonoras que nacen y viven hoy no tengan la desdicha de la Negra Grande de Colombia, de no ver, al final de sus vidas, un país en paz.
* Esta columna es resultado de las dinámicas académicas del Grupo de Investigación Hegemonía, Guerras y Conflicto del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
** Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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