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Dostoyevski, el escritor que nos mostró cómo es realmente el infierno

Por: Iván Gallo - Editor de Contenido



Tenías los ojos hundidos y la enfermedad estampillada en la cara. Siempre acosado por las deudas que le dejaba el juego, los editores inescrupulosos, la velocidad de la entrega inmediata. A sus 50 años todas las ilusiones habían muerto. Estaba lejos de tener una hacienda y una vida cómoda como las tenía Tolstoi o 1.000 campesinos a su disposición como Turgueniev. Para él todo era sufrimiento. A los 24 le decían que sería el próximo Gogol. Su novela, Pobres Gentes, captó la atención de críticos como Bielinsky, amo y señor de las letras rusas, pero luego se fue desdibujando. Simplemente no quisieron mirarlo más. Y luego vino su detención, lo acusaban de revolucionario, de intentar darle un golpe al zar. Lo condenaron a muerte. Lo iban a ejecutar, le hicieron cavar su propia tumba. En el momento en el que los soldados van a apretar el gatillo, llega una orden del zar. La pena de muerte ha sido conmutada a una pena de cinco años de trabajos forzados. Deberá pagar la condena en la siempre inhóspita Siberia.

 

Hay un pasaje en Crimen y castigo en donde Rodion Romanovich Rasvolnikov afirma que si lo condenaran a muerte y le conmutaran esa pena por estar parado durante toda la eternidad en el pico de una montaña, sin tener posibilidad de moverse a ningún lado, lo haría encantado. La vida es lo único que importa. En prisión escribe La casa de los muertos. Después de sus fracasos continuos estas memorias de la dureza que vivió mientras estaba recluido lo convierte en el escritor más amado de Rusia. Se cuenta que hasta el mismo zar se conmovió con el relato. Llenó de lágrimas las hojas.

 

Pero ni con el fervor popular Dostoyevski pudo revertir su mala fortuna. El juego era una de las formas más refinadas que tenía de autodestruirse. Uno de sus hijos muere y el trago amargo lo pasa teniendo una aventura con Apolinaria Suslova. Con adelantos que recibe por El Jugador, una de sus novelas más vendidas, hace un viaje por Europa y, en la ruleta, pierde todo el dinero. Apolinaria lo desprecia. Y entonces, mientras ve un cuadro de Tiziano en Viena, le sobreviene un ataque de epilepsia y su vida se vuelve más oscura, infernal.

 

Entonces la epilepsia entra en su obra. Stravgorin, el diabólico héroe de Los endemoniados, la padece, el príncipe Myshkin es el ser más idealista y bueno desde el Quijote en parte porque sufre esa enfermedad. Igual, no es propiedad del santo la epilepsia. Algunos abyectos como Smerdiakov, en Los hermanos Karamazov, tienen cada tanto - y a veces a su conveniencia- estos ataques. Dostoyevski decía que, si bien ser epiléptico es algo terrorífico, los momentos previos a un ataque se tiene una especie de extasis, de epifanía, nunca el mundo ha sido más hermoso.

 

Nada fue fácil para Fiodor. Su padre era un médico que había logrado construir hacienda. Despiadado y ruin fue despedazado por los propios trabajadores de su finca. Su hermano, quien lo ayudó y fue su primer editor, murió prematuramente. El autor de Noches blancas tuvo que mantenerlos. En ese sufrimiento conoció el infierno. Por eso sabemos que las tabernas rusas de mediados del siglo XIX eran cochambrosas, de paredes sudadas y borrachos infectos, en donde los servidores públicos se gastaban hasta el último kopec en vodka y los asesinos se desahogaban en la barra. El infierno eran los círculos nihilistas, torpes y hasta estúpidos, que planeaban asesinar a el Zar y a Dios para dejar sólo en ese sitio al vacío. El absurdo. Pero, sobre todo, el infierno era el amor no correspondido. Nadie supo retratar mejor el amor y su fiebre que este ruso. El amor no es más que uno de los círculos del sufrimiento.

 

Stefan Zweig lo pinta como si tuviera un pincel con su mirada hundida, su piel blanca y gastada, el pelo ralo, la barba larga. Un enfermo, un mártir, alguien que probablemente tenía aberraciones como sus personajes, un inconstante, un esquizofrénico, un impulsivo, un jugador y también un mártir. Sólo hasta su muerte Rusia entera se dio cuenta que era más grande que Gogol, Pushkin, Tolstoi, que toda la santa lista. Su visión del infierno lo hace más actual, más vigente que otros maestros de la literatura universal. Nadie supo retratar mejor el futuro que Dostoyevski. El futuro era un asesinato.

1 comentário


aabme
16 de dez. de 2024

¡Qué tal! En una charla con amigos aquí en Córdoba, me recomendaron probar el gates of olympus. Al principio, no sabía qué esperar, pero me encantaron los gráficos mitológicos y la mecánica simple pero emocionante. Ver cómo los multiplicadores se acumulan en una sola tirada es una experiencia única. Si estás en Argentina y buscas un juego con buena dosis de adrenalina, este es perfecto.


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