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Don Raúl, el papá que se murió esperando a que Uribe y Santos respondieran por su hijo

Por: Redacción Pares


Foto tomada de: Infobae


Cuatro años después de que el ejército enterrara con honores a su hijo en el cementerio de Montería a Don Raúl Carvajal lo llamaron para avisarle que sacarían el cuerpo, que tenía que pagar una plata si no quería que lo arrojaran a una fosa común. Su hija Patricia afirma que lo vio en ese momento hablar solo. Decía una frase que nunca se le olvidará “A mi hijo no lo pueden enterrar como un perro”. Entonces pagó para que le entregaran el cadáver, lo metió en una bolsa blanca, lo subió a su camión y se lo llevó a Bogotá. En la travesía lo acompañó su amigo Ignacio Vélez. En cada pueblo al que le obligaba a llegar el viaje le contaba, al que quisiera la historia de su hijo.


Le puso Raúl, como él mismo. Le decían “El mono” y sus tres hermanos lo adoraban. Quería ser piloto de guerra pero pronto se dio cuenta que, con el sueldo que ganaba su papá como comerciante de verduras en Córdoba, jamás podría costearse una carrera en la Fuerza Aérea. Igual quería servir a la patria. Y se enroló en el ejército. Su familia esperaba que se conformara con un cargo de escritorio. Pero no, el Mono era aguerrido, como Don Raúl y quería estar en el frente de batalla. Fue lancero y después cabo. Siempre en la vanguardia. Un día su hermana Doris Patricia recibió una llamada. A su hermano lo había matado un francotirador en el cerro del Martillo, en el Tarra, municipio del Catatumbo. En el combate habían caído cinco soldados más. Había muerto como un héroe. Patricia colgó y al darse cuenta de que ella era la encargada de darle la noticia a su familia, quiso precisar los datos. Ahora le decían que su hermano había muerto en el cerro de Las Comadres y que eran cuatro los soldados asesinados.  Los datos eran incongruentes y había razones para sospechar.


Semanas antes de ese 6 de octubre del 2006 Raúl había llamado a su papá y le contó que estaba muy preocupado, que se quería salir del ejército porque había órdenes de matar civiles. Estaban ocurriendo los Falsos Positivos, una práctica que cobró la vida de 6.402 personas. Se medía el éxito de las campañas militares a punta de litros de sangre. Le daba miedo de que lo fueran a matar. Él igual estaba en sus trece. No se movería un ápice. Y no se movió.


Cuando a los Carvajal le entregaron el cadáver se lo dieron en un ataúd completamente sellado. Ellos no tenían derecho a verlo. Pelearon y al final se lo dejaron ver. Doris vio algo raro en el cuerpo del Mono. El agujero de la bala era demasiado pequeño y tenía huellas de lazos en las muñecas, como si lo hubieran amarrado. Eran varias las señales. Desde entonces querían justicia pero cuando llamaron a Don Raúl para decirle que a su hijo lo iban a arrojar en una fosa común decidió que era hora de que el país conociera el caso.


 Así que después de parar en varios pueblos a contar su historia llegó a la Plaza de Bolívar, donde metió a la brava el viejo Dodge. La policía quiso desalojarlo y él no se dejó. Bajó el cuerpo y lo puso a sus pies. La noticia le había dado la vuelta al mundo. Ya todos sabían lo que había sucedido con el cabo Raúl Carvajal, asesinado a los 29 años por cometer el pecado de ser una buena persona.


La historia de Don Raúl es la de la persistencia de las víctimas, las que son capaces de aguantar los martirios que sean necesarios con tal de que se haga justicia, o que al menos el país conozca el caso donde murió el ser amado. Don Raúl se hizo a un costado del congreso con su camión, al que lleno de afiches. Uno de ellos eran tres fotos. En la primera decía “Así ingresó” y aparecía la foto del cabo cuando recién entró al ejército. “Así me lo entregaron” y era la foto del rostro después de la muerte. Y en la tercera rezaba “Estos son los responsables” y se veían entonces a Juan Manuel Santos, siendo ministro de defensa, conversando con su jefe directo Álvaro Uribe Vélez, principales responsables, por línea de mando, de lo que sucedió con los Falsos Positivos. La tenacidad de Don Raúl se hizo mundialmente conocida. Él estaba ahí para contarle la historia de su hijo a todo aquel que quisiera escucharla. Decidió estar ahí, vivir en la estrechez de su auto. Y eso hizo hasta el 2021, cuando un coma diabético se lo llevó a los 73 años. Se quedó esperando una sentencia, una disculpa de Santos o de Uribe. El caso de su hijo es la otra cara de los Falsos Positivos. Su hija Doris ha tomado la posta. No descansará hasta saber la verdad de lo que pasó con el Mono.

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